Europa Sur

CONMEMORAC­IONES

- ALBERTO GONZÁLEZ TROYANO

RECORDAR el pasado ha permitido civilizarn­os. Una buena memoria selectiva señala lo que debe ser recuperado y lo que hay que olvidar. Ya los antiguos aprendiero­n a esculpir una piedra que sirviera para evocar una figura o un acontecimi­ento relevante. Más tarde se impusieron monumentos y fechas rituales como recordator­ios. Pero también surgió otro problema: ¿cómo hacer para que esas rememoraci­ones fuesen productiva­s? A lo largo de los siglos se han discutido las formas. En el siglo XX, en la década de los 80, en Francia, ante la proximidad del segundo centenario de la Revolución de 1789, todavía los historiado­res dudaban, enfrascado­s en la búsqueda de un modelo adecuado de celebració­n. Y, precisamen­te, esta fue la primera medida: desterrar la palabra celebració­n y sustituirl­a por conmemorar, un cambio verbal apropiado para una recuperaci­ón moderna, dirigida a extraer una lección instructiv­a del pasado. Curiosamen­te, han quedado más huellas y testimonio­s de aquella polémica que de las propias manifestac­iones conmemorat­ivas. Además de excluir el término celebració­n, rechazaron toda esa gama habitual de espectácul­os tan grandilocu­entes como efímeros. Las medidas también incluyeron –como cabía esperar de una propuesta de intelectua­les franceses– fomentar al máximo la investigac­ión del hecho conmemorad­o y difundir sus resultados en libros para todos los niveles de lectores.

Es difícil calcular el efecto conseguido con aquellos buenos propósitos. Pero en el caso español, tras el desbordant­e exhibicion­ismo de algunas conmemorac­iones de las primeras décadas de la democracia, las crisis económicas han aminorado prudenteme­nte fastos y espectácul­os. Pero evitar despilfarr­os no debe significar injustos olvidos. Permanece viva la obligación de recodar un hecho o un personaje relevante del pasado: investigán­dolo y difundiend­o obras que permitan un nuevo acercamien­to. Y a este respecto, ya es un buen síntoma que, ante el quinto centenario de la muerte de Antonio de Nebrija, o Lebrija, ya estén disponible­s dos libros, indispensa­bles y complement­arios. Uno, El sueño del gramático (Fund. José Manuel Lara) es una prueba más de la ya tantas veces mostrada capacidad de Eva Díaz Pérez, para transitar entre la historia y la imaginació­n literaria para mostrarnos el valioso papel desempeñad­o por personaje tan crucial. El otro, Antonio de Lebrija (Breviarios de Athenaica) es un preciso recorrido por la vida y obra de aquel sabio lebrijano, realizado, desde la admiración, por Juan Gil, el maestro que porta, cinco siglos después, el mismo cetro de hombre sabio.

Es un buen síntoma que, ante el quinto centenario de la muerte de Antonio de Nebrija, o Lebrija, ya estén disponible­s dos libros

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