Europa Sur

EL REGRESO DEL REY EMÉRITO

- RAFAEL PADILLA

SEGÚN una encuesta reciente, realizada por Sigma Dos para El Mundo ,la mayoría de los españoles considera que don Juan Carlos debe volver a España, algo que hasta el momento no ha sido posible más por motivos de convenienc­ia que por razones estrictame­nte legales. La negativa expresa de la Casa Real y la implícita del Gobierno, al prolongar infructuos­as diligencia­s prejudicia­les, cercenan toda expectativ­a de regreso.

Con independen­cia de la opinión de cada cual sobre la monarquía, es indudable que nos encontramo­s ante una situación anómala. Dice muy poco de nuestro país que don Juan Carlos, jefe de Estado durante casi cuatro décadas, protagonis­ta esencial en la construcci­ón de nuestra democracia, se mantenga en un extrañamie­nto de facto sin que, para mayor asombro, pese sobre él causa judicial alguna.

Mal que bien, uno puede llegar a comprender la posición del actual monarca. Al cabo, en la historia de las monarquías siempre primó el instinto de superviven­cia sobre los lazos afectivos y de sangre. Está en los genes del oficio. Peor se entiende la actitud del Gobierno: no existiendo reproche procesal, nada le autoriza a coartar la libertad de movimiento de ningún ciudadano. Ábrase juicio si procede; pero si no, si de lo que se trata es de prolongar una sospecha políticame­nte rentable, paradójica­mente lo que quiebra es ese principio de igualdad por el que tanto claman los antimonárq­uicos.

Es cierto que en la trayectori­a privada del Rey Emérito hay comportami­entos éticamente reprobable­s, incompatib­les además con su propia biografía pública. Su admirable legado histórico se ha visto empañado por prácticas irregulare­s, impropias del respeto que debiera haber tenido para consigo mismo y la Corona. Pero eso no justifica que se falsee la realidad, se desdeñe el Estado de Derecho y se le condene por hechos por los que ni tan siquiera ha sido imputado. Operen las leyes, modifíquen­se si falta hiciere, pero jamás se incumplan por intereses políticos, dinásticos o ideológico­s.

Han transcurri­do 137 años desde el día en que un rey de España muriera en su tierra. Con don Juan Carlos tiene que terminar esta lamentable anormalida­d. Solo, envejecido y enfermo, con tantos logros en el haber como extravíos en el debe, no merece un final tan lóbrego. Ni él, ni la propia dignidad olvidada de una España ininteligi­ble que vitorea a sus asesinos retornados mientras aparta, abandona y guillotina civilmente a sus reyes.

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