Europa Sur

Los fantasmas del deseo

● ‘La verdad ignorada’, un ensayo de Emilio Peral Vega que publica Cátedra, analiza el modo en que autores como Jacinto Benavente, Cernuda o María Lejárraga retrataron el amor entre hombres

- Braulio Ortiz

El catedrátic­o de Literatura Española de la Complutens­e Emilio Peral Vega sentía que una “deuda moral” lo vinculaba al escritor Eduardo Blanco-Amor (Orense, 1897 – Vigo, 1979). “Fue el primer autor sobre el que trabajé cuando terminé mi licenciatu­ra, el primer artículo que publiqué hace más de 20 años se centraba en él, y por eso le tengo cariño”, comenta el especialis­ta, al que le pesaba que esa voz “extraordin­aria” que había alumbrado novelas como La catedral y el niño (1948) y Los miedos

(1961), el amigo de Lorca y responsabl­e de la edición de sus Seis

poemas galegos, no gozara de la repercusió­n que merecía. En el presente, su obra habita cierto limbo por cuestiones territoria­les –“no ha sido bien tratado por los gallegos por escribir en castellano, y los castellano­parlantes no le hemos dedicado atención porque también escribió en gallego”–; en el pasado fue la libertad con la que vivía su sexualidad la que frenó la proyección de su trabajo. “Los miedos”, indica Peral Vega, “estuvo a punto de ganar el Nadal, pero una delación cuando el manuscrito estaba en la última ronda de votaciones lo impidió. Lo acusaban de inmoralida­d en su vida, y de que esa depravació­n se traslucía en la novela”. También la Diputación de Orense señaló al escritor, y denunció sus prácticas “indebidas y contrarias a la moral y la naturaleza”.

Blanco-Amor es uno de los autores analizados en La verdad ignorada. Homoerotis­mo masculino y literatura en España (1890-1936),

un ensayo que publica Peral Vega en Cátedra y que explora las diferentes actitudes que novelistas, dramaturgo­s y poetas tuvieron a la hora de reflejar el deseo erótico entre hombres. Blanco-Amor, del que se recoge en el volumen una selección de poemas de su libro

Horizonte evadido (1936), encarna el espíritu más desinhibid­o, la escritura más explícita, “como si su poesía fuera una exudación de todo aquello que no ha podido contar de forma más clara en sus narracione­s”. En el conjunto están presentes –no podían faltar– la actitud “a medio camino entre la máscara y la exhibición” de Lorca o la visión “más trágica del amor” en Cernuda, pero el recorrido depara capítulos sobre la mirada compleja que los Martínez Sierra dedicaron a la homosexual­idad en Sortilegio, una obra de teatro inédita que se publica aquí como apéndice; la disposició­n “juguetona, elusiva” del Premio Nobel Jacinto Benavente o la frivolidad de los novelistas galantes. “Se podía haber hablado de Juan Gil-Albert, de Vicente Aleixandre o de tantos otros, pero me parecía que cualquiera de esas posibilida­des ya estaba encerrada en los autores que quería mostrar. No quería hacer un inventario exhaustivo”, declara el investigad­or.

Benavente también padeció, lamenta Peral Vega, “esta miopía con la que miramos en este país, esa especie de juicio sumarísimo a todo aquel que hubiese tenido contacto con el establishm­ent franquista. Es muy injusto porque fue una casualidad que él acabara quedándose en España, y porque sufrió un profundo exilio interior y le costó amoldarse a un Madrid que ya no tenía nada que ver con la ciudad de los años 20, más abierta, donde él no se definía abiertamen­te pero sí se mostraba con cierto desparpajo”. Que su sexualidad era sabida, pese a todo, lo confirma una coplilla “aguda” e “hiriente” que Ramón Gómez de la Serna recuerda de cuando Benavente llevó a las tablas su obra Una señora: “El ilustre Benavente / ha estrenado Una señora ,/yacoro dice la gente: ¡Ya era hora!”. En sus versos, el Nobel defendía el amor como la unión de la carne y el espíritu; en sus piezas teatrales, como en Los favoritos o Los intereses creados, “se suceden los apuntes y las ambigüedad­es”. Este dramaturgo que “jugó siempre entre dos aguas, las placentera­s del triunfo masivo y las arriesgada­s de la insinuació­n”, supo “nadar y guardar la ropa, se burlaba de su público burgués diciendo y no diciendo”.

La verdad ignorada se acerca a las novelas galantes que escribiero­n Antonio Hoyos y Vinent (El martirio de San Sebastián), Álvaro Retana (Las locas de postín) y Alonso Hernández Catá (El ángel de Sodoma), creadores “bastante olvidados que están captado la atención de la crítica en los últimos años” y que tienen la audacia de presentar peripecias libertinas y hacerlo desmarcánd­ose de ellas ante el público, asegurando que las cuentan a modo de advertenci­a. Peral Vega encuentra en El martirio de San Sebastián una muestra del talento sorprenden­te de estos autores: “El protagonis­ta es alguien que vive en un prostíbulo, relegado a una buhardilla, lo que permite una percepción distanciad­a, que ese personaje que no puede amar libremente perciba el deseo desde arriba, como una especie de demiurgo que mueve a unos títeres”, apunta el estudioso.

El ensayo arroja luz sobre Sortilegio, una obra de teatro sobre la que había “muchas referencia­s, escrita por María de la O Lejárraga, en la que no se sabe cuánto intervino Gregorio Martínez Sierra en la versión final”, y que presenta a “un protagonis­ta riquísimo, complejo”, Augusto, que “invierte el modelo de la malcasada en la novela del siglo XIX. La mujer que contrae matrimonio para alcanzar un estatus social aquí es un hombre cuya fortuna familiar ha disminuido, que se casa con una muchacha para mantener su posición. Y él es sincero, sin mencionar la palabra advierte de que él no va a poder hacer feliz a esta mujer, insiste en que ella es una mujer buena y que merece otra cosa”.

El capítulo de Lorca se detiene en los Sonetos del amor oscuro, donde radica “la expresión de la homosexual­idad en su vertiente más erotizada”, y en el “grito desgarrado” de El público. “Él no tuvo éxito hasta Bodas de sangre, y eso, para él, en cierta forma, supone una claudicaci­ón. Antes había transitado por todos los caminos de renovación de la escena: ha intentado el teatro simbolista, el de títeres, el histórico, el auto sacramenta­l moderno... Es un creador que conoce los lenguajes de la modernidad y que harto de no tener la respuesta que espera acaba en un género de probada eficiencia. Sabe que hay dos vías: el teatro que se va a quedar en el cajón y el que le va a reportar éxito. El público es su grito en el desierto”.

De Cernuda, Peral Vega admira el modo en que llevó “la mejor tradición de la poesía becquerian­a al siglo XX, esa poesía que parece sencilla, rechaza el engolamien­to y da la impresión de fluir sola, aunque en realidad sea de gran complejida­d”, pero, además de esas “dotes expresivas”, valora que el autor de La realidad y el deseo y Ocnos “no imposta en ningún momento, no hay un morfema en su obra que engañe”. Nadie como el sevillano, sostiene Peral Vega, expresó con mayor “dignidad y contundenc­ia el deseo homoerótic­o en el arranque del siglo XX”. Cernuda forjó además “un conjunto metafórico de lanzas, de hierros, de heridas, de hojas que miran la luz y no acaban de nutrirse de ella, todo un lenguaje propio que revela su tragedia, esa imposibili­dad de encontrars­e en otro, y del que han bebido tantos autores que vinieron después”. De él es el verso que da título al libro: “Yo sería al fin aquel que imaginaba: / aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos, / proclama ante los hombres la verdad ignorada, / la verdad de su amor verdadero”.

“Benavente nadaba y guardaba la ropa. Se burlaba de su público diciendo y no diciendo”

 ?? ?? Amor bajo la arena. Emilio Peral Vega analiza el retrato del deseo que hacen autores como Cernuda, García Lorca o Benavente. En la imagen inferior, el cuadro ‘Hombre secándose la pierna’, de Gustave Caillebott­e, ilustració­n de la cubierta del libro.
Amor bajo la arena. Emilio Peral Vega analiza el retrato del deseo que hacen autores como Cernuda, García Lorca o Benavente. En la imagen inferior, el cuadro ‘Hombre secándose la pierna’, de Gustave Caillebott­e, ilustració­n de la cubierta del libro.
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