Jugando sin quemarse con fuego de lágrimas y optimismo
estos resortes; afortunadamente lo hace con un estilo sobrio, en ocasiones casi de cine realidad dulcificado, eso sí, por los tópicos indies. No se trata de denunciar, aunque el retrato de las condiciones de vida de la familia y su entorno contenga elementos socialmente críticos, sino de cantar a la familia, al sacrificio, la solidaridad, la bondad, lo que un buen profesor y el talento venciendo obstáculos pueden lograr. Todo muy americano. El relato francés se ha capranizado –de Capra– por así decir. Pese a todo, concluye la película, esta sigue siendo la tierra de la gran promesa.
Dicho lo dicho todo parece conducir al precipicio del tópico, la explotación de desdichas y la celebración de buenos sentimientos. Afortunadamente la dirección, que inf la y desinf la en un juego inteligente los excesos melodramáticos y optimistas, frenando cuando parece a punto de despeñarse, y sobre todo las excelentes interpretaciones, logran que lo natural triunfe sobre lo impostado. Los actores son el as de esta película. El mérito de la directora es crearles el marco idóneo. Doy por seguro que vio una y otra vez el original francés en el que se inspira hasta dar con la clave de su sencillo y sincero encanto.
Que actores sordos interpreten a los padres y al hermano añade emoción, para quien conozca este detalle. Son Marlee Matlin (la madre), que ya logró un Globo de Oro y un Oscar por interpretar en 1986 a una joven sorda en Hijos de un dios menor, el también veterano Tory Kotsur, nominado al Oscar por este papel, y el joven Daniel Durant. Emilia Jones está perfecta. Los tres (porque Eugenio Derbez está bien, pero algo menos natural) son el gran atractivo de esta amable e inteligente película que juega con fuego de lágrima y optimismo fácil sin quemarse. Se comprende su éxito en festivales y –conocida la debilidad de Hollywood por las historias de superación– su triple nominación al Oscar.