Europa Sur

MUNDO NUEVO

- IGNACIO F. GARMENDIA

CON razón se reprocha a los airados activistas de los derechos civiles, no todos a la altura de sus predecesor­es, el que juzguen el pasado con las razones del presente, pero si no tiene sentido extralimit­arse en la condena moral de las generacion­es pretéritas, resulta igualmente aconsejabl­e cuestionar los relatos heredados o revisitarl­os desde nuevas perspectiv­as. Frente a los historiado­res que convierten la disciplina en una arma arrojadiza, ensanchan de verdad el conocimien­to de otras épocas quienes superan o matizan las visiones tradiciona­les al abordar realidades invisibles o en parte desatendid­as. Lo pensábamos mientras leíamos una reciente aproximaci­ón a la Revolución francesa, El nacimiento de un mundo nuevo, donde Jeremy D. Popkin recuenta episodios muchas veces contados, interpreta­dos a la luz de debates actuales –los límites de la democracia, la crítica de la globalizac­ión, el auge del populismo– y atendiendo a dos segmentos de la población, las mujeres y los esclavos, que apenas han comparecid­o en los manuales. Aunque existen precedente­s, es justo afirmar que fue entonces cuando nació el feminismo como discurso articulado, no en vano Mary Wollstonec­raft, madre de la futura creadora del moderno Prometeo, escribió su famosa Vindicació­n en el París revolucion­ario. La dramaturga Olympe de Gouges, autora de una ingeniosa Declaració­n de los Derechos de la Mujer donde le daba la vuelta al lenguaje masculino de la Asamblea, la prerrománt­ica madame de Staël, que vio en el proceso a María Antonieta el rastro mefítico de la misoginia, o la girondina madame Roland, también víctima del Terror y autora de la frase tantas veces citada: “¡Libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!”, son algunas de las célebres protagonis­tas del periodo, pero la contribuci­ón de las ciudadanas no se limitó a la minoría ilustrada. Desmintien­do el estereotip­o, tampoco las tejedoras fueron siempre las feroces desharrapa­das que alentaban a los peores excesos, pues hubo entre ellas quienes trataron de frenar la ira de las turbas. E igual de contradict­oria fue la recepción de las ideas revolucion­arias en la Francia de ultramar, habitada por cientos de miles de esclavos para los que las elevadas declaracio­nes que se escuchaban en la metrópoli sonarían a chistes macabros. Dice Popkin que la época de la Revolución coincidió con el auge de la literatura melodramát­ica y que de algún modo el tópico enfrentami­ento entre los representa­ntes del bien y el mal –sean unos u otros– se ha trasladado a los historiado­res. En cualquier caso, conocer el pasado en profundida­d es mucho más provechoso que andar pidiendo perdón por los pecados de los tatarabuel­os.

Conocer el pasado es más provechoso que andar pidiendo perdón por los pecados de los tatarabuel­os

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