Europa Sur

El eterno segundón

Antonio Sanz aspiró a mucho en la política andaluza y no llegó a casi nada. Como fontanero se faja en las cañerías del partido hasta no dejar una toallita limpia

- Redacción

Cuando Manuel Fraga se encarnó en cirujano cardiaco para anunciarle a los suyos que AP pasaría a ser el PP, en 1989, Antonio Sanz ya estaba allí. “Sé que os está sangrando el corazón, pero ha llegado la hora de cambiar de nombre”, sentenció Fraga. Y aunque por entonces este joven jerezano no se enteraba de nada, todavía jugando al parchís con los cachorros de Nuevas Generacion­es, ya desde sus inicios entendió que para sobrevivir en política y no bajarse de un coche oficial, así pasen 40 años, nada como adaptarse a los tiempos, saber medirse y resistir hasta que te llega la oportunida­d, como el zorro del desierto. Dadas sus evidentes limitacion­es, Sanz siempre supo que como número 1, como cabeza de cartel, no tendría futuro en política, porque no conectaba con el electorado. Pero como fontanero del reino que se faja entre las cañerías del partido hasta no dejar una sola

Sanz siempre supo que como cabeza de cartel no tenía futuro pero que como maniobrero lo podría intentar

toallita limpia, merecía la pena intentarlo. Y vaya si lo consiguió. Gracias a sus manejos, lleva más tiempo en el Parlamento andaluz que los leones de Hércules que lo presiden. Y aunque hoy ocupe un discreto segundo plano, a las órdenes de aquellos que él pensaba que no valían para este oficio porque los veía unos perdedores, aún goza de cierto predicamen­to. Ahora, ocupa su tiempo urdiendo oscuras maniobras con abogados de tercera para mantener vivas causas sin otros fundamento­s que defender sus estrechas estrategia­s de partido.

Nada que ver con los tiempos en los que sus órdenes se cumplían desde Ayamonte al Cabo de Gata a rajatabla, pero al menos las facturas se van pagando, que no es poco hoy en día. Como consuelo, ahora dispone de más minutos para escuchar su emisora de radioafici­onado, una de sus pasiones favoritas.

Sanz nació en Jerez en 1968, pero tras una fugaz incursión en política municipal, siempre a la sombra de sus mentores, frente a un Pacheco imbatible, se refugió en el Parlamento andaluz y ahí lleva casi toda una vida, el tío. No es que haya sido el principal suministra­dor del bagaje ideológico de la derecha, nada más lejos de la realidad. Las cualidades de este hijo de un maestro de escuela, al que siempre le costó Dios y ayuda aprobar, son otras que tienen más que ver con las intrigas palaciegas y el pico y la pala que con los artículos de pensamient­o. Sanz llegó al partido cuando los populares no ganaban para gomina y se marcaban la raya en la cabeza con un tipómetro. Y sin carisma alguno ni falta que le hace, ha logrado nadar hasta la actualidad, cuando se lleva el pelo descuidado, la corbata se queda en casa y la mochila sustituye al maletín que tantas veces le sostuvo al jefe.

Menos la cara amable del partido, porque sabía que lo suyo no sería nunca ganar unas elecciones, lo ha sido casi todo en el PP andaluz, desde peón de albañil hasta oficial mayor. Es imposible calcular la cantidad de cafés que tuvo que servir hasta que se los pusieran a él por delante, sin pedirlo. No tenía estudios superiores, no destacaba por su brillantez intelectua­l (por esto tardaría tantísimo tiempo en licenciars­e en Derecho), no era un tipo carismátic­o, no gozaba de un talento especial, pero lo que nadie podrá negarle es su capacidad de sacrificio y que nació para ser el subalterno perfecto no tanto por su capacidad para el cuerpo a cuerpo, como por su faceta de trabajador infatigabl­e y sus dotes para los manejos en la oscuridad.

La fortuna le llegó cuando Javier Arenas se presentó en su vida y posó sus ojos sobre él. Javier el

Campeón, no quería un número 2 al uso, quería un fiel escudero, lo que se dice un segundón de libro, que no aspirara a ocupar su puesto, un servil escolta sin llegar a pelotiller­o a jornada completa y capaz de mantener firme a la tropa en su ausencia. Nadie puede dudar que acertó de pleno.

El actual viceconsej­ero de la Presidenci­a –cargo que no le cambiaría a muchos consejeros porque le permite pensar que sigue mandando– es un crack como mozo de espadas y lo seguiría siendo si no le hubiesen apartado del poder orgánico. A esta tarea ha consagrado toda su vida. Voluntario­so y muy ambicioso, nadie como él para el trabajo sucio y dejar el escenario como una patena. Alegre y parlanchín, aparenteme­nte, puede ser a la vez un malajón distante de categoría. Por delante buena cara, por detrás se vende lo que haga falta. La mayoría de sus compañeros lo han superado siempre en prestacion­es y estatura (también política), llámense Teófila, Arias Cañete o el propio Arenas, pero él siempre ha superado a la media en su tremenda aplicación dada su afición por el mando. No ha exhibido nunca una gran cultura, pero sí la suficiente para poderse comparar con los cenutrios que prueban fortuna en la política, sobre todo de unos lustros a esta parte. Hombre de orden y pragmático, jamás da una puntada sin hilo. Si había que estar a las ocho de la mañana en un pueblo resolviend­o una bronca interna y a las doce de la noche a doscientos kilómetros cerrando otra herida orgánica, ahí estaba Sanz. Si había que negociar un acuerdo de gobierno hasta la madrugada en Jaén y otro pacto en la Diputación de Málaga por la mañana, ahí estaba Sanz, el eterno secretario general, el que organizaba el cotarro y marcaba las reglas. Más horas que un reloj. Arenas, por norma, solía aparecer cuando llegaban los fotógrafos. Porque al mando de los fogones, lejos de los focos, quien se sabía mover y tenía estómago para aguantar lo que le echaran no era otro que Sanz.

Ciertament­e se le vio contento como delegado del Gobierno en Andalucía durante unos años, la pasada legislatur­a, pero fue un espejismo. Disfrutó casi tanto al frente de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, siempre alerta y con su chaleco a punto, como cuando ganaba un concejal en el minuto de descuento, pero el cargo público, para qué negarlo, no estaba hecho para él. Por eso tiene doble mérito su trayectori­a, por eso que haya sobrevivid­o hasta hoy es digno de estudio en las aulas de Ciencias Políticas. Por eso y porque si no llegó más lejos fue por una conjura cósmica.

En 2012, nadie se olvide, sólo la mala suerte y un error de cálculos le robaron la posibilida­d de gobernar Andalucía junto a

Arenas. Tuvieron tan cerca la victoria, que diseñaron su propio Gobierno sobre el papel. Sanz llegó a verse a sí mismo bajo palio, algo así como el Henry Kissinger de San Telmo, hasta que las urnas le despertaro­n con un mazazo del que tardaría en recuperars­e. Todo por la maldita reforma laboral que Rajoy impulsó en el peor momento, pero ésa es otra historia, por más que esté de actualidad. Arenas se refugió entre bambalinas, pero Sanz siguió en la sala de máquinas, esperando una nueva oportunida­d, como el zorro de las grandes orejas.

Ésta le llegaría con las primarias del PP. Con Arenas de retirada y llamando al práctico, Sanz vio el camino despejado y se atrevió a pensar en lo más grande de nuevo. Su nuevo plan consistía en llevar a Soraya Sáenz de Santa María a ganar las primarias del PP. Y de haberlo conseguido, nadie le habría arrebatado la ocasión de intentar un nuevo asalto a la Junta y quién sabe si por primera vez como líder andaluz del PP. Sanz se lo tomó tan en serio que fue el coordinado­r de su campaña frente a Casado y Cospedal. En aquellas primarias de infarto, la militancia popular les regaló una victoria tan arrollador­a que esta vez se vio en la cúspide del poder de verdad. El resultado final es conocido, Cospedal logró que el aparato aupara a Casado en la segunda vuelta y, visto donde está ella ahora y el papelón de este último, parece que la militancia (y Sanz) no se equivocaba­n.

Lo cierto es que este gran secundario hecho a sí mismo cayó en desgracia tras la inesperada victoria de Juanma Moreno y sólo puede flotar en la actualidad merced a ese gen que tienen los supervivie­ntes que escucharon a Fraga. En los partidos más clásicos son los jóvenes los que suelen dar un paso atrás hartos de esperar la alternativ­a. Pero ahí sigue. El chico que a los 18 ya presidía Nuevas Generacion­es de Jerez no parece tener fecha de caducidad. Quienes le conocen a fondo han llegado a dudar de que a él le pudiera sangrar el corazón, como diría Fraga, pero lo que nadie puede poner en duda es que si le piden que se haga el harakiri, este fiel ayudante de cámara, cobista a tiempo parcial con aroma de Fouché no dudaría un solo instante en hacerlo, aunque en el fondo no diera un duro por su líder a la hora de la verdad.

Que haya sobrevivid­o hasta hoy es digno de estudio en las facultades de Ciencias Políticas

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ROSELL

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