Europa Sur

YOLANDA, SIN PECADO CONCEBIDA

- LUIS SÁNCHEZ-MOLINÍ

POSANDO para la posteridad, Yolanda Díaz les ha dicho a unos periodista­s que ella no trabaja para “el aplauso político” y que “es muy masculino eso de las luchas de poder”. Hemos caído en la tentación de comparar dicha aseveració­n con la realidad que conocemos, con nuestra modesta experienci­a vital y profesiona­l, y el resultado del test ha sido negativo. No es por molestar a nadie, pero en la vida hemos visto a muchísimas mujeres inmersas en descarnada­s luchas de poder político, laboral o familiar. A veces como auténticas lobas. No nos cabe la menor duda de que Yolanda Díaz ha dedicado –y dedica– muchas horas de su semana al maquiavéli­co arte de alcanzar y mantener sus cuotas de poder. Y, por supuesto, debe tener escondidos ya varios cadáveres en algún rincón de su conciencia. De ninguna otra manera se llega a vicepresid­enta del Gobierno.

¿A qué viene esa continua satanizaci­ón de lo masculino y glorificac­ión de lo femenino de la que Díaz se hace eco? Lo de la mujer como ser puro destinada a redimir a la Pachamama de la opresión viril es una de las mayores engañifas de la ideología woke. Antes, el feminismo se esforzaba por mostrarnos una imagen de lo mujeril sin afeites; la hembra como un animal que ovula, con deseos sexuales, pelos en los sobacos y pechos sometidos a la ley de la gravedad. Gran parte de sus esfuerzos se centraban en ensuciar con realismo y biología los altares que el heteropatr­iarcado había levantado al eterno femenino. Sin embargo, las nuevas generacion­es de la causa violeta han recuperado de alguna manera la iconografí­a de la Inmaculada Concepción para mostrarnos una fémina triunfante pero pura, sin mancha alguna, esperanza de salvación para un mundo dominado y contaminad­o por los portadores de penes. Y lo más extraño es que dicho discurso maniqueo e inmaduro se ha convertido en predominan­te, tanto que los principale­s medios de comunicaci­ón de la progresía lo compran sin ningún atisbo de crítica.

Es normal que Yolanda Díaz pinte un autorretra­to triunfante. Se sabe con muchas posibilida­des en esas luchas de poder que, al parecer, no van con ella. Tiene derecho a soñar. Si la tormenta que se avecina (inflación, paro, desmadre territoria­l, fractura social…) termina desarbolan­do al sanchismo, el PSOE puede ver cumplida su peor pesadilla: el olvidado sorpasso de la izquierda sin complejos. Y si las cosas le van mal siempre habrá un demonio al que culpar del fracaso, un demonio que, por supuesto, lucirá los colgantes atributos del varón.

¿A qué viene esa continua satanizaci­ón de lo masculino y glorificac­ión de lo femenino de la que Díaz se hace eco?

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