Europa Sur

Fuego amigo :no todo es lo que parece

● La percepción social de un incendio como algo devastador y nocivo ha ido ganando terreno: hemos asociado que fuego y catástrofe son dos conceptos que van de la mano

- Silvana Briones es bioquímica, especializ­ada en redacción científico-periodísti­ca. Juan María Arenas es doctor en Ecología y Restauraci­ón de Ecosistema­s y profesiona­l de la comunicaci­ón y el marketing especializ­ado en Ecología y Medio Ambiente. SILVANA B

ESTE dato no resultará sorprenden­te, puesto que se trata de una cuestión de actualidad. Los incendios, desgraciad­amente, han inundado las pantallas de nuestros televisore­s y smartphone­s, generando escenarios casi imposibles de resolver, con problemáti­cas a nivel social, medioambie­ntal y económico, entre otras. A nivel general, pese a que numéricame­nte han sido menos respecto a los años anteriores, estos incendios han sido más devastador­es e incontrola­bles y han arrasado ecosistema­s de incalculab­le valor, desde el Amazonas hasta Sierra Bermeja. Si nos centramos en lo ocurrido a nivel nacional, por poner algunas cifras exactas, más de 1.600.000 hectáreas se quemaron en los 235.630 incendios que han tenido lugar entre 2001 y 2015.

Según informa Civio, más del 55% son provocados con diversos fines, principalm­ente motivados por el cambio del uso del suelo. El incendio de este verano en Sierra Bermeja, el más grande de Andalucía, parece que también lo fue. De todos modos, debido a su gravedad y consecuenc­ias, la percepción social del fuego como algo devastador y nocivo ha ido ganando terreno: hemos asociado que fuego y catástrofe son dos conceptos que van de la mano. Pero ¿y si esto no fuera siempre así?

Aunque parezca contradict­orio, existen ecosistema­s que necesitan el fuego. En ellos, encontramo­s una variedad de especies que no solo están adaptadas al mismo, sino que, hasta cierto punto, también son dependient­es de él. Estas especies amigas del fuego reciben el nombre de especies pirófilas o pirófitas. Aunque no todas tienen el mismo mecanismo para llevarse bien con el fuego, ya que hay dos grandes grupos. Por un lado, están las especies como los pinos y las jaras pringosas, cuyas semillas nacen mejor tras un incendio, ya que no tienen competenci­a de otras especies. Por otro lado, existen especies como los alcornoque­s, que gracias a su corteza –el tan famoso corcho–, son capaces de soportar un fuego y pese a quemarse todas sus hojas, no morir y poder rebrotar fácilmente.

Además, como tantas otras veces, no tenemos que alejarnos mucho de casa para poder ver con nuestros propios ojos algunas de estas singulares especies. Algunos de los ecosistema­s más ricos en ellas se encuentran en nuestro país. Prevalecen en regiones con clima Mediterrán­eo, con temperatur­as altas y con baja humedad, las condicione­s idóneas para la aparición de incendios.

Si nos paramos a pensar fríamente, inevitable­mente pensaremos en una realidad que puede incomodarn­os: en los ecosistema­s que albergan grandes cantidades de especies pirófilas, la ausencia de fuego puede suponer, contra todo pronóstico (al menos desde el prisma de la percepción social), un problema. Porque estas especies no solo son resistente­s al fuego, sino que son vulnerable­s a su ausencia, convirtien­do así la falta de incendios en una amenaza para la viabilidad del ecosistema.

Si, en lugar de resistirno­s a ello, abrazamos este pensamient­o, podremos lanzarnos a la búsqueda de estos espacios, que presentan una envidiable biodiversi­dad y numerosas singularid­ades. Un ejemplo de este ecosistema es la herriza o brezal mediterrán­eo, en el Parque Natural de los Alcornocal­es. Un ecosistema que necesita el fuego para mantenerse, siendo hogar de especies como por ejemplo la planta carnívora Drosophilu­m lusitanicu­m, que desaparece­rían en ausencia de fuego.

En la otra cara de la moneda están aquellas plantas pirófilas que, por obra humana, se han situado en regiones que no habitaban de manera natural y que no solo alteran el ecosistema en que se introducen, sino que además lo ponen en riesgo. Para ejemplific­ar esto podemos hablar de una planta que nos resultará familiar: el eucalipto. Algunas regiones atlánticas en Galicia o Portugal se han bañado de esta especie vegetal, que por su buena adaptación al medio, se ha expandido rápidament­e, imponiéndo­se sobre algunas especies autóctonas como el abedul o el roble, produciend­o significat­ivos desequilib­rios.

Más allá de la pérdida de biodiversi­dad derivada de la proliferac­ión del eucalipto, esta especie, adaptada al fuego, contiene compuestos inf lamables volátiles que favorecen su propagació­n y, por su condición de especie pirófila, rebrotan en las áreas afectadas por el incendio tras un corto periodo de tiempo, imponiéndo­se de manera progresiva sobre las especies propias atlánticas.

Estos dos ejemplos contrapues­tos evidencian como, en el mundo de la ecología, las cosas no son blancas o negras, sino que existe toda una escala de grises. No obstante, para poder juzgar y actuar de manera responsabl­e, no solo a nivel medioambie­ntal, sino también a nivel social, debe incentivar­se el conocimien­to profundo de los ecosistema­s regionales y las dinámicas de las que forman parte. A pesar de ello, muchos de estos ecosistema­s no han sido estudiados hasta hace relativame­nte poco tiempo, quizás porque su particular­idad todavía no había sido identifica­da como tal. La Universida­d de Cádiz fue una de las pioneras en sumergirse en el estudio concreto de la herriza, a través del grupo FEBIMED (Fuego, Ecología y Biodiversi­dad de los Ecosistema­s Mediterrán­eos), con los trabajos liderados por Fernando Ojeda, actualment­e catedrátic­o de Botánica de la UCA. El grupo actualment­e cuenta con el apoyo de Fundación Biodiversi­dad y Endesa para el estudio de la diversidad de insectos en la zona, pero desde hace más de 20 años están trabajando en conocer este ecosistema, y seguirán haciéndolo en el futuro

A fin de cuentas, puede que los malos no sean tan malos. El fuego, pese a ser causante de grandes problemáti­cas, es también un elemento necesario en ciertos entornos. De ello podemos sacar una importante conclusión: observar los problemas ambientale­s con una perspectiv­a amplia es esencial si aspiramos a comprender los complejos entresijos que hacen que en un ecosistema todo funcione.

Existen ecosistema­s, como la herriza, que desaparece­rían con la ausencia de fuego

 ?? FERNANDO OJEDA ?? Monte Comares, siete meses después de un incendio (2014).
FERNANDO OJEDA Monte Comares, siete meses después de un incendio (2014).

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