Aquellas navidades
No me gustaría dejar pasar esta oportunidad de recordar cómo se vivían las Navidades, no pocos se sentirán identificados, cuando apenas levantaba cuatro palmos del suelo. Todo comenzaba en el momento en el que se abría la puerta de la clase y echábamos a correr escaleras abajo en busca del patio del colegio en donde esperaban nuestros padres para llevarnos a casa. Veinte días por delante en los que al margen de algunos ratos por la mañana tras el desayuno no abriríamos un libro. Pero no nos íbamos a aburrir; sacar el Portal de su caja, limpiar las figuritas y colocarlo en una parte del salón nos llevaría su tiempo. Acompañar a mamá a los puestos de la calle a reponer lo deteriorado de un año para otro así como comprar alguna pandereta lo haríamos por la tarde antes de empezar a montar el Belén que dejaríamos listo a punto de irnos a cenar. Jugar y cantar villancicos harían el resto. El monótono sonsonete de la lotería en boca de los niños del colegio de San Ildefonso nos despertaría a la mañana siguiente, ya lo conocíamos de otros años y no dejaba de ser un verdadero tostón. Era ya por la tarde cuando la radio informaba de algunos agraciados que con enorme alegría brindaban por su suerte. La mayoría de los jugadores mostraban resignación al no haber obtenido premio pero sin desistir de lograrlo en el próximo sorteo del Niño.
Casi de inmediato disfrutábamos de uno de los días estrella de las fiestas; Nochebuena. Padres e hijos sentados a la mesa del salón cerca del Nacimiento y frente a una cena que se escapaba de lo habitual. La bandeja de turrones debidamente cortados aguardaba el momento de que le llegara su turno. Con el dulce del chocolate y las almendras todavía en la boca cantábamos algunos villancicos. El día siguiente, Navidad, podía considerarse una prolongación de la noche anterior; comida familiar, panderetas y villancicos al pie de un entrañable portal de Belén. Breve paréntesis casero hasta disfrutar de un divertido día de Inocentes. Alcanzábamos la última festividad del año con campanadas, una hora antes a los niños, uvas y el propósito de que el que estaba a punto de llegar fuera mejor que el que se marchaba. Se acercaba el último acto con el delirio de niños, padres y abuelos; los Reyes Magos con sus carrozas de ilusión y regalos para todos, carbón para algún padre. Difícil noche para muchos pequeños con sus miedos y sus dolores de barriga. Inolvidable momento al descubrir sus zapatos. Fin de fiesta saboreando un rico roscón. Así eran aquellas Navidades.