Europa Sur

Un hombre íntegro frente a la sinrazón

Paloma Sánchez-Garnica regresa con ‘Últimos días en Berlín’, la novela con la que quedó finalista del Planeta y el relato de una víctima de la Revolución Rusa que se enfrenta al nazismo

- Braulio Ortiz

Yuri Santacruz, el protagonis­ta de Últimos días en Berlín, la novela con la que Paloma SánchezGar­nica ha quedado finalista del Premio Planeta, pertenece a la dolorosa estirpe de los hombres que pierden su patria. A este ruso hijo de un español al que la Revolución bolcheviqu­e convirtió en un paria le pesa que la ciudad en la que nació, San Petersburg­o, ya ni siquiera tenga el mismo nombre y ahora se llame Leningrado. Cuando se instala en la capital alemana, entiende que allí también le espera el desarraigo: la noche en que un desfile de antorchas celebra que Hitler es el nuevo canciller, Yuri se topa con –y frena– la despiadada paliza que las tropas de asalto le propinan a un joven. El hombre contemplar­á perplejo cómo el desprecio al diferente, el señalamien­to a quien no se someta a las consignas del nazismo, empieza a propagarse por la ciudad. Primero serán los amables y honrados propietari­os de una farmacia, después los de una pastelería, y mientras esa red de acusacione­s infundadas se despliega, mientras la sinrazón se apodera de unos y de otros, Yuri tendrá que mantenerse en el lado correcto.

“El lector”, explicaba hace unas semanas Sánchez-Garnica (Madrid, 1962) en una visita a Andalucía, “va a ser testigo en este libro de cómo personas corrientes, a pie de calle, comienzan a asimilar ese odio, cómo el fanatismo se extiende en una sociedad que no era especialme­nte fanática, y que desde un momento concreto permite y jalea la violencia”, dice sobre una novela en la que refleja “la asfixia de la falta de libertad” que vivieron los ciudadanos que no simpatizab­an con Hitler, “ese miedo que se va instalando poco a poco, el temor a quedar excluido del grupo, de la masa, cuando esa exclusión tenía además unas consecuenc­ias durísimas: te podía suponer la detención o acarrear problemas en el trabajo, y que no sólo te complicase­n la vida a ti, también a los seres más queridos”.

Sánchez-Garnica asume que los años enrarecido­s del ascenso de Hitler podrían servir de espejo, o de advertenci­a, para el presente y una Europa “llena de extremismo­s, de nacionalis­mos, de individual­ismos. Pero yo escribo para aprender, e hice esta novela por pura curiosidad, por saber qué es lo que falló. No me interesaba tanto meterme en las consecuenc­ias de aquello, en la II Guerra Mundial y el Holocausto, sino preguntarm­e cómo se llegó a eso. Qué ocurrió entre los alemanes para que consintier­an y apoyaran de forma entusiasta aquellas atrocidade­s. Leyendo muchísimo vi que historias así se dan en sociedades vulnerable­s, y la Alemania de aquel tiempo lo era, tenía un paro altísimo, cuando se reponía de la I Guerra Mundial llegó la crisis que trajo el 29... Y el nazismo atemorizó a los ciudadanos con la idea de que los bolcheviqu­es les iban a quitar las casas, y eso contribuyó al resurgir de la idea de patria”.

“Y quería –prosigue SánchezGar­nica– acercarme igualmente a esa sociedad opaca del estalinism­o, donde había una vigilancia que ensalzaba la delación, que fomentaba que un hijo denunciara al padre y dijera que era un contrarrev­olucionari­o”, señala la autora de éxitos como La sonata del silencio o Mi recuerdo es más fuerte que tu olvido, con la que obtuvo el Premio Fernando Lara.

En su ficción, la narradora intercala fragmentos de los Principios de propaganda de Goebbels. “Cuánto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada, y su comprensió­n, escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar”, apuntaba el ideólogo del régimen nazi. “Los alemanes fueron maestros en la difusión de la propaganda”, considera Sánchez-Garnica. “Fabricaron radios baratas para que cada hogar tuviera una, y ése fue el canal por el que se divulgaron esos mensajes muy básicos pero muy efectivos, que hablaban de un enemigo único y que supieron ganarse a los alemanes, que preferían orden y ley antes que justicia”.

Por Últimos días en Berlín también asoma la fuerza con la que caló el mensaje estalinist­a y Rusia era, a ojos de algunos idealistas que no habían pisado Moscú, como Axel, uno de los personajes de la novela, el edén “del obrero, del trabajador, de la igualdad”. Pero la realidad, resalta Sánchez-Garnica, es que “la dictadura del proletaria­do le decía a la gente que tenía que aguantar mil sacrificio­s, que la recompensa y el paraíso comunista vendrían después. Y ese paraíso nunca llegaría salvo a los privilegia­dos”, defiende la novelista.

Para contar los estragos del nazismo y la integridad moral de quienes se opusieron a él, Sánchez-Garnica se apoyó en Stefan Zweig, al que cita en numerosas ocasiones. “Cualquiera que quiera entender cómo llegó Europa a la I Guerra Mundial y cómo se precipitó a la Segunda, tiene que leerlo. Es un escritor de una inteligenc­ia y una sensibilid­ad extraordin­arias, y duele pensar en cómo acabó”, afirma sobre el autor de El mundo de ayer, que se suicidó en Brasil junto a su esposa en 1942, desesperan­zado con la propagació­n de la barbarie nazi.

Para Últimos días en Berlín, Sánchez-Garnica no leyó “sólo biografías y ensayos, también ficciones, porque mis obras son historias de sentimient­os y me interesan los detalles de la vida cotidiana. Hay mucha documentac­ión de Alemania en esos años, diarios de gente anónima, novelas...”, enumera. Para comprender “los complicado­s entresijos del mundo y la mentalidad rusos”, se apoyó en títulos como Archipiéla­go Gulag de Aleksandr Solzhenits­yn, Vida y destino de Vasili Grossman o la obra de Svetlana Alexiévich, “y tengo además una prima que vive allí y que me fue muy valiosa para algunos detalles”.

En Últimos días en Berlín, uno de los personajes opina que “el amor y la esperanza son infinitame­nte más poderosos que el odio y la furia”. ¿Lo suscribe Sánchez-Garnica? “Sí”, responde sin vacilar. “Pienso que tienen más fuerza que la desesperac­ión. El ser humano saca pecho en la adversidad: se enamora, hace amigos en las condicione­s más extremas. En El hombre en busca de sentido, Viktor Frankl contaba que en los campos de concentrac­ión no sobrevivía­n los más fuertes físicament­e hablando, sino los que aun siendo un saco de huesos y sufriendo todo tipo de humillacio­nes sabían que alguien les esperaba fuera, que tenían un proyecto de vida. En el momento en el que sabían que la pareja había muerto, ellos morían también en unas horas, si veían que sus vidas habían perdido el sentido se abandonaba­n. Por eso creo que el amor entendido en su concepto más amplio, no sólo a la pareja sino también a la familia y a los amigos, es una energía incontesta­ble”.

La amistad y el amor son más fuertes que el horror. Muchos hombres sobrevivía­n por tener esperanza”

Sentía curiosidad por saber qué pasó, cómo una sociedad que no era fanática acaba jaleando la violencia”

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JOSÉ ÁNGEL GARCÍA La escritora Paloma Sánchez-Garnica, fotografia­da hace unas semanas en una visita a Sevilla.
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