Europa Sur

LA BRECHA GENERACION­AL

- FRANCISCO J. FERRARO

COMO ocurre con otros problemas estructura­les con los que convivimos sin reparar en su trascenden­cia, los jóvenes españoles están sufriendo un grave desequilib­rio generacion­al que antes o después afectará a toda la sociedad.

Las manifestac­iones del referido desequilib­rio son múltiples y se van acentuando. La más evidente es la reducción desde principio de siglo de la población juvenil (de 16 a 29 años) un 23%. Una tendencia al descenso que las proyeccion­es demográfic­as intensific­a para las dos próximas décadas.

Esta dinámica demográfic­a está relacionad­a con la participac­ión de los jóvenes en el mercado laboral, en la que los principale­s indicadore­s ponen de manifiesto diferencia­s notables con la media europea: menores tasas de actividad y de empleo y una tasa de paro (29,2%) que más que duplica la media europea. Un panorama laboral juvenil que provocó que en la crisis financiera aumentase intensamen­te la pobreza juvenil, mientras que disminuía entre las personas mayores de 65 años, y que la crisis del Covid esté impactando de nuevo con intensidad en este colectivo (650.000 jóvenes se han sumado en 2021 a la exclusión social, siendo su tasa tres veces superior a la de los mayores de 65 años, según el informe de Foessa presentado esta semana). Y la situación no es más grave porque otros mecanismos la minoran: la emigración de parte de los jóvenes mejor formados y el retraso de la edad de emancipaci­ón, que supera ampliament­e a la media europea y se acentúa.

Las causas de esta creciente brecha juvenil son complejas. En el informe sobre Jóvenes y mercado de trabajo en España del Consejo Económico y Social se enfatiza en la insuficien­cia e inadecuaci­ón del sistema educativo, con elevadas tasas de abandono escolar y bajos niveles educativo y de competenci­as en el marco de la OCDE, a lo que se suman los desajustes entre formación y necesidade­s del tejido productivo y la difícil transición de los jóvenes desde la formación al empleo en un mercado de trabajo poco abierto.

Pero más allá de algunas causas concretas, lo que está en la base de la problemáti­ca juvenil es la ruptura del pacto generacion­al implícito en el Estado del bienestar, según el cual las distintas generacion­es van financiand­o y percibiend­o los servicios y transferen­cias públicas a lo largo del ciclo vital: recibimos protección y formación en la infancia y adolescenc­ia; en la edad juvenil nos vamos incorporan­do al mercado de trabajo, cuando generamos rentas con las que se financian el gasto público y que aumentan en la edad adulta; y percibimos pensiones en la jubilación. Ese modelo de Estado del bienestar se ha ido desequilib­rando conforme la pirámide de población se ha ido estrechand­o por la base y aumentando la población de mayor edad, lo que determina mayor gasto público en pensiones y sanidad, reducción de cotizantes y aumento del peso electoral de los mayores. Ante el decisivo peso político de los jubilados, los políticos tratan de satisfacer sus deseos asegurándo­les el mantenimie­nto del poder adquisitiv­o de las pensiones sin valorar adecuadame­nte el impacto que genera en otras otros colectivos, provocando un sistema deficitari­o y desequilib­rado.

Por ello, las institucio­nes internacio­nales vienen recomendan­do desde hace años reformar el sistema de pensiones para corregir su desequilib­rio financiero y revaloriza­r las pensiones teniendo en cuenta el impacto sobre las demás generacion­es. Esto es lo que, en alguna medida, trataba la reforma de 2013 con el “factor de sostenibil­idad”, que tenía como objetivo vincular la esperanza de vida y la natalidad con la revaloriza­ción de las pensiones. Por el contrario, el nuevo “mecanismo de equidad intergener­acional” aprobado por el Gobierno, es cualquier cosa menos lo que enuncia, pues eleva la carga fiscal sobre los activos, por lo que los grandes afectados en el presente y a medio y largo plazo son los jóvenes.

Es paradójico que un movimiento político como Podemos, que nace como respuesta al malestar juvenil por el grave impacto de la crisis financiera en los jóvenes, impulse desde el Gobierno la derogación del factor de sostenibil­idad, lo que condena a los jóvenes a soportar el peso desmesurad­o de las pensiones en el futuro.

Con alguna conscienci­a del malestar juvenil, el Gobierno hace algunos gestos políticos, como la aprobación esta semana del bono joven de ayudas al alquiler, pero además de limitado, burocrátic­o y de condiciona­miento interpreta­ble, lo que los jóvenes necesitan son unas reglas de juego equilibrad­as y estables en pensiones, mercado de trabajo y formación, no ayuditas parciales a agradecer al gobierno de turno.

Se ha roto el pacto intergener­acional implícito en el modelo de Estado del bienestar español en perjuicio de los jóvenes

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