La pandemia reduce un año la esperanza de vida andaluza
● Las muertes sobrepasan las 12.000 personas y los registros de la sexta ola se acercan ya a los notificiados en la primera
La pandemia provocada por el SARS-CoV-2 ha acercado la muerte a una gran parte de la población. Demasiado cerca para demasiadas personas. Mientras en España los fallecidos por Covid-19 en estos dos años se encaminan a la simbólica cifra de las 100.000 personas, Andalucía sobrepasa ya los 12.000 fallecidos. Tal está siendo el sopapo que la esperanza de vida, el valor medio de años que vive una población determinada, va a ver reducida su valor en nada menos que un año en comparación con 2019. Aquel año, cuando la pandemia era sólo un término empleado en los tratados científicos o de historia, la esperanza de vida andaluz fue de 82,2.
En 2020, que se redujo por primera vez en décadas, fue de 81,5. En 2021 apenas rebasará los 81 años, algo que no ocurría desde 2013.
El dato lo aportó ayer el consejero de Salud, Jesús Aguirre, quien definió de “tsunami” los efectos provocados por el Covid19 y destacó el poder devastador del coronavirus. El reflejo demográfico de estos datos luctusoso será nada menos que la reducción de la expectativa de vida, un indicador demográfico del que han presumido gestores sanitarios y políticos durante los últimos 40 años.
Habrá que ver el comportamiento del Covid-19 en 2022, aunque es poco probable que mantenga las funestas dimensiones de estos dos años. La pandemia, según recogen los especialistas, tiene pocos visos de repetir la crónica negra, aunque aún persistan cifras poco alentadoras. La sexta ola está ya viendo reducir los valores de contagios y hospitalizaciones. Las muertes registradas, en cambio, se mantienen aún en valores elevados. Casi un mes suma ya Andalucía notificando un centenar de fallecidos semanales. Ayer fueron 111, según el informe del Ministerio de Sanidad. Hace un mes la cifra en siete días fue de 96.
La sexta ola ha sido más mortífera de lo pensado inicialmente. Los 1.374 muertos acumulados desde octubre, los datos del sexto periodo pandémico, sobrepasarán probablemente de los de la primera ola (1.444). Los momentos son sin embargo muy diferentes. En la primavera de 2020 sólo cabía el encierro, la paralización de la sociedad y la estricta distancia para evitar la enfermedad. Ahora, en el declive ya de la sexta ola y con una elevada cobertura vacunal, las administraciones han evitado adoptar medidas restrictivas a sabiendas de que el sistema inmune de la mayoría de la población estaría protegida de la patología grave. Así ha sido a pesar de una minoría con enfermedades subyacentes, con un sistema defensivo defectuoso o que había visto reducido con el tiempo el efecto protector de las vacunas. La variante ómicron, además, con su habilidad para evadir la protección inmune, ha provocado un pico de muertes más alto que la cuarta y la quinta ola.
Aunque los epidemiólogos avisan de que el coronavirus seguirá provocando desgracias, la adecuada receta de tratamientos en los hospitales, la cercana llegada de eficaces antivirales –especial mención merece Paxlovid, aún a falta de una producción a gran escala– y la evolución de las vacunas de nueva generación facilitará una vuelta a la normalidad, la verdadera normalidad.
Como es sabido, las actuales vacunas no evitan la transmisión del virus –la variante ómicron ha dado una evidente lección al respecto– y la inmunidad adquirida por estos fármacos inyectables o por pasar la enfermedad no dura para siempre. Sin embargo, hay proyectos vacunales, como en México, que auguran el definitivo final de una pesadilla que cumplirá pronto los dos años.