Europa Sur

TODO UN AVANCE HISTÓRICO

- LUIS SÁNCHEZ-MOLINÍ

EN los últimos tiempos asistimos a una campaña sistemátic­a de desprestig­io político, social e intelectua­l de todos aquellos (muchos más de los que se suele reconocer) que se oponen al aborto o, por lo menos, no lo consideran un derecho. La técnica, usada por medios de comunicaci­ón tanto públicos como privados, es muy fácil: el que se atreve a mostrar su oposición al aborto es tachado automática­mente de ultraderec­hista o ultraconse­rvador, que es la marca que pintan en la chaqueta de los sentenciad­os antes de mandarlos al otro lado del cordón sanitario, expresión siniestra donde las haya. Sin embargo, lo diré claro: pienso que la lucha contra el aborto –como contra la eutanasia– es uno de los últimos combates del humanismo frente a un mundo dominado por los logaritmos y la eugenesia. Si se pierde definitiva­mente –como parece que está ocurriendo– y enterramos la sacralidad de la vida habremos entrado definitiva­mente en las tinieblas de una humanidad sin hombres.

El aborto, como la prostituci­ón, es un problema extraordin­ariamente complejo, con una casuística enorme, y lejos de mí convertirm­e en juez de nadie. También al igual que la prostituci­ón, el aborto nunca desaparece­rá del todo, por lo que entraría dentro de lo lógico que el Estado contemplas­e algunos casos (como el del riesgo de vida de la madre) en los que se pudiese ejercer en las mejores condicione­s médicas. Pero de ahí a ese frenesí abortista que parece haberse adueñado del feminismo o de pequeños napoleones como Macron hay un largo trecho. Al igual que Enrique García-Maíquez no pude sentir más que un profundo rechazo ante las manifestac­iones de euforia por la aprobación del aborto en Colombia hasta ¡las 24 semanas! Recomiendo al lector que busque una foto de un feto de 24 semanas y, después, reflexione sinceramen­te sobre si estamos o no ante una realidad distinta (aunque dependient­e) del cuerpo de la madre. Hay veces que no hay que recurrir a la ciencia ni a la filosofía para sacar conclusion­es sobre estos asuntos. Basta la mirada humana, la misma que puede tener un pastor de Anatolia o una broker de Londres.

Legalizar el aborto hasta las 24 semanas, como ha ocurrido en Colombia, es confundir el derecho con una escabechin­a. Nos ha tocado vivir un mundo extraño y bárbaro en el que los mismos que lloran ante los cerdos estabulado­s saltan con alegría caníbal ante cualquier medida que facilite la eliminació­n de los nasciturus. Todo un avance histórico, como tituló algún periódico.

Legalizar el aborto hasta las 24 semanas, como ha ocurrido en Colombia, es confundir el derecho con una escabechin­a

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