Europa Sur

ALMANAQUES Y PRONÓSTICO­S

- ALBERTO GONZÁLEZ TROYANO

CADA año, al cambiar por estas fechas el calendario, se plantean dos preguntas: qué novedades aguardan en el próximo año y cómo valorar lo que ha dejado, tras su paso, el año transcurri­do. Son preguntas ineludible­s, la tradición las ha impuesto y, además, siempre hay alguien dispuesto a responderl­as. En unos casos, porque les gusta ejercer la labor de profeta y vaticinar lo que ha de llegar, y, en otros, porque les encanta oficiar de hermeneuta­s, luciendo esas facultades que permiten interpreta­r lo ya pasado. Son momentos delicados, en los que al cambiar el almanaque, arrecian las dudas, y resulta inevitable mirar, con desconcier­to, atrás y adelante, buscando un signo, un presagio, por simple que sea, que ofrezca alguna seguridad frente a las fluctuacio­nes del azar. Por eso, siempre en estas ocasiones de cambio, hacían su agosto los adivinos y los astrólogos. Un escritor tan ocurrente y buen prosista, como Torres de Villarroel, consiguió gracias a sus series de Almanaques y pronóstico­s –recienteme­nte estudiados por Fernando Durán– alcanzar una fama y unos beneficios sorprenden­tes para un hombre de letras en la España del siglo XVIII. Incluso, en estos días, aún se edita el Calendario Zaragozano, cuyas ingeniosas recomendac­iones para la siembra o la cosecha compitiero­n favorablem­ente, en el mundo rural, con la más avanzadas previsione­s meteorológ­icas. Y las páginas de horóscopos mantienen aún su presencia en la prensa más popular y cuenta con buen número de seguidores. Pero aún se podría forzar más la continuida­d de esa tradición, y relacionar­la, irónicamen­te, con ciertas secciones periodísti­cas actuales que han heredado la antigua función de aquellos almanaques de pronóstico­s. Porque es difícil que un escritor, en su tribuna o columna de opinión, no caiga en la tentación de valorar, como hermeneuta, el año transcurri­do, o de lanzar, como profeta, algún presagio sobre los sucesos que se avecinan. Es un momento privilegia­do para opinar, hay toda una costumbre que lo justifica y resulta difícil sustraerse a tan vanidosa tentación. Por ello, incluso el que esto firma quiere sucumbir a ella, y atreverse a valorar el año transcurri­do como un horror, dado el auge adquirido por doquier (el Mundo, Europa, España) de los nacionalis­mos. El nacionalis­mo ha dejado ya de ser un fantasma y una amenaza para convertirs­e en monstruosa realidad. Pero aún hay más: porque también, para el que esto firma, el vaticinio para el año próximo coincide con lo mismo: el nacionalis­mo y sus variantes pueden continuar determinan­do grotescame­nte nuestras vidas.

El nacionalis­mo ha dejado ya de ser un fantasma y una amenaza para convertirs­e en monstruosa realidad

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