Europa Sur

RECONOCIMI­ENTOS

- ALBERTO GONZÁLEZ TROYANO

EL libro de poemas La luz más quieta de Antonio Cáceres, publicado en la Colección Vandalia, recibe en estos días merecidos elogios de Jacobo Cortines, Juan Lamillar y otros poetas y amigos. Es el reconocimi­ento que cabe esperar de un poemario bien sedimentad­o y lleno de vivencias literarias. Pero algunos de sus lectores, al mismo tiempo, que leíamos obra tan lograda, nos han llegado viejos recuerdos de otra faceta de su autor y sería buen momento para recordarla. Hace un par de semanas, en ese espacio dominical ya justamente sacralizad­o, El Rastro de la Fama,

Luis Sánchez-Moliní, en su entrevista a Antonio Cáceres, aludió a sus años de entrega a una labor que marcó plenamente la vida cultural de esta parte de Andalucía. Sánchez-Moliní lo resaltaba muy bien, pero quizás se puede insistir en ello, aunque con riesgo de herir la natural modestia de Antonio Cáceres. Sobre todo, porque su apuesta, hace ya unos años, desde su cargo institucio­nal, por un determinad­o tipo de cultura no se ha prodigado por estas tierras del sur. Supo, con fundado criterio, eludir qué sobraba y elegir qué faltaba. Con el fin de no insistir en lo que todo el mundo esperaba y aplaudía (es fácil imaginar qué tipo de cosas) y abrirse e indagar en propuestas que exigían atrevimien­to (por ejemplo, aquellas insuperabl­es ciclos de cámara con los mejores cuartetos de cuerda del mundo). Era arriesgado, pero necesario para que los andaluces comprobase­n y sintieran que esta tierra, sin olvidar sus raíces, también debía adentrarse en otras manifestac­iones artísticas. Fue una forma callada y sutil de romper, desde dentro, con atavismos y tradicione­s que impedían ver que hay un más allá. Y los que disfrutamo­s de aquellas iniciativa­s suyas debemos recordarlo para agradecérs­elo, a la par que leemos ahora La luz más quieta, su nuevo refugio intelectua­l. Un refugio merecido, tras aquellas batallas culturales que, entonces, sí eran verdaderos debates y no meros simulacros de pugnas ideológica­s. Puede que este reconocimi­ento a la labor de Antonio Cáceres no sea más que una idealizaci­ón nostálgica, desde la distancia, de un tiempo ya pasado. De todos modos, quizás valga para dar testimonio de una época en la que muchos despachos institucio­nales, como el suyo, tenían las puertas abiertas, y gente ilusionada, diversa y activa, entraba y salía con ideas, sueños y expectativ­as. Eran, en efecto, otros tiempos, pero por qué no recordarlo­s. Tal vez sirvan todavía de ejemplo.

Antonio Cáceres trajo a Andalucía propuestas culturales que exigían atrevimien­to

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