Europa Sur

El sueño del gramático Porque padre encontró el puente que enlazaba el latín de Cicerón con nuestra lengua de Castilla, que así la ha hecho la más gloriosa de todas, a pesar de ser habla vulgar. Padre cazó las mariposas de nuestra lengua y las sacrificó l

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Padre cazaba palabras como si fueran mariposas. Pobres de las que cayeran en su poder porque las pinchaba con un alfiler en la pared y luego les abría el vientre para ver qué había dentro. Quería saber qué se escondía en sus vísceras y cuánto polvo y suciedad se habían acumulado con los siglos. Muchos dirán que padre ha sido un simple anatomista de palabras, pero lo único que pretendió toda su vida fue buscar la verdad, como hacen los médicos que quieren conocer la razón de todas las enfermedad­es que pudren los cuerpos. Por eso quisieran abrirlos para ver qué hay dentro, aunque la ley de Dios condene esa curiosidad como si fuera pecado.

Recuerdo aquellas palabras destripada­s y a padre asomado para descubrir la misteriosa red que unía a una palabra con una cosa. Después de cazadas hallaba su pasado antiquísim­o y cuánto habían mudado de piel con el tiempo. Luego se dirigía a su escritorio, mojaba la pluma y anotaba la historia pretérita de aquella mariposa nombrada. Así compuso su famoso diccionari­o, ese vocabulari­o en el que había cazado miles de palabras del latín y también de nuestra lengua castellana para enfrentarl­as como en un espejo y que así se descubrier­a qué designaban y qué cosas las unían. Porque padre encontró el puente que enlazaba el latín de Cicerón con nuestra lengua de Castilla, que así la ha hecho la más gloriosa de todas, a pesar de ser habla vulgar. Padre cazó las mariposas de nuestra lengua y las sacrificó luego, pero para hallarles el alma y darles luego vida eterna y gloria. Dios lo guarde muchos años.

Ya casi me suena a campana tañida la de la iglesia de San Ildefonso. Es donde padre quiere descansar para siempre porque allí yace su buen amigo, el cardenal Cisneros, que Dios le haya dado buen galardón . El hombre que lo salvó de la cárcel y quién sabe si de la hoguera cuando la Inquisició­n incautó sus comentario­s sobre la Biblia e inició un proceso contra él.

Suena el tañido a duelo, a muerte, a sepulcro, dice padre, pero yo creo que sólo son cosas de viejo. Y miedo al olvido. Ya ha mucho que perdió casi la vista y yo tengo que leerle los papeles. También le tiemblan las manos y apenas puede escribir, por eso se enfada y sale con cajas destemplad­as de su estudio. Yo le cumplo en esa misión y me dedico con paciencia a escribir lo que él me dicta. Lo hago con sumo cuidado y atención porque sé que estoy escuchando las palabras de un sabio, y que lo que escriba es asunto que servirá al porvenir y que leerán los que aún no han nacido.

Padre dice que escribo lenta, pero es por el mucho celo que pongo en esta tarea, que yo sé que tiene algo de misión sagrada. Y no es que quiera colocar el nombre de mi padre en la misma gloria de los varones santos, pues es hombre de mal carácter y de genio. Pero sí que guardo en mi alma la sospecha de que será recordado por los siglos, como los elegidos y tocados por el dedo de Dios.

Ya suena la campana de San Ildefonso anunciando la hora de prima. Hace rato que padre está esperando en su aposento, que lo oigo dar vueltas de un lado a otro, impaciente por no llegar tarde a la Universida­d. Tendré que ver si va vestido con de

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ROSELL

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