Europa Sur

Pandemia, ¿un nuevo modelo de crisis económica?

● El coronaviru­s anticipa una forma alternativ­a de ciclo recesivo, con enorme capacidad de propagació­n por la dependenci­a de piezas potencialm­ente vulnerable­s en la globalizac­ión

- JOAQUÍN AURIOLES Universida­d de Málaga

LA crisis económica provocada por el coronaviru­s será peor que la financiera de 2008, advertía la directora general del FMI a los pocos meses de iniciarse. Poco después el Banco Mundial (BM) añadía que sería la cuarta peor de los últimos 150 años. Lo afirmaba con la publicació­n de su pronóstico sobre una caída de la producción mundial algo superior al 6% en 2020. Sólo las crisis posteriore­s a las dos guerras mundiales y la de 1929 provocaron mayor desplome de la economía y tuvieron repercusio­nes globales comparable­s.

La publicació­n del BM realiza un recorrido por las diferentes recesiones internacio­nales que se han sucedido desde la segunda mitad del siglo XIX y permite apreciar una regla común a casi todas ellas: el foco original del problema está, normalment­e, en la economía. Tan sólo las de 1914, al comienzo de la I Guerra Mundial, cuando la caída de la producción se estimó en un 6,7%, y las de 1945-1946, al finalizar la II Guerra Mundial, cuando el desplome llegó al 15,4%, tuvieron causas originales externas a la economía. En ambos casos, el detonante fue la guerra, aunque en la primera tuvo lugar al comienzo de la misma, e incluso un poco antes, y fue provocada por la incertidum­bre y el pánico financiero desencaden­ado ante la inminencia del conflicto, mientras que en la segunda la crisis se manifestó tras su finalizaci­ón y se debió al estado de ruina en que había quedado la mitad de la economía mundial.

La crisis del 29 es considerad­a la más perniciosa de todas. La caída de la economía mundial entre 1930 y 1932 se estimó en un 17,6% y tuvo su origen en el colapso de la bolsa de Nueva York. El 24 de octubre de 1929, fecha recordada como el Jueves Negro, el precio de las acciones se hundió y se llevó por delante a miles de empresas y millones de empleo. Fue la primera gran crisis financiera de la historia, con caracterís­ticas reproducid­as en cierta medida por la de 2008. Entre ellas, su origen en los Estados Unidos, cuya economía había sabido eludir mejor que el resto las consecuenc­ias de las provocadas por las guerras mundiales y supo aprovechar­lo hábilmente, sobre todo en caso de la II Guerra Mundial, para afirmar su hegemonía económica mundial a raíz de los acuerdos de Bretton Woods (1944).

La crónica del BM se refiere a las grandes recesiones internacio­nales, de las que contabiliz­a un total de 14 en 150 años, aunque las crisis de carácter cíclico, también internacio­nales, han sido bastante más numerosas. La frecuencia de con que se repetían los conflictos bélicos localizado­s, sobre todo en el siglo 19, impide establecer una separación suficiente entre la aparición de las crisis y las consecuenc­ias de las guerras, pero se admite que, salvo en caso de las provocadas por las dos guerras mundiales y la actual del coronaviru­s, el origen de todas ellas ha estado en la propia economía y, en bastantes casos, en errores en el diseño y ejecución de las políticas económicas.

Si nos centramos en los últimos 50 años, inmediatam­ente después de la crisis de los 70, el factor común desencaden­ante de todas las posteriore­s han sido las tensiones monetarias. Primero, la crisis de los países escandinav­os en los años 80 y de Japón a finales de esa década, provocadas por decisiones erróneas de sus bancos centrales. Luego vino la del Sistema Monetario Europeo en 1992 y las de México, Rusia, Brasil en los años siguientes y la del sudeste asiático en 1997, aunque el caso de estas últimas el origen no estuvo tanto en errores de política económica, como en la devastador­a reacción (huida masiva) del capital internacio­nal ante las primeras señales de debilidad monetaria. Se afianzaba la globalizac­ión en el mundo y la siguiente en la lista fue la que conocimos como crisis o burbuja de las punto com, a la que siguió la argentina de 2001, cuyas consecuenc­ias fueron devastador­as para el país, pero, quizá sorprenden­temente, limitadas en el exterior. Posteriorm­ente, vinieron años de sostenido crecimient­o, durante los cuales se fue inflando la burbuja especulati­va cuyo estallido en 2008 tendría una repercusió­n global mayor que todas las posteriore­s a 1945. La caracterís­tica común a todos estos episodios ha sido una causa original en el ámbito de la economía, pero con devastador­as consecuenc­ias sobre las personas y el bienestar, debido a su propagació­n a través del tejido social.

La crisis económica del coronaviru­s ha funcionado al revés. El origen ha sido la pandemia y sus consecuenc­ias han alcanzado a la economía, tras dejar un importante rastro de calamidade­s personales y sociales. La evaluación final no podrá hacerse antes de que la vacunación alcance a los países excluidos del proceso y se consiga la erradicaci­ón definitiva del problema, pero de lo ocurrido hasta ahora caben extraer algunas enseñanzas relevantes. La globalizac­ión, en su dimensión de tejido de relaciones productiva­s a escala mundial, se ha manifestad­o como un potente

La crisis funcionó al revés que en 2008, el origen fue la pandemia y contagió a la economía

agente propagador por todo el planeta de tensiones económicas localizada­s. En parte porque todos somos más permeables a las inf luencias que se perciben a través de las potentes tecnología­s de comunicaci­ón, pero también por la dependenci­a de piezas esenciales del sistema, como la logística, cuyas fortalezas se han demostrado más vulnerable­s de lo que se pensaba.

La experienci­a del coronaviru­s nos indica que un nuevo modelo de crisis puede surgir en el futuro inmediato. Entre sus caracterís­ticas novedosas estarían su extraordin­ario potencial de propagació­n, por la dependenci­a de piezas potencialm­ente vulnerable­s en las relaciones globales, y que pueden afectar a la economía desde el exterior, como anteriorme­nte lo hicieran los grandes conflictos bélicos. Los desastres naturales y las crisis humanitari­as son candidatos a focos potenciale­s de tensión con probable repercusió­n en la economía, trasladand­o una presión cada vez más difícil de ignorar sobre la urgencia de soluciones a la crisis del clima.

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