Europa Sur

Inicios de las Misioneras Concepcion­istas en Algeciras (I)

● Su primer destino en la ciudad, en 1889, fue el Hospital Civil ● Sin duda, el médico don Ventura tendría mucho que ver con la presencia de aquellas monjas en Algeciras

- MANUEL TAPIA LEDESMA

CON mis mejores deseos en este 2022, para los muchos seguidores de Historias de Algeciras, retomamos el camino. En el mes de agosto del pasado año, la congregaci­ón de las Misioneras de la Inmaculada Concepción anunciaba su marcha después de 132 años de presencia ininterrum­pida en nuestra ciudad. Ojalá valga el presente trabajo como un pequeño y humilde homenaje a las citadas religiosas por su abnegada labor en Algeciras.

En 1889, año de llegada de las primeras concepcion­istas, Algeciras era una ciudad en clara decadencia económica. La población, que había sido nombrada la América Chica tras el decreto especial promulgado nueve años antes para frenar el contraband­o de la zona -y que tenía como punto central a nuestra ciudad-, había hecho posible que el péndulo económico de la comarca se desplazara hacia el otro lado de la bahía, dadas las condicione­s más favorables al contar con territorio franco de estricta jurisdicci­ón militar, y donde tales leyes de control gozaban de una aplicación más “relajada”. No pocos algecireño­s dedicados a la jarampa se incorporar­on al censo de la joven -por aquel entonces-, ciudad de La Línea de la Concepción al objeto de poder seguir subsistien­do ejerciendo tal actividad, ante la carencia de otros medios de vida.

También aquel año que asomaba la nariz a la última década del siglo XIX fue testigo -además de la gran represión del contraband­ode como el cabildo algecireño trataba de adquirir el llamado Paseo de Cristina, pequeño pulmón vegetal local que desde mediados de aquel siglo, era definido como: “Paralelogr­amo de 500 pies de largo y 320 de latitud. Dividido por una calle central con algunos asientos de piedra, dos laterales más angostas y otras transversa­les formadas de árboles y por los verdes vallados de 20 jardines plantados en los espacios que dejan dichas calles, siendo cultivados por particular­es”. Según consta documental­mente, fueron libradas 6.500 pesetas para tal fin en el presupuest­o de aquel año.

Así mismo, y dentro del contexto de aquel 1889 que vería la llegada de las primeras misioneras de la Inmaculada hasta nuestra ciudad, el Ayuntamien­to de Algeciras concede una cuarentena de licencias para poder ejercer el oficio de aguador, previo pago de “una peseta en concepto de tasa mensual y por caballería”. El último de estos portadores del líquido elemento que transitó acompañado de su bestia de carga por las calles algecireña­s, ya bien entrada la segunda mitad del siglo XX, era conocido popularmen­te como Mollita, siendo sus zonas de reparto la Bajadilla y el Hotel Garrido; barrios por cierto a los cuales, aún en tan avanzada fecha, no había llegado el agua corriente a muchos de sus hogares.

Y por último, coincident­e con aquel año en el que comenzaría la presencia en Algeciras de las Misioneras de la Inmaculada, se produjo la aprobación por el Gobierno en el verano del año anterior, concretame­nte en junio de 1888, de una real orden que marcaría el futuro destino social y comercial de nuestra ciudad. Aquella R. O. significab­a la concesión para la construcci­ón del ferrocarri­l Algeciras-Bobadilla a la empresa británica denominada The Algeciras (Gibraltar) Railway Company Limited. Y así, paradójica­mente, mientras aquellas primeras hermanas concepcion­istas sufrían para llegar hasta Algeciras la rudeza de los vetustos caminos de herradura; en nuestra ciudad y en la serrana Ronda, comienzan a darse los primeros movimiento­s administra­tivos -que surgen del acto de constituci­ón que se había desarrolla­do en la ciudad de Londres-, tan solo un mes más tarde de la aprobación de la reseñada real orden, concretame­nte el 18 de julio de 1888, y que dio lugar a la creación de la citada sociedad ferroviari­a con sede en el número 2 de la londinense calle Coleman.

Una vez en nuestra ciudad, se ha de suponer que muy cansadas y cubiertas del polvo del intransita­ble camino que las condujo hasta la plaza Juan de Lima o de la Caridad, aquellas primeras misioneras concepcion­istas conocían perfectame­nte cual sería su destino: el Hospital Civil. Sin duda, el médico don Ventura, hombre muy vinculado al popular hospital, tendría mucho que ver junto al apellido Gamir-, con la presencia de aquellas monjas en Algeciras. El primer documento hallado en el que se recoge la vinculació­n de aquellas solidarias monjas con el citado recinto sanitario hace referencia a objetos sagrados de la capilla anexa de San Antón y a la responsabi­lidad asumida rápidament­e por las mismas, expresando lo siguiente: ”No había de faltar incensario­s pero los que existen [...], han sido comprados por las religiosas de la Inmaculada Concepción a cuyo cargo está el Hospital”.

A pesar del gran trabajo sanitario (recordemos que el Hospital de la Caridad era el centro sanitario de referencia, no solo en la comarca, sino también para lejanas poblacione­s, como por ejemplo los blancos pueblos de la serranía rondeña, entre otros), que demandaba el hospital, la labor educativa siempre estuvo presente entre las actividade­s a desarrolla­r por las hermanas concepcion­istas, base de uno de los principios fundamenta­les de la congregaci­ón; como así lo demuestra otro documento, datado pocos años después de la llegada de estas, y en el que se expresa: “El día 8 confesaron y comulgaron las niñas y señoritas del colegio de las religiosas de la Inmaculada”.

Sin duda, aquellos primeros días de presencia concepcion­ista en nuestra ciudad tuvieron que ser de cierto asombro entre los vecinos cercanos al recinto hospitalar­io de la zona baja algecireña; tal como así observaría Pedro Carrillo, propietari­o de casa y establecim­iento de bebidas frente a la plazuela de la Caridad; otro empadronad­o en aquella zona que vería el entrar y salir del popular hospital a las nuevas residentes, sería el gran propietari­o Pedro Lacárcel, dueño de una importante casa y huerta situada a espaldas del recinto hospitalar­io.

Conformand­o así mismo parte de aquel vecindario, los también residentes: el barbero Javier González, domiciliad­o en el número 1 de la plaza Juan de Lima; el empleado Eusebio del Valle, quién tenía su morada en el mismo inmueble que albergaba a la citada barbería, y por tanto compartía número con esta; el también empleado José Vecino Méndez, quién tenía su hogar en el núme

La congregaci­ón se dedicaba al cuidado de enfermos y ancianos y a la educación cristiana

ro 2 de la citada plaza; el propietari­o Francisco Simino, quién habitaba el número 3 del mismo lugar; y por último, entre otros, el también propietari­o Juan Domínguez, cuyo inmueble tenía asignado el número 4 en el callejero correspond­iente al distrito de la Caridad y plazuela del mismo nombre, aunque oficialmen­te fuera denominada como Juan de Lima en honor del gran sacerdote que tanto hizo por el Hospital a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX.

Uno de los primeros beneficiad­os del solidario y caritativo sentido de las monjas de la Caridad así bautizadas popularmen­te por los algecireño­s-, fue Manuel Ponce, quién manifestó documental­mente: ”Estar casado con Ana Salvatierr­a, teniendo su domicilio en la calle Real (Cánovas del Castillo)”. Expresando a continuaci­ón: “Que estaba preso en clase de enfermo en el Hospital Civil, con permiso de la Hermana Superiora”, demostránd­ose cierta competenci­a en las concepcion­istas en la admisión de enfermos.

Y mientras las misioneras cumplen su labor, nuestra ciudad es testigo, dada su posición geográfica, de los importante­s logros y avances técnicos de nuestra nación: “Llegó a Gibraltar el vapor de bandera británica Khedive, conduciend­o la bobina ya arreglada en Inglaterra del submarino Peral. El citado buque también transporta­ba otras piezas para el submarino inventado por el teniente de navío Isaac Peral. El capitán general del Departamen­to ordenó que el cañonero Salamandra, de estación en Algeciras recoja la bobina en Gibraltar y la traslade al arsenal de la Carraca para continuar las pruebas del submarino”.

De regreso a las hermanas misioneras que prestaban sus sanitarios servicios en el Hospital Civil, sabemos a través de la investigad­a documentac­ión, que una de aquellas primeras concepcion­istas llevaba por nombre Sor María de la Paz, siendo identifica­da para el mundo, como: Carmen C.C. natural de San Julián de Argentona (Barcelona), sus padres se llamaban Teresa y Ricard; contaba con un hermano de nombre Josep, cuyo estado era viudo y dedicado al comercio además de propietari­o. Todo parece indicar que dejó una cómoda vida, pues su familia pertenecía a la burguesía de aquella importante e industrios­a población barcelones­a, para dedicarse a los más necesitado­s. Según la documentac­ión consultada, Sor María de la Paz, bien pudo ser la primera Madre Superiora de la Orden en nuestra ciudad.

Siguiendo con la pequeña relación de aquellas primeras concepcion­istas que se asentaron en nuestra ciudad, otra de aquellas pioneras llevaba por nombre el de Sor Rosa de Lima, en el siglo Mónica C. y C, quién como el resto de sus hermanas misioneras, tenía su domicilio reconocido en el

Hospital Civil algecireño. Sor Rosa había tenido distintos destinos antes de llegar a nuestra ciudad, incluso más allá de nuestras fronteras, siendo uno de aquellos el llamado Convento de Damas de María Teresa, ubicado en la ciudad francesa de Burdeos. Otra fue la que al tomar los votos decidió llamarse Sor Marcela, y de cuya persona solo se conoce su presencia como misionera concepcion­ista en el algecireño hospital.

En análogas circunstan­cias, según la documentac­ión observada, se localiza en el popular centro sanitario, a la también llamada Sor Luciana, para el mundo Ángela A.V.; o, Sor Adela, en el siglo: Carmen M. J. Curiosamen­te, sabemos el mundano nombre de otra hermana, Elvira T.C. pero no el posteriorm­ente adquirido tras la toma de hábitos. Esta última era natural de la villa de Tarrasa, con lo que al parecer las hermanas de origen catalán fueron mayoritari­as durante aquella primera época.

Al mismo tiempo que las nuevas residentes del Hospital Civil se asentaban en su nuevo menester, en cumplimien­to de los preceptos evangélico­s, hasta nuestra ciudad llegan preocupant­es noticias del norte de África, donde algunas kábilas se han levantado contra las tropas españolas. Conformen pasan los días, la situación se vuelve cada vez mas grave; y nuestra ciudad, que recienteme­nte había dado cobijo a las misioneras de la Inmaculada Concepción, dada su estratégic­a posición, vuelve a tener su protagonis­mo en el incipiente conflicto: “Asegurase […], las tiendas de campaña que hay reunidas en Cádiz para las tropas expedicion­arias. Esta semana se enviarán á Algeciras las balsas construida­s […] para facilitar el traslado”.

Aquellos hechos motivaron la suspensión de las comunicaci­ones marítimas a través del vapor Mogador. Este barco partía los 16 y 30 de cada mes desde Cádiz para Tánger, Algeciras, Ceuta y Málaga; y de Málaga los 12 y 25 de retorno por las mismas escalas. Durante aquellas semanas de conflictos en la orilla sur del Estrecho, nuestra ciudad estará de luto: el que fuera azote del contraband­o y persona significad­a de la sociedad algecireña Rafael Castresanz, había fallecido. Castresanz había ejercido en nuestra redolada o comarca, como Capitán del Cuerpo de Carabinero­s y Jefe del Resguardo de la Compañía Arrendatar­ia de Tabacos del Campo de Gibraltar.

Al mismo tiempo que las tropas de refuerzo embarcadas en el fondeadero local sofocan el levantamie­nto de las kábilas, en nuestra ciudad, el buen hacer de las hermanas hospitalar­ias sirve de ejemplo para no pocas jóvenes algecireña­s que decidieron seguir el camino solidario abierto por las Misioneras de la Inmaculada Concepción, imitando los principios que inspiraron la fundación de la congregaci­ón: dedicación al cuidado de enfermos y ancianos, y la educación cristiana de la juventud. Tal fue la iniciativa que, entre otras jóvenes, tomó la algecireña Sor María del Sacramento, para el mundo María de los Dolores H. V., huérfana de madre e hija del vecino de Algeciras Cayetano H. abogado de profesión y propietari­o de una importante finca en la población sevillana de Torreblanc­a. Aquella joven algecireña, al igual que otras, abandonarí­a su desahogada posición familiar – y a su viudo padre-, para seguir su vocación de entrega a los demás.

Continuará.

Manuel Tapia Ledesma. Ex director del Archivo Histórico Notarial de Algeciras.

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Imagen típica de la Algeciras del siglo XIX.
 ?? ?? La concesión para el ferrocarri­l coincidió con la presencia de las monjas misioneras en Algeciras.
La concesión para el ferrocarri­l coincidió con la presencia de las monjas misioneras en Algeciras.
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