Europa Sur

COVID Y DESIGUALDA­D EN ANDALUCÍA

- FRANCISCO J. DOMOUSO MARTÍNEZ Secretario general administra­dor de Cáritas regional de Andalucía

HAY datos que, por mucho que se pongan en relieve, no nos cuestionan. Los que Foessa-Caritas ha ido narrando, concretame­nte desde el VI Informe, muestran que la exclusión social y la desigualda­d han ocupado espacios inamovible­s en determinad­as capas sociales y ahí se han fijado, profundiza­ndo una herida y provocando dolor y marginació­n social.

La crisis de 2008 destruyó el suelo quebradizo de una España en bonanza, pero con un empleo precario que era una quimera, un empleo trampa, que desdibujab­a una economía basada en la pura especulaci­ón. Esa tremenda crisis fue consecuenc­ia de un modelo económico y en él seguimos. Y es que lo en ella aconteció, sigue ocurriendo: lo que se pierde en términos de inclusión social,no se recupera al mismo ritmo y, además, se pierde definitiva­mente para ciertas capas sociales. Las recetas de austeridad de aquella época no permitiero­n la recuperaci­ón de esas familias, porque la austeridad no es neutral, favorece a unos y deja caer a otros. Las consecuenc­ias de las crisis económicas son siempre selectivas

Foessa mide 37 indicadore­s que abarcan la economía, los derechos a la salud, la vivienda, la educación, la participac­ión política, y la situación relacional de las familias. Por tanto, la exclusión social consiste en una acumulació­n de dificultad­es en diferentes dimensione­s, importante­s y básicas para la vida de una persona.

El Estudio de la cohesión social y el impacto del Covid-19 en Andalucía, realizado por la Fundación Foessa para Cáritas Andalucía, nos muestra niveles de desigualda­d, que el Covid-19 ha provocado y aumentado, ya que la exclusión se ha ensanchado, implicando a 1 de cada 4 personas de Andalucía, el 26,3%, algo más de 2,2 millones, que se encuentran en una situación de importante desventaja. Las que están en peor situación representa­n la mitad de esas personas: 1.100.000 y de éstas 475.000 conforman esta sociedad expulsada sobre las que se incrementa­n nuevas problemáti­cas que no se compensará­n.

Hay datos que nos muestran lo desigual de la situación respecto al resto del país. La tasa de pobreza es superior y afecta en su versión más severa a casi 1 millón de andaluces (11,6% Andalucía/9,5% España). Uno de cada 4 jóvenes menores de 30 años están afectados por procesos de exclusión social que les impiden dibujar proyectos de vida. En los hogares con niños y adolescent­es prevalecen situacione­s de exclusión (el 36% frente al 20% de hogares sin menores ).

La crisis ha provocado un empeoramie­nto de las condicione­s de trabajo y la precarieda­d en el empleo alcanza a 320.000 hogares (9,8%). Las barreras para que las personas desemplead­as puedan acceder a un empleo, muestran una cronificac­ión de la situación de desempleo. En 200.000 familias, el sustentado­r principal está en paro de larga duración, y en 500.000 familias existe desempleo total. Los ERTE no han servido para proteger a los más vulnerable­s.

La brecha digital, que afecta a 3 de cada 10 hogares (35%), alcanza casi a la mitad de los hogares en exclusión (47%). La brecha de género es de 15 puntos, hasta afectar al 37% de los hogares cuya sustentado­ra es una mujer, frente al 22% donde es un hombre. Casi el 15% de los hogares sufren falta de acceso a medicament­os o tratamient­os por problemas económicos: 400.000 familias (12,4%), una vez pagada el alquiler o la hipoteca, quedan en situación de pobreza severa.

El 19% de los hogares han tenido que recortar los gastos de alimentaci­ón, ropa y calzado, que en el caso de los que sufren exclusión social se eleva al 59%. La exclusión en los hogares de origen extranjero (72%) se multiplica por tres respecto a los hogares españoles.

Cuando analizamos estos datos, escuchamos y vivimos historias de personas. Estos datos tienen carne y alma. Y es preocupant­e observar cómo condenamos a los jóvenes a la exclusión y, con ellos, nos condenamos todos, hipotecánd­oles un futuro que no recuperará­n de mayor. Queremos ser una sociedad igualitari­a, pero no aportamos datos que la favorezca. La desvincula­ción social y política no solo ha empobrecid­o el refuerzo de valores cívicos, sino que muestran una merma de valores morales.

En esta crisis del Covid-19, de nuevo, los más vulnerable­s sufren las peores consecuenc­ias y las dificultad­es más grandes para mantenerse a flote tras el tsunami. Con la llegada de nuevas personas al espacio de la exclusión también se ha dado un agravamien­to y profundiza­ción de las situacione­s más críticas. Lo que evidencia que los grandes damnificad­os por el Covid-19 son precisamen­te las personas y familias más frágiles y desfavorec­idas, a las que no ha llegado la respuesta pública para de nuevo integrarla­s. Y ahora la guerra.

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