Europa Sur

BIDEN NO ES CHURCHILL

- LUIS SÁNCHEZ-MOLINÍ

EN una disciplina humanístic­a como la Historia, en la que abundan los autores plúmbeos con ínfulas científica­s, es siempre gratifican­te tropezarse con un tipo como John Lukacs, el ya difunto profesor húngaro-americano (con cuarterón judío incluido) que se libró de la cámara de gas gracias a una huida a tiempo que bien merece una película. De Lukacs destacamos tanto su buen estilo literario (algo que no siempre es norma en el gremio) como sus enfoques de la historia del siglo XX, en los que siempre tienen un peso determinan­te las personas, no las abstractas estructura­s económicas o sociales. Para el autor de Sangre, Sudor y lágrimas, nunca hubiese existido la Alemania nazi sin una figura como Hitler, por mucho que la inf lación o el paro hubiesen llegado a cotas estratosfé­ricas. Un golpe de audacia o un alma obstinada pueden cambiar el sentido de la historia. También un cobarde o un traidor. El personaje en el que Lukacs vuelca toda su filosofía histórica es su admirado Winston Churchill, al que dedicó centenares de páginas. Como él suele decir, el primer ministro de Jorge VI no ganó la Segunda Guerra Mundial en 1945, pero sí evitó que la ganase Hitler en 1940, justo en el momento que la Rusia comunista (tan reivindica­da por la izquierda por su papel en el conf licto) había pactado con Alemania el reparto de la Europa Oriental. Sin este enérgico y sentimenta­l caballero inglés, que adoraba el champán, la franela y los habanos, la historia contemporá­nea hubiese sido muy diferente. No fue la economía, estúpido, fue Churchill.

En su altamente recomendab­le Historia mínima del siglo XX (Turner-Colegio de México) John Lukacs hace una ref lexión muy interesant­e sobre la llamada Crisis de los Misiles de 1962, tan invocada en estos días por su supuesto paralelism­o con el actual conf licto ucraniano. Lukacs destaca la desgana con la que la URSS de Jruschov actuó en este peligroso capítulo de la Guerra Fría. De hecho, los barcos soviéticos ni siquiera se tomaron la molestia de ocultar con una lona los misiles que transporta­ban. Los rusos nunca estuvieron cómodos en este lío en el que les había metido un desequilib­rado (pero listo) Fidel Castro. Por lo visto en los últimos días, da la impresión de que los EEUU de Biden están actuando en el conf licto de Ucrania con una pereza similar a la de la Rusia de Jruschov, como si el país americano sufriese una especie de fatiga imperial, algo que ya se vio en la noche triste de Kabul. Biden no es Churchill y el Tío Sam cada vez se parece más al declinante Imperio británico. Y el que gana no es Rusia, sino China.

Da la sensación de que EEUU está actuando en el conflicto de Ucrania con pereza, como si sufriese de fatiga imperial

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