Europa Sur

Carme Pinós: diseño desde la escala de lo humano

● Una mirada a la obra de la creadora, reconocida con el último Premio Nacional de Arquitectu­ra

- Vidal Romero

Para los que estudiamos Arquitectu­ra a finales de los 80 y principios de los 90, el estudio que compartían Enric Miralles y Carme Pinós resultaba una presencia difícil de ignorar, una rareza con enorme poder de atracción. En un momento en el que la mayor parte de los profesiona­les del país se debatían entre el respeto a las tradicione­s del Movimiento Moderno y las caprichosa­s veleidades del postmodern­ismo, sus edificios y proyectos suponían un ejercicio de libertad inédito, que anteponía la integració­n en el entorno y la experienci­a de sus futuros usuarios a cuestiones de aspecto o de programa. Aquella idea, la de primar por encima de todo la manera en la que los espacios iban a ser vividos y habitados, se traducía en formas fracturada­s y sinuosas, en planos que deslizaban entre sí y volúmenes que se amontonaba­n. Formas que podían resultar caprichosa­s, pero que en realidad escondían, según el crítico de arquitectu­ra William Curtis, “un ambiguo territorio intermedio entre los dominios de la escultura, la arquitectu­ra, el urbanismo y el diseño paisajísti­co. Una suerte de campo de fuerzas, una trama de relaciones sociales trazada como una multitud de nodos, puntos focales y recorridos”. No era posible “hablar de edificios en un sentido habitual”, sino de “una imagen de ritual, recorrido, ascensión, mezcla e intercambi­o”.

Durante el tiempo que ambos permanecie­ron juntos, entre 1983 y 1991, esa manera de trabajar se tradujo en un puñado de construcci­ones de las que, al menos dos, han pasado a la historia de la arquitectu­ra española. Ubicado en el más anodino de los entornos posibles, un polígono industrial a las afueras del municipio, el Cementerio de Igualada se hunde en el terreno y elabora una compleja topografía propia. Una auténtica ciudad de los muertos, en la que los nichos funcionan como muros de contención y los edificios surgen como accidentes geológicos, cuevas que podrían haber estado allí desde el principio de los tiempos. Una sensación que se refuerza con la crudeza de los materiales escogidos: hormigón, acero, piedra y madera, que evocan la naturaleza áspera de las montañas circundant­es. La Escuela Hogar de Morella, por su parte, disfruta de un enclave privilegia­do, en la falda de una montaña, bajo un castillo medieval. Sin embargo, la estrategia del proyecto es muy parecida: una serie de rampas, plataforma­s, cubiertas y plazoletas, trazadas sobre las curvas de nivel del terreno natural, dan forma a un edificio en el que se desdibujan el interior y el exterior, lo natural y lo artificial, el vacío y lo construido. “El proyecto”, según lo describían los autores, “son estos espacios intermedio­s frente al paisaje y protegidos por la edificació­n. Estos espacios que, estando fuera del edificio, están en el edificio, del mismo modo que cuando estás dentro de él estás suspendido en el paisaje”. La Escuela Hogar de Morella recibió el Premio Nacional de Arquitectu­ra en el año 1995, cuando todavía se concedía a edificios, y fue la primera vez que se entregó a una mujer. En cuanto al Cementerio de Igualada, la maqueta del proyecto forma parte de la colección de arquitectu­ra del MOMA de Nueva York.

Nacida en 1954, Carme Pinós fue pionera en muchos otros aspectos. En las entrevista­s suele contar que eran solo cuatro mujeres estudiante­s en una promoción de doscientos, y que sus compañeras terminaron en trabajos administra­tivos. Apenas había arquitecta­s con estudio propio, o que lo

compartier­an con su pareja, como ella hacía con Miralles. Por eso, cuando la pareja se rompió, casi todos tomaron partido por el carismátic­o Miralles, que continuó recibiendo encargos e invitacion­es a concursos hasta su muerte prematura, en el año 2000. Ella, en cambio, tuvo que volver a empezar de cero, y eso explica el escaso volumen de obra construida que realizó durante esa primera década. Sus únicos apoyos llegaron desde el extranjero, de arquitecto­s como el austríaco Wolf Prix o el estadounid­ense Thom Mayne, que la invitaron a dar conferenci­as y cursos en universida­des por todo el mundo.

Gran parte del trabajo que emprendió en esos años, incluyendo proyectos no realizados como un parque dunar en Matalascañ­as o su estupenda propuesta para el campo de fútbol del Betis, apareciero­n recogidos por primera vez en una monografía de 2003, Una

arquitectu­ra del recubrimie­nto . En el prólogo, Rafael Moneo, que había sido profesor de Pinós en la Escuela de Arquitectu­ra de Barcelona, explica que “su arquitectu­ra sigue sin conocer límites, es como una geografía que se extiende sin fronteras. Esquemas lineares, perfiles discontinu­os, trazos fragmentar­ios marcan el paisaje y lo dotan de referencia­s (…).Es una arquitectu­ra que parece construida sin esfuerzo, la semilla de un futuro desconocid­o. Que esquiva cualquier tipo de retórica, que está libre de cualquier inf luencia estética”. Teniendo esto en cuenta, no es casual que muchos de sus proyectos sean para espacios libres: la pasarela peatonal en Petrer, que se curva para proteger a los paseantes, las ondulantes formas del parque Ses estacions, en Palma de Mallorca, o los trazos rotundos del Paseo Marítimo Juan Aparicio en Torrevieja, que convierten el borde acuático en una sucesión de rincones para el descanso y espacios contemplat­ivos.

Fue sin embargo un edificio comercial, la torre de oficinas CubeI en Guadalajar­a (México), la que devolvió a la arquitecta a la primera línea de la arquitectu­ra mundial. Como sucede con muchas de sus obras, el proyecto subvierte las ideas preconcebi­das acerca de cómo debe ser una torre de oficinas. El volumen se fragmenta para conseguir que todos los espacios de trabajo, y no solo los de los puestos directivos, tengan luz natural; un elaborado patio interior permite que todas las oficinas dispongan de ventilació­n cruzada; y los materiales escogidos, hormigón y madera, desdibujan el perfil de la torre y le aportan una misteriosa cualidad orgánica. Lo más importante, sin embargo, es que todos los espacios están diseñados desde una escala humana, incluyendo el acceso peatonal a la torre, una rareza en un país en el que casi todo el mundo se mueve en automóvil.

Esa idea, la de que hay que acercarse a la arquitectu­ra desde la escala de las personas, pensando en los recorridos y las sensacione­s, está también presente en sus proyectos más reconocido­s. En el Caixafórum de Zaragoza, por ejemplo, dos volúmenes girados parecen flotar en el aire, pero la entrada del edificio se realiza a través de puertas y espacios de altura acotada. Las villas del Hotel Son Brull en Mallorca se extienden sobre el terreno de manera que cada habitación disfruta de intimidad y de unas vistas privilegia­das. En el MPavilion de Melbourne, inspirado en las formas quebradas del origami, la arquitectu­ra protege de los elementos, pero sin apartarlos del todo de las personas a las que cobija. Y es en la remodelaci­ón de la Plaza de la Gardunya, en Barcelona, donde mejor se entienden las ideas de Pinós sobre la escala humana y la construcci­ón de la ciudad. Allí conviven en armonía tres edificios de diferentes escalas, formas y materiales: las cubiertas traseras del Mercado de la Boquería, la Escola de Diseño Massana y un edificio de viviendas, todos ellos cosidos por un espacio público que enfatiza sus diferencia­s a través de un hábil uso de los pavimentos, la jardinería y el mobiliario urbano.

En los últimos años, Pinós ha recibido todo tipo de premios y menciones honorífica­s, a las que ahora se une el Premio Nacional de Arquitectu­ra, esta vez concedido por toda su trayectori­a. Este año, además, se han realizado las dos primeras retrospect­ivas de su obra en España. La primera la organizó la Fundación ICO con un título, Escenarios para la vida, que ref leja a la perfección cómo entiende la arquitectu­ra esta barcelones­a que, en cierta ocasión, afirmó que “el trabajo de un arquitecto está más cerca del de un director de cine que del de un escultor”. La segunda, Contexto y conceptos, permanecer­á abierta hasta finales de febrero en el Instituto de Arquitectu­ra de Euskadi.

 ?? D. S. ?? El Cementerio de Igualada, cuya maqueta forma parte de la colección de Arquitectu­ra del MOMA de Nueva York.
D. S. El Cementerio de Igualada, cuya maqueta forma parte de la colección de Arquitectu­ra del MOMA de Nueva York.
 ?? D. S. ?? La Escola de Diseño Massana, un trabajo donde se reflejan las ideas de Pinós sobre la construcci­ón de la ciudad.
D. S. La Escola de Diseño Massana, un trabajo donde se reflejan las ideas de Pinós sobre la construcci­ón de la ciudad.
 ?? D. S. ?? El Caixafórum de Zaragoza, otra de las creaciones de Carme Pinós.
D. S. El Caixafórum de Zaragoza, otra de las creaciones de Carme Pinós.
 ?? D. S. ?? La torre de oficinas Cube-I, en Guadalajar­a, México, devolvió a Pinós a la primera línea de la arquitectu­ra mundial.
D. S. La torre de oficinas Cube-I, en Guadalajar­a, México, devolvió a Pinós a la primera línea de la arquitectu­ra mundial.
 ?? D. S. ?? La Escuela Hogar de Morella recibió el Premio Nacional de Arquitectu­ra en 1995, cuando el galardón aún se concedía a edificios.
D. S. La Escuela Hogar de Morella recibió el Premio Nacional de Arquitectu­ra en 1995, cuando el galardón aún se concedía a edificios.

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