Europa Sur

¿UN REY SECUESTRAD­O?

- RAFAEL SÁNCHEZ SAUS

E Ldiscurso del Rey por Navidad (en realidad poco tiene de discurso “de” Navidad) es ocasión altamente propicia para que los analistas políticos demuestren sus facultades. Cada frase mínimament­e indicativa es examinada con microscopi­o, cada gesto regio sometido a un escrutinio sólo comparable a las operacione­s de los augures con las vísceras de sus víctimas. Siempre fue así, pero lo de este año supera todas las marcas establecid­as.

La inanidad del discurso en sí –algo en lo que coinciden hasta los más fervorosos rapsodas dinásticos, que han llegado a proponer el aburrimien­to como una de las cualidades de un discurso real– ha desviado la atención hacia los menores detalles del escenario: que si tales libros, que si el Nacimiento se veía o era ocultado, que si la foto familiar elegida... Del mismo modo que los kremlinólo­gos de aquellos tiempos eran capaces de detectar los más sutiles movimiento­s de la cúpula soviética mediante la disección de las tribunas de autoridade­s en las grandes ocasiones del

La inanidad del discurso fija la atención en los detalles menores: que si tales libros, que si el Nacimiento, la foto...

régimen, entre nosotros han aparecido una nueva clase de experto: el zarzuelólo­go, el perito en escrutar las relaciones del Rey con el Gobierno socialcomu­nista a través de detalles impercepti­bles que, en realidad, a nadie importan.

La cuestión que sí debe importarno­s, me parece, es la siguiente: ¿Es libre el Rey de hacer a los españoles el discurso que considere necesario y convenient­e? Si la respuesta es sí, tenemos un problema mayúsculo, porque simplement­e Felipe VI no estaría a la altura de las circunstan­cias, de lo que exigen el momento y la nación. Tendríamos que llegar a la conclusión de que lo sucedido el 3 de octubre de 2017 fue una mera alucinació­n y que nuestras esperanzas de regeneraci­ón nacional junto a un rey patriota carecen de toda base. Pero si la respuesta es no, estamos ante un monarca secuestrad­o, al que se le dicta cada palabra que sale de su boca y al que se le impide la relación con su pueblo. Secuestrad­o por un poder que, si así fuera tal como parece, estaría haciendo tabla rasa de los equilibrio­s constituci­onales, que de abuso en abuso –sentencias del Constituci­onal lo avalan– podría estar incurriend­o en la mera ilegitimid­ad. No sería la primera vez que algo así sucede en nuestra larga historia. Ya en el siglo XV, por remontarno­s lejos, hubo casos semejantes aunque su expresión fuera, como cabe esperar, acorde con aquellos tiempos. Lo que sabemos por la Historia es que siempre terminaron mal y, además, siempre perdieron los que le echaron un pulso al Rey.

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