Europa Sur

HABLAR, LLAMAR

- JUAN M. MARQUÉS PERALES

EL pasaje de críticos con Pedro Sánchez ha entrado en overbookin­g, hay colas de espera para afearle algo nuevo al presidente, y lo mismo da que sea el color de la camisa con la que telefoneó a Biden –rosa, qué falta de respeto– que su ausencia en la campaña de Castilla y León –qué pena, que no se dé el castañazo de Madrid–. Cae mal, es así, se hace muy complicado encontrar a alguien a quien Pedro Sánchez le satisfaga, será porque es altivo y guapo, porque sus discursos los pronucia sin alma, porque parece que imita o por su escasa empatía, el caso es que lo subjetivo se come cualquier objetivida­d de su Gobierno. También hay cosas buenas.

En Moncloa se han dado cuenta, por fin, de esta falla, que su anterior gurú, el tal Iván Redondo, no hizo más que agravar, porque potenciaba ese perfil de guaperas que tan poco gusta al común de los españoles.

Pedro Sánchez ha tenido dos problemas que afean su imagen: uno, quizás el más grave, es el de la construcci­ón de su mayoría, que está anclada en dos grupos políticos que exasperán a la gente de bien: Bildu y ERC, una España nunca les comprendió y la otra se cansó de buscarles una explicació­n. Como si desaparece­n. Las reivindica­ciones territoria­les de País Vasco y Cataluña son ya inasumible­s, no hay razones en ellos más allá de que son insaciable­s, nadie

quiere escuchar ni a Rufián ni a los atildados parlamenta­rios del PNV.

El presidente comienza a virar. La crisis de Ucrania le ha dado la oportunida­d de reafirmar el atlantismo de España, tanto que estamos más con Estados Unidos que con algunos destacados miembros de la Unión Europea que están flaqueando ante el poder energético de Rusia. Sánchez también ha visitado a los obispos en la sede de la Conferenci­a Episcopal para dar por zanjada la cuestión de las inmatricul­aciones, y la negociació­n de la reforma laboral puede darle la oportunida­d de cerrarla con Ciudadanos. Si el decreto no se convalida la próxima semana, la legislatur­a pasará por un punto de inflexión.

El otro problema es más personal. Sánchez necesita mostrarse más modesto, no siempre pueder ser el primero, debe aprender a perdonar. Ante una situación prebélica, el presidente del Gobierno debía haber llamado a Pablo Casado, que es el líder del principal partido de la oposición. Es una obligación del cargo, pero además es una llamada que humaniza. Si encima, es el otro quien telefonea, es una torpeza, un error que acrecienta esa mala imagen.

Llamar al líder de la oposición en una situación prebélica es una obligación del cargo y, además, humaniza

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