El proyecto de repoblación de Bolonia en el siglo XVII (y II)
● La idea de Ahumada de fundar una población, con puerto y aduana, fue diluyéndose paso a paso. Tomó cuerpo la propuesta de crear un enclave fortificado en Camarinal
LA Jefatura del Estado había pasado a la reina regente, Mariana de Austria, quien dejó las tareas de gobierno en manos de su confesor, el jesuita austriaco Juan Everardo Nithard. Cuando, en septiembre de 1666, se pidió opinión al Consejo de Guerra en nombre de la reina viuda respecto al proyecto de Ahumada, todas las buenas expectativas se convirtieron en negativas. Se rechazó su planteamiento respecto a volver a armar la almadraba de Sancti Petri, que llevaba décadas arruinada a causa de un ataque inglés, como fórmula para obtener los recursos con que financiar la construcción del fuerte de Camarinal. Asimismo se adujeron otros obstáculos que anunciaron a las claras el rechazo de la propuesta. El principal era la apuesta tradicional del Estado por mejorar las capacidades militares de Tarifa y Gibraltar para controlar el litoral meridional de Andalucía sin recurrir a nuevas fundaciones, sin que con ello se aportase argumento específico alguno que desmontase las razones alegadas por Ahumada.
También pesó el reconocimiento de la incapacidad de España para defender sus intereses nacionales, al considerar inevitable que, una vez el fuerte estuviese acabado, fuese tomado por los ingleses. Pesaba entre los consejeros las noticias recientemente llegadas del Caribe, donde la isla de Santa Catalina, ubicada frente a la costa de Panamá, acababa de ser ocupada por piratas cómplices de Inglaterra el 25 de mayo de 1666, en una sorpresiva operación ejecutada por cinco embarcaciones procedentes de Jamaica bajo el mando de Mansvelt y Morgan. Aunque el gobierno inglés negó su responsabilidad en esta acción, está demostrado que estos actuaban con patente de corso del gobernador inglés de Jamaica, Thomas Modyford, a pesar de la suspensión de armas decretada en 1660 por Carlos II de Inglaterra -poniendo fin a la guerra anglo-española de 1655-1660-, que quedó confirmada con la firma del tratado de Madrid de 1667.
El escepticismo del Gobierno de España ante el cumplimiento por los ingleses de las paces firmadas quedaba expresada como sigue: Al mismo tiempo que en lo público profesan desear tanta unión y amistad con esta Corona y entrando la Artillería y gente [en el nuevo fuerte de Camarinal] le pongan en defensa, de manera que el recobrarlo tenga la dificultad que se considera, y para prevenir este riesgo sería menester que todo el tiempo que durase su fábrica estubiese asegurado con gente de guerra, que es tan imposible como se deja considerar.
CAMBIO DE PLANES SOBRE LA FORTIFICACIÓN
Los planes de Ahumada terminaron encontrando más detractores que opiniones favorables, pero su propuesta sirvió para evidenciar la necesidad apremiante de fortificar de alguna forma el acceso a la ensenada de Bolonia.
Si su idea de fundar una población, con puerto y aduana, fue diluyéndose paso a paso, la propuesta de crear un enclave fortificado en Camarinal fue tomando cuerpo. La idea del fuerte pasó a la de torre con la intervención ante el consejo del marqués de Caracena, Superintendente General de las fortificaciones de España.
En 1667, el marqués de Caracena propuso que, mientras se estuviese fortificando el puesto principal, “sería de parecer se hiciese una Torre capaz de 100 hombres, la cual mandase el Puerto, y asimismo el Parage donde se quiere hacer el puesto principal”. Añadía la conveniencia de elegir adecuadamente su emplazamiento para que quedase integrada en el fuerte, “para que necesite de menos guarda, pues teniendo la guarnición su Cuartel dentro de la Torre, y dominando ella la otra fortificación, se necesitará de mucha menos gente para guardarla, particularmente en tiempo de la paz”.
Dos años después, en lugar del fuerte artillado y la población previstas, acabó planteándose la construcción de “una torre como las demás que hay en aquellas marinas, con que se pongan cuatro o seis piezas de Artillería de hierro y una docena de soldados de guarnición con un cabo y un artillero”. Esta última formulación, sin embargo, era incoherente con la larga experiencia acumulada desde que, hacia 1585, se desarrollase un vasto programa de construcción de torres en el litoral andaluz por iniciativa de Felipe II.
Se propuso aplicar a su edificación el conocido como “impuesto del pescado”, siéndole destinada la mano de obra del presidio gibraltareño. No obstante, tal impuesto venía ya aplicándose a las fortificaciones costeras, pero se había demostrado absolutamente insuficiente para atender sus cuantiosas necesidades. Por otra parte, en el aspecto meramente constructivo, la tipología de las torres que eran habituales en la región no respondían a la fórmula señalada. Las torres almenaras más grandes podían albergar, a lo sumo, dos pequeñas piezas de artillería, por completo insuficientes para la función que se le pretendía encomendar de controlar el acceso a la ensenada de Bolonia. Parece referirse, más bien, al tipo de torres de planta en herradura que se levantaron en el litoral oriental andaluz -y, en ningún caso, en el occidental-, aunque ya en el siglo XVIII.
Fuese como fuese, Ahumada creyó haber encontrado, por fin, una fórmula para poder servir a la corona de forma similar a como lo había previsto, aunque mediante una torre en vez de un fuerte. Se ofreció a financiar los treinta mil ducados de su construcción y defensa de la torre. El diseño de esta torre había de corresponder al ingeniero que enviase el duque de Medinaceli, capitán general de Andalucía. Los candidatos eran Octaviano Meni o Francisco de Ruesta, pero Juan Francisco Tomás de la Cerda Enríquez, octavo duque de Medinaceli y grande de España, acabó enviando a Francisco Giménez o González de Mendoza, maes
tro mayor de las fortificaciones de Cádiz, un veterano ingeniero.
No obstante, el duque acabó marcando diferencias tanto con Ahumada como con el Consejo de Guerra al argumentar que, si la intención de aquel era “conseguir alguna merced, tenía por mejor que diese la cantidad que havía que gastar en ella para emplearla en otras fortificaciones más precisas”.
Basaba sus razones en la problemática que afectaba a la defensa de la costa de Andalucía, tema en el que era experto, ya que se encontraba “Gibraltar havierta por no haverse acabado su fortificación, Cádiz con la Artillería apeada y Ayamonte sin proseguir las obras comenzadas”. Todo por falta de unas inversiones que siempre eran insuficientes, aludiendo a unos recursos que “combendría más aplicar a estas Plazas (que son Capitales y la llave destos Reynos) el que se huviese de gastar en el Puesto de Bolonia”.
No le faltaba razón al duque, dado que Gibraltar disponía de los muelles Nuevo y Viejo para acoger las embarcaciones que cumpliesen la misión que se quería atribuir al fuerte de Camarinal. De ambos, el Muelle Viejo, siempre considerado el menos eficiente, había sido diseñado con capacidad para amarrar treinta y dos galeras, siendo todavía considerado, a comienzos del siglo XVII, como un “puerto de los buenos de España, de tal manera que muy pocos le hacen ventaja, y en cambio él sí á muchos. Es muy grande y capaz para mayores armadas de las que en él se pueden juntar”. El Muelle Nuevo, por su parte, era capaz para navíos de alto bordo, con mayor calado.
Pero, a pesar de enviar al citado ingeniero desde Cádiz, su planteamiento fue calando entre los integrantes del consejo, que se mostró partidario de destinar tales recursos en fortificar punta Carnero y mejorar las defensas de Tarifa y “Gibraltar, por ser la llave de España”.
La opinión del concejo de Tarifa o del duque de Alcalá, su señor, nunca habían sido consideradas, apareciendo el duque de Medinaceli como principal valedor de los intereses de la ciudad. Las cartas de Ahumada la obviaron absolutamente, exagerando deliberadamente el despoblamiento e indefensión de las costas del Estrecho, que “tendrá poco más de cinco leguas de longitud y en todas ellas no tiene población la costa de España, verdad es que no hay sitio o terreno para ellas”.
El duque de Alcalá apenas si había expuesto tibiamente su opinión contraria, para acabar admitiendo el plan del marqués de Caracena. Aunque argumentó la inconveniencia de Bolonia como puerto, por su escaso calado y por estar abierto a todos los vientos -en contra de uno de los argumentos principales de Ahumada-, y anticipando la presunta complicidad de la guarnición del nuevo fuerte como “metedores para introducir todos los géneros de Tánger y otras partes y asimismo de atraer asi toda la gente foragida y de mal vivir”.
LA CONCLUSIÓN DE UN PROYECTO FRUSTRADO
La suspicacia del Consejo de Guerra respecto a dejar en manos privadas la gestión de lo que podía convertirse en un puerto franco, acabó echando por tierra tan interesante iniciativa.
Se había considerado “de gran inconveniente concederle a un particular un Puerto de tanta importancia como representa, con fortificación y población nueva, pudiéndose temer con gran provavilidad la ocupasen fácilmente enemigos de esta Corona, de donde se pudiera temer gran perjuicio y travajo a estos Reynos”, razón principal de que se desestimó la propuesta de Ahumada de ejecutar el proyecto a su costa, obteniendo a cambio la jurisdicción, señorío y vasallaje de la nueva población, entre otras mercedes.
De haberse ejecutado, habría tenido que contar con una aduana para el control del tránsito de mercancías de los buques que en ella recalasen, lo que precisaba de control estatal. Considerado este un obstáculo insalvable, se descartó la propuesta de Ahumada, planteándose una solución alternativa que nunca se llevó a efecto y, lo que resultaba verdaderamente importante, no se atajó la frecuente presencia de piratas berberiscos y de naves inglesas en este tramo del litoral andaluz.
Se había argumentado, también, la oposición de Vejer y de Tarifa, junto a la dificultad de la repoblación del nuevo término, que estaría prohibida a los campesinos de lugares de realengo -por el despoblamiento que podía causar en los alrededores por sus atractivos fiscalesy especialmente dirigida a “los más pobres y desacomodados labradores de las Canarias”. Asimismo, los problemas que había de traer la gestión de la aduana, de manera que se optó por rechazar la idea de Ahumada. Se propuso, en su lugar, que se evitase el peligro del aprovechamiento por el enemigo de este enclave mediante dos posibles soluciones: construir una pequeña fortificación -la torre mencionada-, sin población, puerto ni aduana, o bien cegar el puerto natural hundiendo unos navíos para impedir la navegación de buques de cierto calado. Cuando, en 1667, el marqués de Caracena propuso su idea de una torre para cien hombres, cambió el parecer de los miembros del Consejo de Guerra. De inmediato expresaron su conformidad “en todo con el sentir del Marqués”, lo que condujo a la decisión real, coherente con la sugerencia del consejo consultivo.
La presencia cotidiana de embarcaciones inglesas en estas aguas se prolongó solo hasta 1684, fecha en que Londres optó por la entrega de la plaza de Tánger a los marroquíes ante el elevado coste que les suponía su mantenimiento. La oportunidad para satisfacer su interés por adquirir una base permanente en el Estrecho habría de presentarse veinte años más tarde, en el contexto de la guerra de Sucesión española.
Entonces, tras un infructuoso intento contra Ceuta, acabarían logrando su objetivo al ocupar el peñón de Gibraltar. Para los gobiernos de España, el espacio de cabo de Gracia, punta de Camarinal y ensenada de Bolonia siguió constituyendo un punto de interés estratégico que figuraba, de manera reiterada, en los memoriales, relaciones y visitas de inspección realizadas en la costa norte del Estrecho. Hubo que esperar la llegada del siglo XIX para que se construyese en este lugar una batería de cuatro piezas de a 24, conocida como batería del Ancón de Bolonia o fuerte de Bolonia o del Camarinal. Consistió en la construcción estándar para la época, consistente de los edificios de los cuerpos de guardia de oficial y tropa de infantería y artillería, un repuesto de pólvora y una explanada a la barbeta -esto es, sin troneras- enlosada para facilitar el juego de los cañones, con una garita de mampostería. Fue erigida en 1804, aunque quedó destruida en 1810, en plena Guerra de la Independencia. Como es bien conocido, el Reino Unido era entonces aliado de España frente a la Francia de Napoleón Bonaparte, y el fuerte fue volada “por la molestia que les causaba”, siendo arrojados sus cañones por el acantilado.
Un informe fechado en 1815 proponía su reconstrucción, cerrado por su gola con un muro aspillerado y con un edificio capaz de contener “cuatrocientos tiros de artillería”. La justificación era “defender la ensenada y cala de Bolonia, en la cual los enemigos con bastante facilidad pueden acogerse y desembarcar con el fin de saquear varios cortijos que existen en su inmediación”. A lo que se añadía el argumento habitual de los puntos fortificados de la costa, capaces de auxiliar, dándoles cobijo, a “los pacíficos buques mercantes que, acosados […], pueden resguardarse bajo sus fuegos, sin cuya defensa vendrían a ser prisioneros”. El presupuesto de un proyecto similar ascendía, en 1821, los 250.000 reales.
Finalizada la Guerra Civil, el régimen franquista abordó un ambicioso proyecto para el artillado e iluminación del Estrecho de Gibraltar, iniciado en 1939, que terminó afectando a este lugar. Se construyeron baterías de costa para controlar el Estrecho en sentido amplio, acuartelamientos, una amplia red de fortines defensivos de hormigón armado para defender el territorio de una operación anfibia aliada y una extensa red de pistas militares para intercomunicar todo el complejo. Seguidamente, tras la Segunda Guerra Mundial, fue creado el Regimiento de Artillería de Costa de Algeciras, a partir del Regimiento Mixto de Artillería Nº. 4, el 20 de agosto de 1947. Entre sus baterías integrantes se encontraban la Plana Mayor y las baterías D-1 y D-3, emplazadas en punta Camarinal e integrados en el I Grupo de Costa. Su dotación era de cuatro piezas de 152’4 mm y tres de 381 mm.
A finales de 2008 desapareció el II Grupo de Artillería de Costa, constituido por las baterías desplegadas por la zona de Tarifa, entre ellas la de cabo Camarinal. Seguidamente, y dentro también de las adaptaciones orgánicas llevadas a cabo en el Ejército español, el día 1 de enero de 2010 desapareció el Cuartel General del MACTA (Mando de Artillería de Costa) y el GRULI (Grupo de Localización e Identificación) dependiente del anterior, los cuales fueron integrados en el Regimiento de Artillería de Costa Nº 4, unidad a la que pertenece en la actualidad el destacamento de Camarinal.sladó a Gibraltar.
Esta zona era un punto de interés estratégico para los diferentes gobiernos de España