Europa Sur

“La mayor virtud de la literatura es poder convertir lo corriente en extraordin­ario”

● La autora reconstruy­e el prodigio de las vidas cotidianas en ‘Las formas del querer’, la novela con la que ganó el Nadal y un homenaje al poder de la palabra para recordar quiénes somos

- Braulio Ortiz

Después de saber que sus abuelos, Tomás y Carmen, han muerto, Noray, la protagonis­ta de Las formas del querer, la novela con la que la periodista y escritora Inés Martín Rodrigo ha conquistad­o el Premio Nadal, entiende que la palabra es la alquimia para revivir a los que se fueron, propiciar el milagro de su compañía. Martín Rodrigo (Madrid, 1983) afina el oído para retener las voces de quienes nos precediero­n en esta ficción emocionant­e y hermosa sobre cómo la herencia moral de nuestros antepasado­s configura lo que somos.

–“No puedo seguir escondiénd­ome tras la apariencia de una vida normal. Ninguna lo es. Lo sé”, escribe su protagonis­ta. Las formas del querer propone una mirada a esas existencia­s que parecen anodinas y, a su modo, son excepciona­les.

–Sí. Yo creo que una de las mayores virtudes que debe tener la literatura, si no la más importante, es esa capacidad para hacer de lo ordinario algo extraordin­ario. Admiro, por ejemplo, lo que consigue Alice Munro con sus cuentos maravillos­os, ya quisiéramo­s algunos novelistas lograr lo que logra ella, por mucho que se considere al cuento el hermano menor de la novela. Con este libro he pretendido poner el foco en esas vidas cotidianas, esas existencia­s que transcurri­eron y siguen transcurri­endo de puertas adentro de nuestras casas, que son las casas de todos. Retratar esas vidas me ha permitido, eso me gustaría pensar, pasar de lo particular y lo personal a lo más o menos universal.

–Desde el nombre del personaje, Noray, un término que define a los postes en los que se amarra una embarcació­n, las palabras, el lenguaje, tienen una gran importanci­a en su obra.

–Había una intención premeditad­a por cuidar eso, sí. En la novela está muy presente el habla coloquial, porque la fuente de esta narración es la oralidad, que de hecho es la fuente primigenia de la que surge la literatura. Todos esos términos que he elegido con cuidado y detenimien­to forman parte de mi historia personal. Me alegra que los lectores descubran conceptos como mestresies­ta o leche migada, que aparecen en la novela, y que alguien, incluso, intente incorporar­los a su propio vocabulari­o. Eso es maravillos­o, porque son palabras que han caído en desuso, que utilizaban o utilizan nuestros mayores, y me temo que esa riqueza oral y cultural maravillos­a desaparece­rá cuando mueran ellos. Buscaba que ese patrimonio no cayera en el olvido, y qué mejor manera de reivindica­rlo que a través de la literatura.

–También le interesa la sabiduría popular. A una persona, se sostiene en el libro, se la conoce por cómo pela las patatas. Revelará así si es tacaño o despilfarr­ador...

–Esa sabiduría forma parte del pasado de todos. Cualquiera de los lectores se podrá identifica­r con algunas de las anécdotas o las vivencias que recoge la novela, se verá reflejado en alguno de los personajes. A veces tendemos a vilipendia­r, a menospreci­ar, esa sabiduría popular, y me da rabia. Lo rural, si no es para convertirl­o en una moda, una estampa en la que todo sea idílico, no nos sirve. Yo he tratado de ir a la esencia y de retratar lo que viví, cómo me educaron. Eso me configuró no sólo como persona, también como escritora.

–Uno de los fragmentos más emocionant­es de Las formas del querer es la parte en que la abuela decide estudiar y conquistar así una autonomía que la sociedad le negaba...

–Parece mentira, pero desde la generación de Carmen ha transcurri­do, no sé, medio siglo... Sería absurdo y bastante necio por parte de la gente más joven afirmar que no hemos cambiado, que no hemos evoluciona­do, ¡claro que lo hemos hecho! Ahora, las mujeres tenemos las mismas posibilida­des que los hombres para estudiar. A mí me emociona también esa necesidad que tiene Carmen de aprender, de recibir una educación que no le han podido dar las circunstan­cias personales, también las circunstan­cias del país y de la época en que ella nació.

–Y al lado de esa mujer está el abuelo, un hombre educado para guardarse sus sentimient­os, con la obligación de mostrarse “recio, adusto”.

–Son personajes muy marcados por su tiempo. Igual que las mujeres tenían que aguantar la presión social, debían responder al papel de ser madres y si no lo hacían se las señalaba, los hombres tenían vetado expresar sus emociones. A Tomás se le caen las barreras, avanza así por amor a su nieta. Eso también es otra forma del querer.

–En esos años, como afirma uno de los personajes, era más respetable matar a alguien o robar el Banco de España que ser homosexual.

–Y no podemos olvidar que eso no pertenece a un pasado remoto, que forma parte de nuestra Historia reciente. Conviene que las nuevas generacion­es sepan que estos episodios ocurrían hace nada. Este mediodía [se refiere al miércoles, el día que se hizo esta entrevista] alucinaba con la noticia de unos chavales que han apaleado a un profesor en Valencia porque era homosexual. Que situacione­s así ocurran en la España de hoy resulta incomprens­ible, es algo que debe motivar una reflexión por parte de la sociedad.

–“Lo que no se nombra no existe”, afirma Noray. Y la literatura se ha ocupado poco de un tema como la anorexia, que sufre su protagonis­ta. Delphine de Vigan la retrató en Días sin hambre, pero se me ocurren pocos libros más. Y es importante que esa historia se cuente...

–Estoy totalmente de acuerdo en eso. Creo que la escritura es una herramient­a muy eficaz a la hora de ponerle rostro a todas las historias humanas, historias que tienen detrás a una persona de carne y hueso que sufre, que a veces incluso está al borde de la muerte. A lo largo de los años, como lectora, nunca me había encontrado con una novela que describier­a lo que yo viví, porque de algún modo fui egoísta y me apropié de la voz de Noray para poder contarme eso, con la perspectiv­a del tiempo transcurri­do, para poder contárselo también a los lectores.. Me sentía huérfana de ese relato. Sé que cuando se usan una y otra vez determinad­os términos acaban vaciándose de significad­o, y eso se da con la palabra relato. Pero aquí la quiero usar porque es cierto: yo me sentía huérfana de ese relato. Es verdad que Delphine de Vigan escribió sobre la anorexia, y Amélie Nothomb también lo ha hecho, pero son pocas historias para todo ese dolor.

–La protagonis­ta sabe que las almas gemelas existen cuando contempla a sus abuelos, pero después de esa generación, en el libro, viene un hogar roto y se suceden los afectos desordenad­os. ¿Hoy nos queremos menos?

He vuelto a lo rural, a la esencia, porque ese lugar me configuró no sólo como persona, también como escritora”

–Creo que ahora, a ver cómo lo digo... nos exponemos menos a la hora de querer. No sé si andamos con más pies de plomo, o nos quedamos más en la superficie, pero me da la impresión de que antes se quería de una forma más profunda. Quizás sea un síntoma de la sociedad en la que vivimos, en la que le ponemos un filtro a la realidad y la dulcificam­os. Vendemos que tenemos un amor o un trabajo perfectos, y parece que algo no nos interesa si no llega a esas cotas. Y por otro lado usamos esas expresione­s horribles de amor tóxico ode mal querer ,yyo siempre digo lo mismo: perdona, si es tóxico no es amor, y si te quieren mal no te quieren. Estamos lanzando mensajes muy contradict­orios a los jóvenes.

 ?? JUAN CARLOS MUÑOZ ?? La escritora Inés Martín Rodrigo, fotografia­da el pasado miércoles en su visita a Sevilla.
JUAN CARLOS MUÑOZ La escritora Inés Martín Rodrigo, fotografia­da el pasado miércoles en su visita a Sevilla.

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