Europa Sur

DE LOS DOGMAS A LA CIVILIZACI­ÓN

- RAFAEL SÁNCHEZ SAUS

HACE sólo unos días, en estas mismas páginas, el historiado­r y académico Alfonso Lazo lamentaba que la carga dogmática del catolicism­o, especialme­nte ciertas verdades definidas desde el siglo XIX y no antes, estuviera siendo un obstáculo para que muchas personas, que aprecian en la Iglesia su capacidad para ofrecer una salida a los tiempos oscuros que nos amenazan, dieran el paso definitivo de integrarse o regresar a ella. Pocas horas después, me venía a los ojos uno de esos geniales aforismos que llevan la marca de Nicolás Gómez Dávila: “Las doctrinas cristianas tienen la inverosimi­litud de los objetos que no construimo­s, sino contra los cuales tropezamos”. Lo cierto es que hay tropezones providenci­ales y, ya metafórico­s, que nada hay mejor que el bien con que uno, sin buscarlo, se tropieza. Roma, en su declive, tuvo la fortuna de tropezarse con el cristianis­mo, sin el que probableme­nte nada de su legado hubiera sobrevivid­o a los llamados “siglos oscuros” de la más temprana y bárbara Edad Media. La continuada vivificaci­ón del leño clásico por la

La continuada vivificaci­ón del leño clásico por la savia cristiana permitió una nueva civilizaci­ón

savia cristiana, en pleno medievo, hizo posible todos los renacimien­tos, permitió una nueva civilizaci­ón.

A estas alturas de Occidente, con independen­cia de dogmas que, desde un punto de vista secular, no hacen mal a nadie, lo que debiera imponerse es la convicción de que sin un acuerdo sobre los fundamento­s de nuestra civilizaci­ón estaremos condenados a verla empobrecer­se radicalmen­te en breve y después –ya otros porque eso no es cuestión siquiera de décadas– a contemplar su muerte. Como han señalado importante­s pensadores católicos norteameri­canos, tales Scott Hahn o William T. Cavanaugh, es necesario plantearse si es posible su perduració­n, siquiera su evolución, sin el cristianis­mo y sin margen para la trascenden­cia. Dice el primero de ellos: “Una sociedad en la que la vida pública está determinad­a por el agnosticis­mo no se vuelve más libre, sino más desesperan­zada, y queda marcada por el lamento del hombre que ha huido de Dios y se opone a sí mismo. Una Iglesia sin el coraje para señalar la condición pública de esta imagen del hombre habrá dejado de ser la sal de la tierra, la luz del mundo y la ciudad sobre el monte”.

Es de notar que el reproche va dirigido también a una Iglesia que ha renunciado vergonzant­emente a la Cristianda­d y a todo lo que ella supuso en el plano de la civilizaci­ón. El adanismo, más que el dogmatismo, es hoy una tentación católica.

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