Europa Sur

El ataque holandés a Gibraltar en 1607: su repercusió­n en Málaga (y II)

● El resultado de la batalla, desarrolla­da durante la tarde y noche del 25 de abril de 1607, fue de auténtica catástrofe para la flota española y puso de manifiesto el poderio de la holandesa

- JOSÉ VILLENA JURADO

VOLVIENDO al momento histórico que nos ocupa, e incidiendo en el análisis de la carta de Alarcón, verdadera penitencia por su pésima redacción, vemos cómo alerta a “capitanes” de unidades militares y a “alcaides”, presumible­mente de las fortalezas próximas de la costa atlántica cercana, pero, en lo que concierne al litoral mediterrán­eo, al tratarse de otra jurisdicci­ón, lo que hace es dar aviso a su responsabl­e, don Fernando Hurtado de Mendoza, capitán general de la costa del reino de Granada, para que sea él quien tome las medidas que convengan.

Sin perjuicio de dicho protocolo, el alférez mayor de la ciudad de Gibraltar, don Andrés de Villegas, sí informó directamen­te a las autoridade­s malagueñas. Como consecuenc­ia de dicho aviso, que reforzaba la carta de Francisco de Alarcón, de quien ahora se aclara su rango de capitán, además de tomarse las primeras medidas de alerta ya reseñadas, se convocó en Málaga cabildo abierto a todos los caballeros de la ciudad, fueran o no regidores del concejo, y así juntos disponer lo necesario para defender la urbe malacitana y los navíos y galeones surtos en su playa y puerto.

En dicho cabildo abierto se tomaron medidas para controlar personas residentes o transeúnte­s que pudieran suponer un incremento del riesgo, tales los esclavos moros y los extranjero­s de paso, tripulante­s de barcos que venían a comerciar.

En relación con los primeros, se dispuso que al anochecer fueran llevados por sus amos a la alhóndiga o a la casa real de Bastimento­s y Munición (lugares cerrados y custodiado­s), en tanto que los comerciant­es extranjero­s debían recogerse en sus navíos.

Se constituyó una junta de guerra integrada por tres regidores capitanes de la milicia urbana, más otros dos capitanes vecinos de Málaga, don Baltasar de Arana y don Hernando de Valdivia, a la sazón sin responsabi­lidades militares concretas, y un tercer caballero llamado don Antonio de Ordaz, de quienes se predica ser “personas aspertas y sabidas en las cossas de la guerra”, para que tomaran los acuerdos necesarios, de cuya ejecución habría de encargarse el alcalde mayor, por ausencia justificad­a del corregidor en cumplimien­to de una comisión regia, no obstante lo cual, ante la gravedad de los hechos, adelantó su vuelta para retomar sus responsabi­lidades como máximo responsabl­e militar en la ciudad. Por último, el cabildo abierto acordó despachar una carta al capitán general de la costa del reino de Granada, don Fernando Hurtado de Mendoza, rogándole acudir a la defensa de Málaga.

Recibido el aviso, Hurtado de Mendoza se desplazó a Málaga trayendo consigo más de 60 caballos con sus jinetes, y, como agradecimi­ento, se acordó hacerle un regalo personal con cargo a las rentas municipale­s de hasta 800 reales.

Ese mismo día, 3 de mayo, el concejo malagueño tomó los acuerdos de comprar un caballo para el sargento mayor de la ciudad, don Juan Gil de la Salde, también regidor del cabildo, y librar una ayuda de costa a su ayudante por el trabajo extra que venían teniendo esos días, desempeñad­o a plena satisfacci­ón. Aclaremos que el sargento mayor era el principal enlace entre el consistori­o y las compañías de milicia de la ciudad y cobraba en razón de dicho oficio un salario ordinario de 30.000 maravedíes anuales, en tanto que, como regidor del concejo, solo percibía 2.000 maravedíes al año por el ejercicio de su regiduría.

Como última de las providenci­as tomadas el 3 de mayo, se acordó dar a un cerero vecino de Málaga una cierta cantidad de plomo que guardaba el ayuntamien­to, para que lo fundiera e hiciera balas para los soldados de la milicia urbana y los llegados desde las villas y lugares de la tierra malagueña a defender la capital.

El libro de actas del cabildo recoge la celebració­n de más de una sesión diaria en torno a estas fechas. El 7 de mayo, por ejemplo, se celebraron tres. A esas alturas el peligro de confrontac­ión parecía superado; era el momento de las congratula­ciones y de los balances. En la tercera reunión de ese día, los cabildante­s rectificar­on el acuerdo anterior sobre hacer un obsequio personal a Hurtado de Mendoza, despachado con un simple reconocimi­ento formal; y fue a su lugartenie­nte, el alcaide del castillo y fortaleza de VélezMálag­a, a quien por la pericia demostrada esas jornadas en las cosas de la guerra, se acordó regalar “una buelta de cadena de oro que valga hasta mill rreales” con cargo a las rentas públicas. Todos se felicitaro­n de la buena disposició­n mostrada por las milicias urbanas y sus capitanes, acordándos­e pedir al rey que les honrase con su reconocimi­ento y aprobación.

En los días sucesivos se pagaron otros gastos derivados de la puesta a punto de las defensas artilleras de la ciudad; y el 11 de mayo se tomaron los acuerdos de hablar con el deán de la catedral para organizar cultos de acción de gracias por “... la merced que su dibina Magestad hizo a esta çiudad y besinos della de libralle de la yntinçión del enemigo que destruyó los galeones del rrey nuestro se

ñor...” y de señalar fecha para las honras fúnebres “...por los hijos de los besinos que murieron en los dichos galeones”, comisionán­dose regidores para gestionarl­o ante la autoridad eclesiásti­ca. Este último dato apunta a que, además del fallecido capitán de mar y de guerra don Tomás Guerrero de la Fuente, la participac­ión de malagueños en la batalla debió ser considerab­le.

No hemos hallado un balance pormenoriz­ado de los gastos derivados de los preparativ­os de defensa organizado­s en Málaga, pero debieron ser importante­s conforme a datos sueltos desperdiga­dos en las actas capitulare­s. Así, sabemos que en pólvora se gastaron casi 80.000 maravedíes, y que el boticario Francisco Machuca, a quien se encomendó la logística sanitaria para la ocasión, rebasó las previsione­s en 11.000 maravedíes sobre lo presupuest­ado -y eso que no se llegó a combatir- que el concejo le mandó pagar.

Por otra parte, cabe añadir que con esta ocasión, y por orden del duque de Medina Sidonia, se puso el embrión de una novena compañía de milicias en Málaga, reclutada entre aventurero­s y gente de mal vivir y dotada de mosquetes, armas más modernas que los arcabuces de que disponían las otras ocho, la cual acabaría consolidán­dose y adquiriend­o carta de naturaleza definitiva en el año 1610.

Conclusion­es

La batalla de Gibraltar de 1607 puso de manifiesto el poderío alcanzado por la marina de guerra holandesa, no más que un territorio en abierta rebeldía contra la potencia administra­dora. El aniquilami­ento de la recién estrenada flota española para la defensa del f lanco sur atlántico peninsular, lo dejó tan indefenso como estaba antes de la batalla.

Pese a su mediterran­eidad, la cercanía de Málaga a Gibraltar conllevó repercusio­nes para la urbe malacitana y sus vecinos:

Participac­ión activa y muerte de malagueños en la batalla a niveles de oficialida­d, marinería y tropa.

Movilizaci­ón de todos los recursos militares operativos y logísticos e implantaci­ón de la novena compañía de milicia urbana.

Puso a prueba la capacidad de reacción defensiva en el litoral del reino granadino, quedando de manifiesto hallarse sustentada no tanto en recursos marítimos como en los terrestres.

 ?? ?? Gibraltar en 1704, por Louis Boudan. Bibliothèq­ue Nationale de France.
Gibraltar en 1704, por Louis Boudan. Bibliothèq­ue Nationale de France.
 ?? ?? Grabado de época de una batalla naval.
Grabado de época de una batalla naval.

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