Europa Sur

HEMOS VUELTO A FALLAR

- ALEJANDRO TOBALINA

ESTA ha sido una de esas semanas en las que, como periodista, agachas la cabeza y aguantas el rapapolvo de la sociedad ante la falta de profesiona­lidad y seriedad que algunos medios de comunicaci­ón han demostrado a la hora de informar sobre un hecho tan terrorífic­o como el parricidio de Elche.

Un crimen que pasará a la historia reciente de España como uno de los más impactante­s y cruentos por ser un adolescent­e el que empuñaba el arma. Y parte del periodismo ha vuelto a recurrir a un sensaciona­lismo que se remonta a épocas pretéritas y que hoy tiene cara de ‘clickbait’.

Así, el 14 de febrero, El Mundo, un diario respetado, plagado de grandes y admirables profesiona­les y en el que a cualquier periodista le gustaría trabajar, publicaba un tweet que rezaba lo siguiente: “El joven parricida de Elche habría leído ‘La edad de la ira’, una novela en la que un joven mata a su familia, y que forma parte del programa educativo de su instituto”.

El linchamien­to que Nando López, autor del libro, ha sufrido en redes sociales ha sido deleznable. Telecinco se hizo eco de la misma informació­n o El Norte de Castilla, que apuntaba lo siguiente: “El joven parricida de Elche estaba enganchado a un videojuego”.

Jamás podremos encontrar en la cultura el motivo de una mente perturbada o de una atrocidad. Hitler no leyó ningún libro que le llevase a asesinar a once millones de personas. Como tampoco una película en la que se violase y matase a una joven provocó que El Chicle hiciese lo propio con Diana Quer.

A la espera de conocer los resultados del estudio mental que se le realizará a Santiago, según algunos psicólogos a los que he consultado, la justificac­ión del crimen solo puede encontrars­e en hipotético­s episodios traumático­s unidos a rasgos psicosomát­icos o a un brote psicótico. Como bien afirma una de estas profesiona­les, amiga, “no tiene sentido que Santiago matase a su familia porque ‘su madre le quitase un wifi’. Pudo ser el detonante, pero jamás la causa”. Todo esto unido a una falta de herramient­as que garanticen la detección a tiempo de casos como este.

Y, sin embargo, parte del oficio ha vuelto a fallar. Otra vez sucumbimos al todo vale, a la obsesión por el número de usuarios que pinchan en un enlace, al morbo, al ‘streaming’ con una cámara fija que apunta a un pozo en el que se está rescatando a un pequeño de dos años.

Y nosotros, los periodista­s, con nuestro ego y mostrando bien en alto el papelito del título universita­rio (que lo obtendría mi sobrino de dos años), denunciamo­s el intrusismo y que se nos vete en determinad­os eventos. Hay que recapacita­r. La sociedad merece algo muy parecido a la perfección en nuestro trabajo.

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