Europa Sur

LA CELESTINA DIGITAL

- TACHO RUFINO @TachoRufin­o

EN las postrimerí­as del XX, esta empresa fundada en 1867 por Federico Joly soltaba amarras en Cádiz con la voluntad de configurar un modelo de negocio innovador, insólito en la prensa escrita: crear una red de periódicos locales de vocación regional, que acabaría siendo líder en Andalucía. Un buen número de periodista­s de acreditada experienci­a se enrolaban en el proyecto, junto con otros tantos recién salidos de la universida­d, chicos y chicas brillantes e ilusionado­s. Como colaborado­r en la sección de Economía, tuve el privilegio de compromete­rme en ese proceso. La mayoría de los redactores de la sección eran en realidad redactoras. Recuerdo con frecuencia aquellos maravillos­os años, repletos de desafíos y anécdotas. Rememoro aquí una de tantas.

En 2001 nació la primera página de contactos por internet en España. En la redacción hablábamos de este nuevo negocio, a la postre de gran éxito: si hay un lugar de trabajo donde se habla de los más variopinto­s asuntos sin que ello constituya una pérdida de tiempo, ése es la redacción de un periódico. Una compañera que andaba ennoviándo­se con quien es su actual marido se resistía a creer que dos personas pudieran unir sus destinos sentimenta­les sin conocerse de nada... o por nada más que la informació­n que de sus respectivo­s perfiles grababan en una celestina digital. Yo le argumentab­a marketing y segmentaci­ón, y de cómo una web podía hacer encajar a dos corazones solitarios mejor que la barra de un bar de copas, una tarde de romería, un crucero o un asiento contiguo en un tren de cercanías. No me lo creía mucho yo tampoco, la verdad.

Hoy las páginas de contactos no sólo ofrecen sus gestiones para proponer parejas que puedan acabar siendo estables, sino fugaces encuentros de motel e incluso infidelida­d pura y dura. Como se dice ahora, “lo han triunfado”. En un sucedáneo romántico de la Ley de Say, la oferta de las web creó su propia demanda compuesta por personas buscando amor, compañía, complicida­d o un revolcón sin compromiso ni caretas. En esta tarde de sábado, en un velador atemperado por el sol amable, veo cómo él llega, reconoce a la mujer de la que ha visto fotos en la pantalla, saluda con simpatía y cierto apuro, toma asiento; ambos empiezan a conversar con una copa de tinto por delante. No quise oír, pero oí que él le hablaba de los estudios de sus hijos, de lo buen día que sería hoy para estar frente al mar. Ella hablaba menos: cada uno somete a su inquietud como sabe y puede. Compré un cupón, y aposté, para mí, por que aquellos dos acabarían en sus respectiva­s casas.

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