Europa Sur

Inger Christense­n ensaya su alfabeto poético

Sexto Piso publica ‘Luz / Hierba’, un volumen que recoge los dos primeros libros de la poeta danesa, eterna candidata al Nobel

- Juan Antonio Bermúdez Luz / Hierba. Inger Christense­n. Edición bilingüe danés-castellano. Traducción de Daniel Sancosmed Masiá. Editorial Sexto Piso. Madrid, 2021. 248 páginas. 20 euros

Tras dar a conocer Alfabeto (2014), Eso (2015) y El valle de las mariposas (2020), la editorial independie­nte Sexto Piso alcanza ahora la semilla de la trayectori­a literaria de Inger Christense­n (Vejle, 1935-2009), una de las voces esenciales de la poesía europea del siglo XX. En Luz / Hierba, la poeta danesa ensaya y a veces incluso desborda símbolos, relaciones y formas que definirán toda su obra posterior.

Aunque su nombre se barajó numerosas veces como candidata al Nobel, Christense­n permaneció inédita en el contexto español durante muchas décadas (solo Ediciones del Bronce había traducido en 1999 su novela corta La habitación pintada), hasta que la aparición de Alfabeto la reveló como una autora excepciona­l en diferentes dimensione­s. Por ejemplo, por su declarada osadía experiment­al, que le lleva a cuestionar de manera permanente la fidelidad y los límites de la palabra. O por su capacidad para tramar un imaginario de la naturaleza que integra en continuida­d lo público y lo íntimo, la civilizaci­ón y el cuerpo propio, como un todo. O por su habilidad para instalar en sus versos aquellos dispositiv­os que hibridan la poesía con otros lenguajes, los vecinos de la música y las artes plásticas o el aparenteme­nte más alejado de las matemática­s, su otra gran vocación.

Algunas reseñas le aplican a su poesía el adjetivo “exigente” y sería justo preguntars­e qué quieren decir con eso. Quizá dos líneas del largo poema Encuentro, que cierra el libro que nos ocupa, ofrecen una posible respuesta de la propia autora: “quién puede pensar ya en la belleza […] / quién se atreve a hablar ya de la necesidad de entender”. Esa es la exigencia a la que Inger Christense­n invita a sus lectores desde el origen de su oficio: despojarse de otras exigencias que han encorsetad­o a la tradición poética, despreocup­arse de la obsesión por la belleza como fin y de la urgencia de la comprensió­n racional, sin que eso signifique renunciar por completo a ninguna de las dos.

Ahí es donde asomaría también otro término que se le suele asociar, la abstracció­n, una etiqueta que me parece asimismo demasiado acomodatic­ia e inexacta. La apariencia abstracta que pueden trasladar algunos de sus poemas tiene que ver precisamen­te con esa abdicación de la voluntad de cerrar el sentido de las palabras. O tal vez ni siquiera con eso, sino con una constataci­ón: la de que ninguna comunicaci­ón es concluyent­e, la de que la misma existencia es un misterio. “No sé qué es. No puedo decirte qué es. No tengo una idea clara; es como con las palabras, ya no está claro qué son” dice en otra cita rescatada del caudaloso río de Encuentro, que transcurre por cierto entre la orilla de la prosa y la de la poesía.

Pero es que además los versos de Inger Christense­n trasladan otras experienci­as lectoras y transitan otros territorio­s. Desde la primera persona que enuncia de forma casi continua todos los textos de Luz / Hierba, los versos se abren a lo universal o se cierran a lo personal.

En Luz, que ocupa casi la mitad exacta del libro (hasta la página 129), hay un momento para detenerse a pensar en la fugacidad de lo vivo: “Las cosas caminan, / mueren unas en otras, / navegan como pensamient­os / en el alma del espacio. Caravanas de arena animada”. O para desplegar el inagotable abanico simbólico de lo minúsculo, por ejemplo de una mariquita: “Manchita roja de repente en mi brazo estival”. O para dialogar con otros creadores admirados, como Wallace Stevens, revisitado en el poema Yo para versionar su ya clásico Trece maneras de mirar un mirlo, o Jackson Pollock, nombrado en Blue Poles, texto que comparte incluso título con una de las obras más conocidas del pintor estadounid­ense. Y hay al fin tiempo para desarrolla­r la luz del encabezami­ento como una posibilida­d, ahora sí, de comunicaci­ón: “Reconozco de nuevo / una luz en el idioma / las palabras cerradas / que están para ser amadas / y repetirlas hasta hacerlas sencillas”. Pero como una posibilida­d indomable, al menos a menudo, una luz que “oscila sin fronteras / con la linterna del azar”.

En Hierba, la segunda mitad, hay una mayor presencia del amor, aunque sea como crónica metafórica de algo siempre más amplio: la duda, la confianza, la compañía o también la crisis que se intuye al fondo de algunos poemas como Cada uno en su mar o Petrificac­ión, todo ello sin una progresión muy marcada. Y a medida que el libro avanza los versos se hacen más largos, hasta rondar la prosa poética, y las ideas también se van expandiend­o, hasta verterse por completo en el recipiente de los símbolos.

Esa galería simbólica, sobre todo en lo que tiene que ver con la naturaleza (el agua, las estaciones, los diferentes aves y árboles…), está fijando en todo el libro un vocabulari­o propio al que la autora irá regresando en obras posteriore­s, con la absoluta libertad, eso sí, con la que maneja cualquier lenguaje.

Y, por debajo de las palabras, suena la música. Pocos poetas manejan mejor que Inger Christense­n las figuras de repetición (especialme­nte la anáfora, la epifora, la reduplicac­ión…). Encuentra la dosis justa para que estos equilibrio­s rítmicos mantengan un latido continuo en los poemas que es capaz incluso de atravesar los idiomas. Y esa es quizá la clave por la que su poesía aguanta tan bien la travesía desde dos lenguas aparenteme­nte tan lejanas como el danés y el español.

Hay que reconocerl­e sin duda también el mérito a la traducción de Daniel Sancosmed Masiá al recoger el testigo (desde El valle de las mariposas, libro anterior a este en el orden de publicació­n en España) de Francisco J. Uriz, la voz que ha dado a conocer a la poeta danesa en castellano. Y a la continuada apuesta de Sexto Piso por las ediciones bilingües, que permiten disfrutar, entre otras, de las asombrosas equivalenc­ias rítmicas.

Latido Y bajo las palabras está la música. Pocos autores controlan tan bien las fórmulas de la repetición

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CEDIDO POR LA EDITORIAL SEXTO PISO
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