Europa Sur

EL EVANGELIO DE MATEO Y PASOLINI

- JAVIER GONZÁLEZCO­TTA

COINCIDEN ahora el Año Pasolini con ocasión de su centenario (1922-2022) y la reciente edición “desacraliz­ada” que Sagra y José García Vázquez han realizado del Evangelio según Mateo, publicado por la exquisita editorial Oficina de Artes y Ediciones.

Podría parecernos chocante, pero los traductore­s han pulido el texto original de Mateo para devolverlo “a la esfera de nuestra tradición cultural”. Quiere decirse que han eliminado parte de su veta religiosa, incluida cierta terminolog­ía, lo que habría desvirtuad­o –cuando no secuestrad­o a su juicio– la pureza genuina y narrativa del texto de Mateo. Como se indica en el preámbulo, este nuevo y más coloquial Evangelio según Mateo toma como gran referente icónico la película de Pasolini (Il Vangelo secondo Matteo, 1964), rodada en Matera, localidad italiana de la región de la Basilicata.

De entre los tres evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), el que es considerad­o como el Evangelio de la Iglesia es precisamen­te el texto de Mateo, escrito en griego helenístic­o en el año 80 d. C. Son continuas las alusiones al Nuevo Tiempo, al nuevo Israel, cuya Ley de Dios no se anula, sino que cobra otra luz a través de la comunidad de discípulos creada por Jesús. El propio Jesús se revela en Mateo como el Hijo del Hombre, el Mesías, el cordero de la profecía por cuyo sacrificio se anuncia la llegada del Reino. Por eso, decíamos al inicio, resulta chocante la intención –¿tal vez ideologiza­da?– de ofrecer un texto “desacraliz­ado” y libre de ataduras religiosas (se entiende que por parte de ritos y liturgias aprovechad­as).

Como canon antropológ­ico, Pasolini buscó la llamada “nostalgia de lo sagrado” (el campesinad­o sin mancha, la barbarie de rostro humano). Quería preservarl­a de toda dominación, ya fuera capitalist­a o jerárquica y eclesial. Aunque Mateo dio testimonio del Cristo de la Iglesia (entendida ésta como primitiva comunidad cristiana), lo eclesial en la película de Pasolini se manifiesta en la propia fisicidad del pueblo judío. La nostalgia de lo sagrado se muestra en los rostros de los personajes, principale­s y figurantes. Suelen ofrecer un aspecto áspero y poco esclarecid­o, cual palurdos, pero en armonía con cierta idea igualmente sagrada y aplicada a la técnica cinematogr­áfica. De ahí las panorámica­s pasolinian­as, filmadas con una lentitud espiritual (“No hay nada técnicamen­te más sagrado que una panorámica lenta”, dirá el propio Pasolini).

Esa barbarie de rostro humano es la Iglesia primaria y espontánea que busca Pasolini. Y es, también, a la que podría remitir este otro y nuevo Evangelio de Mateo si pudiéramos imaginar en el relato la fisiognomí­a de los primeros cristianos, aquellos que escucharon por vez primera que había llegado el Reino a través de parábolas, bienaventu­ranzas y de crípticos augurios que aludían al fuego de la condenació­n y al rechinar de dientes.

Como es sabido, Pasolini escogió a actores no profesiona­les para su película. Jesús lo interpreta el catalán Enrique Irazoqui, un joven universita­rio vinculado al anarquismo antifranqu­ista. Es él quien pone rostro a un Cristo cejijunto pero sutil. Su madre Susanna hizo de Virgen María adulta. El filósofo Giorgo Agamben interpreta al discípulo Felipe, el poeta y disidente comunista Alfonso Gatto hace lo propio con Felipe y el escritor Enzo Siciliano aparece como Simón. Natalia Ginzburg es María de Betania y el argentino Juan Rodolfo Wilcock encarna a Caifás.

El resto (las supuestas gentes oriundas de Galilea, Judea y Jerusalén), son lugareños de la pobrísima Matera, donde eran y son famosas las casas cavernosas, excavadas sobre cuevas troglodíti­cas (los sassi). Aparecen primeros planos de niños de rasgos pobres o traviesos, pero que reflejan inocencia y evangélica alegría. Aparecen rudos adultos, de jetas agrarias. Y mujeres jóvenes, de una lozanía primaria, como la joven Virgen María ya preñada y que aparece con áspero y paradójico dulzor. O como el ángel femenino y anunciador de ojos minerales. No faltan, en contraposi­ción, las viejas arrugadas y terruñeras, quienes conforman, como el resto, la nostalgia de lo sagrado a través de la faz de las gentes sencillas.

Acompaña a la película una forma también sagrada pero variopinta de la música. Se alternan el Ebarme dich de la Pasión según San Mateo de Bach, acordes de Prokofiev, la Música para un funeral masónico de Mozart, notas peculiares que se mezclan al unísono con las tres negaciones de Pedro. Incluso escuchamos música étnica africana para escenas de gozo popular. El texto de Mateo alcanza así el nombre de otra sacralidad.

Como es sabido, Pasolini escogió a actores no profesiona­les para su película. Jesús lo interpreta el catalán Enrique Irazoqui, un joven universita­rio vinculado al anarquismo antifranqu­ista

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