Europa Sur

SANGRE, SUDOR Y PAZ

- JUAN CARLOS RODRÍGUEZ IBARRA

LA última vez que me desplacé al País Vasco fue para dar mi último adiós a un vasco valiente, demócrata y leal con su país, España, y con su terruño, Euskadi. En otras ocasiones anteriores acudí a Baracaldo, a Bilbao, a Santurce, a Lasarte, a Ordicia, a Vitoria, a San Sebastián, a Rentería… ya fuera para asistir a actos electorale­s o a entierros y funerales de ciudadanos que habían sido asesinadlo­s por ETA. En una de las ocasiones asistí al funeral de un policía nacional extremeño, Pablo Sánchez César, de 25 años de edad, al que ETA asesinó en la estación de ferrocarri­l de un pueblo guipuzcoan­o, Urnieta, el 16 de septiembre de 1983. Fue en los tiempos donde ese tipo de funerales se hacían deprisa y corriendo, sin apenas compañía para tratar de consolar a los familiares del asesinado. En esa ocasión, una joven viuda de apenas 25 años. A ella y a los hermanos de la víctima los acompañé en el traslado que desde Vitoria pudo llevar al policía asesinado a Talavera La Real en un avión del Ejército, que demoró su salida unos minutos porque el responsabl­e del aeropuerto, que se cerró a las 00:00, se negaba a abrir la pista para trasladar a un muerto. La mirada de un teniente coronel de la Guardia Civil y su mano derecha situada donde pudiera verla bien el vil responsabl­e persuadier­on al sinvergüen­za para volverse atrás de su asquerosa negativa.

Ese día, al igual que en otras ocasiones, me llamaba la atención la frialdad de tantos vecinos que cerraban puertas y ventanas al paso de los féretros que denunciaba­n a los asesinos, a sus cómplices y delatores y a quienes cerraban los ojos ante el aquelarre etarra, ya fuera por miedo o por complacenc­ia.

Todo lo que había que decir de ETA ya está dicho. Quienes quieran tener más informació­n de cómo actuaba la banda y cómo, dónde y quienes los protegían, lean un libro que pasó casi de puntillas por el panorama editorial español. Me refiero al titulado Sangre, Sudor y Paz, firmado por tres autores, un periodista, un escritor y Manuel Sánchez Colvi, Coronel de la Guardia Civil, quien siendo Jefe de la Unión Central Operativa, bajo su mando se liberó a José Antonio Ortega Lara, secuestrad­o por ETA y enterrado en vida en un zulo de 2,2 metros de ancho por 1,80 de alto, durante 523 días.

De lo que no se ha hablado suficiente­mente es de la estrategia puesta en marcha por los vencidos que con sus actos y acciones parecen querer convencern­os de que los terrorista­s nos han regalado la paz. “Parecer hoy un artífice de la paz para borrar un pasado con más sombras que luces; esa es la estrategia puesta en marcha ante una sociedad, la vasca, deseosa de creerse que ella también hizo todo lo que pudo, y de olvidar que durante muchos años, o fue cómplice de los asesinos, o tan apocada que miraba siempre para otro lado”. (Sangre, Sudor y Paz).

Cincuenta años mirando para otro lado, cerrando ojos y oídos al crimen. Es sabido que no toda la sociedad vasca demostró ese nivel de cobardía o de complicida­d. Tampoco todos los rusos defienden a Putin ni todos los iraníes son defensores del régimen de terror de los ayatolás, y sin embargo todos los rusos y los iraníes sufren y pagan las consecuenc­ias de los embargos y de las sanciones que las democracia­s imponen a esos Estados por su sistemátic­a violación de los Derechos Humanos.

Hubiera parecido lógico que la sociedad vasca hubiera pagado algún precio para que la deslealtad con la democracia y con la vida de quienes sufrieron por combatir el terror no salga gratis. Sin embargo, el País Vasco no solo no ha pagado precio alguno sino que sigue disfrutand­o de una situación de privilegio en relación con el resto de los territorio­s autonómico­s.

Y no es que yo desee el sufrimient­o de nadie. Solo pretendo hacerles saber a quienes están echando un pulso a la democracia española desde el independen­tismo catalán que pierdan cualquier esperanza de ganar ese desafío. El independen­tismo terrorista vasco perdió y el independen­tismo catalán –desde dentro del sistema– también perderá. Si supieran que por esos desafíos hay que pagar un precio, segurament­e la burguesía catalana pararía el disparate de los dirigentes independen­tistas y Cataluña dejaría de jugar al secesionis­mo.

Hubiera parecido lógico que la sociedad vasca hubiera pagado algún precio para que la deslealtad con la democracia y con la vida de los que lucharon contra el terror no salga gratis

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