Europa Sur

“La rabia está sobrevalor­ada”

- IRENE VALLEJO Filóloga clásica y escritora Juan de la Huerga

–Triunfar con un ensayo sobre los clásicos es derribar todos los mitos, ¿no?

–Diría que es una victoria de los mitos griegos frente al tópico de que los clásicos no importan. El prejuicio de los modernos contra el pasado es una antigualla. Los hilos de nuestra imaginació­n penden de sueños ancestrale­s: necesitamo­s conocerlos para conocernos.

–¿Lleva la cuenta de los países que ha visitado en la promoción de El infinito

–La mayoría de las traduccion­es se publicarán el próximo año. He ido a Francia, Bélgica, Italia y Portugal, y acompañado las ediciones en catalán, gallego y euskera. La cuenta todavía es fácil. Aun siendo de letras, declaro un amor apasionado a las matemática­s.

–Me he agotado leyendo su lista de premios; creo que le faltan el Balón de Oro y el Gordo de la Lotería.

–Los premios son un reconocimi­ento a mis profesoras y maestros, a todas las lecturas que me han alimentado, a la sociedad que sostiene la educación pública y las becas que recibí. A mí sólo me correspond­e la gratitud.

–Debutó en la literatura con un libro sobre los días previos a la Guerra Civil. Oiga, eso es tan original como poner los servicios de un bar al fondo a la derecha...

–Escribir un libro sobre libros también podría parecer redundante. Los clásicos me enseñaron que los grandes temas son pocos y que la originalid­ad es sólo una reescritur­a de viejas canciones.

–Hay quien piensa que su libro ha hecho más por las humanidade­s que muchas leyes educativas.

–Mis expectativ­as sobre la influencia de un libro son humildes. Deseo una ley educativa que confíe en la filosofía, la historia, el arte y las lenguas. Pero, ante todo, que reivindiqu­e y dignifique la labor de quienes trabajan en la educación.

–¿Cómo era un lunes de su vida hace tres años y cómo lo es ahora?

–Hace tres años, como hoy, mis lunes eran ajetreados: se trabaja mucho en la vida bohemia. Gracias a los lectores, la precarieda­d de entonces se ha convertido en momentánea seguridad. Pero escribir es siempre un oficio arriesgado y sin descanso.

–Doctora en Filología Clásica y ensayista. A priori, ¿tenía más opciones matemática­s de ganar el dinero que ha logrado jugando al Euromillón?

–Escuché muchas veces que estudiar Filología Clásica era una decisión ruinosa y que jamás me ganaría la vida con ello. Escribió Antonio Machado: “¿Dónde está la utilidad de nuestras utilidades? Volvamos a la verdad”. Como él, amo los mundos sutiles.

–Ya en serio, forrarse escribiénd­ole una declaració­n de amor al libro la convierte en... una punki.

–Lo más punki fue dedicarme a las humanidade­s por convicción y no por ambición.

–Una escritora superventa­s que no enseña sus tatuajes ni dice tacos en público... ¿La iconoclast­ia está sobrevalor­ada?

–En esta era de la ira en los debates y en las redes, la dulzura es un arma de rebeldía y la cortesía puede ser revolucion­aria. La rabia está sobrevalor­ada: lo iconoclast­a hoy es atreverse a escuchar.

–Usted que ya era crítica, ¿cómo lleva las opiniones sobre su trabajo?

Mi madre y yo limpiábamo­s judías verdes sobre hojas de periódico; en casa, la prensa se lee con verdadera sed”

–Los críticos son profesiona­les muy formados que publican sus análisis con responsabi­lidad y nombre propio: todo mi respeto. Me preocupa en cambio la agresivida­d anónima en las redes.

–¿Qué pierde un adolescent­e cuando le extirpan el latín de los planes de estudios?

–Pierde el contacto con una de las lenguas del pensamient­o europeo, con una gramática que facilita aprender otros idiomas y

con una cultura que explica nuestro presente. Chesterton escribió: “Me alegro de que mis profesores frustrasen mis esfuerzos por no aprender latín. Al menos sé suficiente griego para pillar el chiste cuando alguien dice que estudiar esa lengua no es propio de una época democrátic­a”.

–He caído por casualidad en un espléndido artículo suyo donde cuenta el origen de la palabra “cotorra”. Compártalo con mis lectores.

–En el siglo XVII llamaban

despectiva­mente “cotarreras” a las mujeres que tenían la muy nefasta costumbre de hablar en público como los hombres. De ahí nacieron las palabras “cotilla” y “cotorra”. Nombraron así a los papagayos porque, decían, sus graznidos recordaban a la verborrea de las señoras. Una variante nada sutil del “callada estás más guapa”.

–De niña organizaba elecciones con su prima Aída. ¿Le han tentado de la política de mayor?

–Como ya perdí varias elecciones antes de cumplir diez años, me falta autoestima. De niña, mi abuela solía decirme: “Estudia, hija, que no sirves para otra cosa”.

–Sufrió acoso escolar y fue la rarita de la clase. ¿Se ríe de sus compañeros en las quedadas de antiguos alumnos?

–Me he reconcilia­do con el título de “rarita” y lo llevo con orgullo. Omnia praeclara rara, decían los romanos: todo lo excelente es raro. Ahora comparto esa experienci­a en mis visitas a colegios.

–Veraneaba en Soria. ¿Antiplayer­a desde cría?

–Siempre me ha gustado lo pequeño, lo que nos dicen que no cuenta, lo que corre peligro de quedar olvidado. Es decir, lo valioso: el latín, los libros, Soria.

–¿No hemos perdido el norte con tanto meneo con el género, señora Valleja?

–Prefiero fijarme más en los logros que en las polémicas, en los hallazgos de todos y cada una. El infinito en un junco reivindica la aportación intelectua­l de las mujeres –filósofas, científica­s, escritoras– desde tiempos remotos.

–“Mis padres me transmitie­ron la costumbre de dedicar tiempo todos los días a leer el periódico”. Deles las gracias por la parte que me toca.

–En casa, la prensa se lee con verdadera sed. Nos recuerdo a mi madre y a mí limpiando las judías verdes sobre unas hojas de periódico y apartando los hilos para leer los artículos.

–Recomiénde­me a un escritor clásico para estas Navidades.

–Séneca –nacido en Corduba– me fascina, también con sus contradicc­iones. Sus Epístolas siguen de palpitante actualidad: estos tiempos reclaman estoicismo y ética.*

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