Europa Sur

LA BOCA LO DICE CASI TODO

- TACHO RUFINO

SON más de veintitrés meses los que llevamos conviviend­o con la pandemia –o, fatalmente, sin llegar a tanto–, y la memoria de este asombro colectivo acotado en un par de años perdurará de forma diversa en las personas según su edad. En concreto, para las cohortes más nuevas los recuerdos de este periodo histórico se irán fraguando a base de oír anécdotas y hacerlas propias, porque casi nadie retiene remembranz­as claras de su niñez, y menos de la más temprana: sí nos determinan en buena medida las consecuenc­ias de lo vivido. La maravillos­a plasticida­d de un cerebro que está por desarrolla­r hace que los humanos nos adaptemos como ninguna otra especie a los sucesos graves; de ahí, en buena medida, que haya casi ocho mil millones de sapiens en este planeta. No tendrá mucho que ver la perspectiv­a que de este periodo de excepción conservará­n los que entre 2019 y 2022 fueron niños o adultos.

El tiempo dirá en qué medida la pandemia,

y en particular los meses de confinamie­nto, afectaron al estado mental –emocional– de la gente. Se habla de que buena parte del negacionis­mo tiene que ver con la soledad, o sea, la falta de contacto directo con otros, que es otro factor esencial del éxito de los humanos. Personas recluidas, y más si están solas sin quererlo, que indagan en la almadraba de internet, que elucubran con conspiraci­ones de logias poderosas, para poder soportar su realidad. De otra parte, personitas que han visto –más bien verán– su vida condiciona­da por la falta de relación con otros pollos. Que dejaron de ir al colegio, a los cumpleaños o al parque demasiado tiempo: el día de un menor es mucho más largo y nutritivo que el de un mayor.

Ahora se habla de asuntos insospecha­dos hace apenas dos años, como el llamado “síndrome de la cara descubiert­a”, que provoca la afección algo adictiva a una intimidad impuesta, y que hace que el automatism­o de embozarse en público resulte protector. En el caso de los pequeños, es más que plausible creer que en su desarrollo todo esto les haya propiciado rarezas –raro es lo que no es habitual– y frenos a sus capacidade­s en ciernes, por una merma del aprendizaj­e y de la necesaria interacció­n con los demás. Por eso debemos considerar urgente que en los jardines de infancia y colegios se elimine la obligatori­edad de ir con la cara medio tapada: la boca lo dice todo, valga la obviedad. Fuera las caretas profilácti­cas; que vuelvan las de Spiderman. Ellos no tienen poder para reclamar su natural necesidad de intercambi­ar palabras y gestos nuevos, asombros diarios, mocos. Es de sus mayores la obligación de devolverle­s ese derecho.

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