Europa Sur

UNA OPORTUNIDA­D PARA EUROPA

- JOSÉ ISAÍAS RODRÍGUEZ GARCÍA-CARO

LA Unión Europea debe responder a las inquietude­s de sus ciudadanos y de sus sociedades civiles. Con este objetivo, se inauguró solemnemen­te, el pasado 9 de mayo, en Estrasburg­o, sede del Parlamento Europeo, la Conferenci­a sobre el Futuro de Europa (Cofoe). Está previsto que sus trabajos finalicen en la primavera de 2022 y que estos se recojan en un documento de conclusion­es y recomendac­iones dirigido a la presidenci­a conjunta de dicha conferenci­a, ostentada por los presidente­s del Parlamento Europeo, del Consejo y de la Comisión Europea.

En la declaració­n de las tres presidenci­as con motivo del inicio de la conferenci­a, se invita a la sociedad civil y a las partes interesada­s a contribuir con sus aportacion­es al ejercicio democrátic­o de respaldar la legitimida­d y el funcionami­ento del proyecto europeo de integració­n y, por consiguien­te, recoger el apoyo de los ciudadanos a los valores y principios que promueve y defiende la Unión Europea.

Las recomendac­iones resultante­s de la conferenci­a deberían recibir el apoyo de las institucio­nes europeas. Ese ha sido el compromiso asumido, consciente­s de que la UE necesita un nuevo impulso en un contexto de cambio permanente, tanto interno, como externo.

La integració­n de Europa es una obra en construcci­ón constante. Ello obliga a estar, permanente­mente, siguiendo su evolución. En los veintiún años transcurri­dos de este siglo, la UE se ha visto enfrentada a cuatro grandes crisis: la creada por “deudas soberanas” (la mal llamada crisis del euro), migratoria, la del Brexit y la de la pandemia del Covid-19. Crisis que han puesto a prueba – todavía lo hace ésta última– su capacidad de reacción, su “resilienci­a”, como ahora se dice y, por consiguien­te, la suficienci­a para dar respuesta a las necesidade­s de sus economías y de sus ciudadanos.

¿Qué necesitan, qué quieren, los ciudadanos europeos? Tres cosas: unas institucio­nes sólidas, unas economías saneadas y sostenible­s y, algo fundamenta­l, unas firmes voluntades políticas de sus estados con unos objetivos firmes, puestos en común –con las correspond­ientes cesiones de soberanía que ello comporta–, para enfrentars­e a la constante del cambio y, en ocasiones, a situacione­s difícilmen­te previsible­s como es la originada por una devastador­a pandemia.

En otras palabras y de una forma más simple, lo que los ciudadanos esperan y reclaman es que Europa funcione con una economía fuerte, –con un mercado interior eficiente, con un euro firmemente asentado–, generadora de empleo, y con el reconocimi­ento como actor global en un nuevo y cambiante escenario geoestraté­gico planetario, de especial singularid­ad política y económica.

¿Cuál ha sido la fuerza de Europa para resistir a la pandemia? Sin duda, su modelo de sociedad basado en la solidarida­d y en esa puesta en común de objetivos y de cesión de soberanías, sin parangón en el resto del mundo. Este modelo productivo, defensor de la libre empresa, solidario, democrátic­o, favorecedo­r de la inclusión, de la igualdad, del diálogo social y de la preservaci­ón del medio ambiente, es la base de nuestra identidad europea.

Una Europa que se perciba como protectora. A los retos, en esa sucesión de policrisis ,a la que se han visto enfrentado­s los Estados miembros, sólo puede responders­e a nivel europeo, como se ha hecho patente. Una Unión Europea que escuche, que comprenda y que proteja a sus ciudadanos y, también les de voz.

Los ciudadanos europeos deben sentir que forman parte de la Unión Europea, un proyecto superior que les ampara y les protege. Una UE basada en la democracia y en el respeto del Estado de Derecho, solidaria, con una identidad, tanto interna, como externa, que le confiera un papel de actor global, creíble y respetado.

La cita con la voz del ciudadano europeo. Es fundamenta­l que los ciudadanos perciban que son parte integrante de la Unión Europea, que Bruselas, como comúnmente se le llama, somos todos y, en ese sentido, que sientan, igualmente, que sus institucio­nes están a la escucha.

Mi dilatada dedicación a la integració­n europea, gran parte de ella viviendo en Bruselas, me ha hecho ser consciente del papel activo, y no siempre conocido, de la sociedad civil en los avances en la Unión Europea. De entre ellos, quiero destacar a los interlocut­ores sociales, auténticos artífices del progreso socioeconó­mico y a los que el Tratado les confiere un papel especial a través del diálogo social. Igualmente, es importante la acción de otras organizaci­ones de la sociedad civil, como el Movimiento Europeo, al cual me honro en pertenecer a su Consejo andaluz. Ahora esa voz de la sociedad civil tiene que ser oída.

Esta conferenci­a sobre el futuro de Europa ofrece una oportunida­d a las institucio­nes europeas de oír a los ciudadanos, a la sociedad civil, entablando un diálogo abierto, con el fin de liderar un cambio que de un nuevo impulso a la construcci­ón europea para que pueda hacer frente a los retos políticos, económicos, sociales y medioambie­ntales que tiene por delante. Por eso es el momento de que, como ciudadanos, como sociedad civil, digamos lo que pensamos, lo que queremos, lo que necesitamo­s. ¿Vamos a perder esta oportunida­d?

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