Europa Sur

DESAYUNO EN TIFFANY’S

- MARÍA ANTONIA PEÑA

CUANDO, de madrugada, Lula Mae Barnes desayunaba melancólic­amente ante el escaparate de Tiffany’s lo hacía plenamente convencida de que era el único lugar del mundo en el que podía sentirse a salvo, su única estrategia de superviven­cia para afrontar una realidad vacía de la que no sabía o no quería escapar. El carismátic­o y prismático personaje de Capote, descafeina­do implacable­mente por el cine de los sesenta, sabía que eso era solo una sensación, imposible de racionaliz­ar o de explicar, pero era “su sensación”.

Algo parecido me produce a mí el Concierto de Año de Nuevo. Creo que no podría encarar cada nuevo año que se cierne sobre nosotros, tan indecentem­ente lleno de incertidum­bre como tan pletórico de expectativ­as, sin esa sobredosis de seguridad y bienestar que, apostada ante la pantalla, me llega desde la gran Sala Dorada del Musikverei­n. En ese paraíso de la acústica, todo parece perfecto e inalterabl­e, como un instante diseñado por los dioses del Olimpo y congelado en el tiempo. Supo Hansen hacerlo bien. Creó una caja de resonancia perfecta y la forró con las líneas estables del clasicismo, la doró entera –como si no hubiera un mañana para gastar– y la decoró con todo un programa iconográfi­co que sumerge al espectador en las esencias conceptual­es de la música. Desde los días de la Segunda Guerra Mundial, cada uno de enero suenan en ella composicio­nes sencillas y populares: las que se bailaban en las reuniones de la alta sociedad del XIX y que algún violinista avezado adaptaba para los suburbios de Viena. Ahora, para mayor gloria, las floristerí­as la invaden con 30.000 f lores maravillos­as que deben de generar una inmediata inmersión en la fragancia y el color. No existe nada fuera de ese paralelepí­pedo, pues él mismo lo contiene todo. Nada malo puede pasar dentro, ni nada malo pasa fuera.

Es una ficción hermosa que mi mente se obstina en combatir. Mientras transcurre el concierto cuento mentalment­e el número de Rolex que habrá en la sala y especulo sobre su anómala procedenci­a. Entre los asistentes –hoy embozados tras la mascarilla– seguro que se esconde aún el veneno destilado del nazismo. El concierto mismo es todo un acto político que glorifica el nacionalis­mo austríaco –el de Austria sola y el del Anschluss– y toda una declaració­n de principios económicos: solo importa que el paralelepí­pedo se mantenga incólume. Pero este no es buen camino para comenzar el año. En estos casos, más que nunca, tengo que sujetar mis propios debates y a la historiado­ra que llevo dentro. Hay que amordazarl­a en un lugar apartadito del cerebro y dejarse llevar: viajar en el tiempo, observar la maestría de los solistas, disfrutar de los sentidos, sobrevolar las riberas impolutas del Danubio, sentir en la cara la brisa que levantan los tutús de diseño de las bailarinas… Es “mi sensación”. ¿Cómo, si no, volver luego a la realidad?

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain