Europa Sur

El puerto pesquero

● En los años en que Miguel Ángel del Águila lo fotografió, la pesca era uno de los puntales del puerto de Algeciras ● Era el tercero del país por volumen total desembarca­do

- José Juan Yborra

Desde mediados del pasado siglo hasta bien entrada la década de los ochenta, el puerto de Algeciras no podía entenderse sin su actividad pesquera. En los años sesenta era el tercero de toda España en el volumen total desembarca­do y fueron muchas las familias que acudieron a este sur al amparo de los noráis y de las quillas, las acedías y los calamares, las merluzas, chocos, agujas, rapes y gallinetas que eran descargado­s en los reluciente­s adoquines de unos muelles que no paraban de crecer.

Una relevante emigración de puertos levantinos llegó a la ciudad y se asentó en barrios como el de Pescadores o el del Arroz, donde muchos de sus vecinos comían ese alimento casi a diario cocinado según alicantina­s maneras. Fueron largos años de intensos trajines que comenzaban en las horas más frías de las tempranas madrugadas: marineros, patrones, remitentes o transporti­stas hollaban los húmedos suelos de los muelles de Villanueva y la Galera camino de almacenes y lonjas donde arribaban toneladas de pescado antes de que posteriore­s restriccio­nes en el caladero atlánticom­arroquí provocaran la decadencia de un sector que Miguel Ángel Del Águila llegó a tiempo para fotografia­r.

1. QUILLAS EN LA DÁRSENA

El 4 de abril de 1971 amaneció con un poniente sosegado y claro. La lluvia de días anteriores había encharcado la tierra con la que se estaba colmatando el muelle de la Isla Verde y con la que se cubrían los viales del llano Amarillo. Los surcos de los neumáticos rebosaban de un agua que el viento terral oreaba, dejando nítido el perfil clausurado de Gibraltar, que solo podíamos ver de lejos.

En el puerto pesquero, sobre un mar plano y calmo, se reflejaban numerosas embarcacio­nes que entonces llenaban los muelles: bacas, traíñas, merluceras y marrajeras eran asiduas en el atraque en paralelo formando un civilizado y artificial bosque de mástiles y antenas, proas y amuras dobladas en el azogue quieto del mar. Junto a ellas se posan botes de luces con sus grandes faroles con los que se jugaba a crear multiplica­dos soles o tríos de lunas capaces de engañar a la socorrida pesca de la bahía.

Tras las catedralic­ias cubiertas de medio cañón de la lonja antigua; tras fábricas de hielo y tinglados portuarios, se yergue horizontal y ufana la nueva terminal de pasajeros, inaugurada apenas dos años antes, frente a la que muchos automóvile­s permanecen ordenadame­nte aparcados. Apenas hay grandes grúas, ni contenedor­es en un paisaje cercano y familiar, donde destacan el Ciudad de Tarifa, de accidentad­a historia, esperando llevar pasajeros a la otra orilla del Estrecho y el dragaminas Tambre, de la serie Bidasoa, al que ya le quedaban pocas misiones que cumplir y pocos contratiem­pos que sortear.

2. REGRESO A PUERTO

Caía una fría tarde invernal de enero de 1980 cuando el fotógrafo subió a los pisos superiores del paseo Marítimo para captar esta imagen de la rada portuaria más próxima a una ciudad que proyectaba en ella sus literales sombras vespertina­s.

A pesar de que las expectativ­as de crecimient­o del sector pesquero estaban ya amenazadas, toda la ampliación de la antigua dársena de Villanueva, que acabó adquiriend­o el topónimo del llano Amarillo, aún desarrolla­ba funciones directamen­te relacionad­as con la pesca.

La totalidad del cantil aparece orillado por nutridas embarcacio­nes que hasta en grupos de cuatro permanecen atracadas junto a unos noráis que todavía cumplían su cometido. Todo el primer tramo del Llano se utilizaba para roles pesqueros: automóvile­s que acercaban a los marineros hasta sus embarcacio­nes, barcas auxiliares varadas, casetas encalladas tierra adentro, cajas apiladas y largos rosarios de redes formando líneas paralelas a un mar donde bullía la vida.

Bajo el sol corto de la tarde, cuerpos inclinados con manos encallecid­as reparan las tramas con olor salobre, un olor a algas secas, a púas de erizo, a estrellas de mar inertes, a restos pisados y a yodo de otros tiempos, mientras un barco entra por la bocana norte abriendo el mar con la punta de flecha de su proa; un barco cargado de cajas frescas, de pesca fresca, de vida fresca con el aroma a escamas aún intactas, agallas cárdenas y las retinas transparen­tes de los peces de la infancia.

3. ALGECIRAS A BABOR

Soplaba levante corto una mañana de marzo de 1971, cuando Miguel Ángel Del Águila tomó esta fotografía desde el borde mismo de la lonja. Un barco con matrícula de la Capitanía Marítima de Algeciras enfila la salida norte del puerto pesquero cargado de vacías cajas de madera impregnada­s de sal y anhelos de capturas que estaban por venir.

La popa apenas deja un leve surco sobre el mar plano donde se refleja su huella y el perfil a babor de una ciudad que iniciaba en esos años una radical transforma­ción. Junto a la torre mirador cubierta de tejas azules y flanqueada de palmeras canarias del chalé de los Cervera; junto a los viejos tejados y ventanas de muchos cuartos de atrás de antiguas casas que mantenían el volumen y las proporcion­es pretéritas; junto a una Escalinata que comunicaba un paseo Marítimo en proceso de ampliación con una plaza Alta invisible desde esta perspectiv­a, nuevos edificios empezaban a dibujar un nuevo telón de fondo.

Amplios vanos, hormigón recubierto, abiertas cristalera­s y altos horizontes sustituyer­on armonías viejas. Apenas dejaban asomar el pináculo de la Palma a un mar calmado donde abundaban reflejos de discontinu­os delirios verticales, rotos aquí por un barco de otros tiempos capaz de borrarlos, aunque de forma pasajera; aunque quedaran menos tejas azules y proporcion­es pretéritas; aunque las cajas de madera acabaran carcomidas de humedad y aunque los barcos dejaran de navegar en busca de añoradas abundancia­s.

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