HEMOS VUELTO A FALLAR
ESTA ha sido una de esas semanas en las que, como periodista, agachas la cabeza y aguantas el rapapolvo de la sociedad ante la falta de profesionalidad y seriedad que algunos medios de comunicación han demostrado a la hora de informar sobre un hecho tan terrorífico como el parricidio de Elche.
Un crimen que pasará a la historia reciente de España como uno de los más impactantes y cruentos por ser un adolescente el que empuñaba el arma. Y parte del periodismo ha vuelto a recurrir a un sensacionalismo que se remonta a épocas pretéritas y que hoy tiene cara de ‘clickbait’.
Así, el 14 de febrero, El Mundo, un diario respetado, plagado de grandes y admirables profesionales y en el que a cualquier periodista le gustaría trabajar, publicaba un tweet que rezaba lo siguiente: “El joven parricida de Elche habría leído ‘La edad de la ira’, una novela en la que un joven mata a su familia, y que forma parte del programa educativo de su instituto”.
El linchamiento que Nando López, autor del libro, ha sufrido en redes sociales ha sido deleznable. Telecinco se hizo eco de la misma información o El Norte de Castilla, que apuntaba lo siguiente: “El joven parricida de Elche estaba enganchado a un videojuego”.
Jamás podremos encontrar en la cultura el motivo de una mente perturbada o de una atrocidad. Hitler no leyó ningún libro que le llevase a asesinar a once millones de personas. Como tampoco una película en la que se violase y matase a una joven provocó que El Chicle hiciese lo propio con Diana Quer.
A la espera de conocer los resultados del estudio mental que se le realizará a Santiago, según algunos psicólogos a los que he consultado, la justificación del crimen solo puede encontrarse en hipotéticos episodios traumáticos unidos a rasgos psicosomáticos o a un brote psicótico. Como bien afirma una de estas profesionales, amiga, “no tiene sentido que Santiago matase a su familia porque ‘su madre le quitase un wifi’. Pudo ser el detonante, pero jamás la causa”. Todo esto unido a una falta de herramientas que garanticen la detección a tiempo de casos como este.
Y, sin embargo, parte del oficio ha vuelto a fallar. Otra vez sucumbimos al todo vale, a la obsesión por el número de usuarios que pinchan en un enlace, al morbo, al ‘streaming’ con una cámara fija que apunta a un pozo en el que se está rescatando a un pequeño de dos años.
Y nosotros, los periodistas, con nuestro ego y mostrando bien en alto el papelito del título universitario (que lo obtendría mi sobrino de dos años), denunciamos el intrusismo y que se nos vete en determinados eventos. Hay que recapacitar. La sociedad merece algo muy parecido a la perfección en nuestro trabajo.