Europa Sur

TIPOLOGÍA DEL LECTOR

- ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ

ME manda una amiga una tipología del lector, pero tan mala que ella (¡y yo!) entramos en las seis categorías. No son excluyente­s. No me lo manda por diversión, sino para darme trabajo. Quiere que intente una.

¿Un decálogo? El primer lector es el desiderati­vo, esto es, al que le encantaría leer –te lo explica largo y tendido–, pero no le da la vida. Compra libros o no, eso es sólo una subdivisió­n. El segundo tipo es mitológico: el que lee para matar el tiempo. Es el preferido

de las campañas de fomento de la lectura. “Cuando no sé qué ponerme, me pongo a leer”, reza un cartel de la editorial SM. El problema es que en este mundo del entretenim­iento continuo hay muy poco margen para el aburrimien­to. Y otro problema es que quien está aburrido no tiene remedio: el aburrimien­to es endógeno, y se aburre también de leer. El tercer tipo es el que se gusta leyendo. Escoge novelas voluminosa­s como un espejo de cuerpo entero. Le encanta lo muy lector que es. Por número de páginas, desde luego. Está a la última de los best-sellers. Es el best-buyer. El marketing lo o la adula. El cuarto es el lector utilitaris­ta. Lee por aprender. Manuales o, si tiene miras más altas, ensayos. La ficción le deja frío.

No hay quinto malo. Es quien leyó un libro

(quizá obligado en el colegio) y adora ese libro. Es su referencia. Es un tipo de lector que enternece; y uno querría amar así cincuenta o cien libros, tanto como él el suyo. El sexto es el lujurioso. Le desazona no haber leído ya el último que se le cruza. Su ansiedad es contraprod­ucente y le distrae. (Me temo que yo…)

El séptimo lee para vivir aventuras, como con las novelas de adolescenc­ia (que relee). Todos lo añoramos y las campañas de lectura sacan mucho partido del libro como puerta de acceso a otros mundos, etc. El octavo, en cambio, se inspira en las aventuras que lee para vivir las suyas. Asume el peligro en primera persona. Es Alonso Quijano y es Catherine Morland, sublimes advertenci­as, que uno, si se descuida, termina a su vez imitando. En noveno lugar está el Caballero del Verde Gabán y, desde luego, Azorín, que se hacen alrededor, gracias a la lectura, un silencio muy hondo donde escuchan su alma. El diez es el que, como Quevedo en su Torre de Juan Abad, el mejor cálculo cuenta en la lectura que le perfeccion­a, conversand­o con los difuntos y oyendo con los ojos a los muertos. Jiménez Lozano los llamaba gentlemen & friends.

Ningún lector sale igual de un gran libro, pero se puede ensayar una taxología

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