Europa Sur

BOMBARDEO ÍNTIMO

- CARMEN CAMACHO

CUANDO la Guerra del Golfo, yo aún era una chiquilla en un patio al que llegaban, amortiguad­os, los ruidos de la calle, las vecinas, la familia, la tele. Recuerdo los días de la Operación Tormenta del Desierto como uno de los peores de mi vida. No entendía, y me aterré. En mi bloc brillaba una pegatina contra la Guerra Fría. Los sábados veía Informe Semanal con mi abuela. Juntas contempláb­amos tanques, secarrales y bebés entre moscas. Pensé que el fin de los tiempos estaba cerca, y tendría la forma del hongo atómico. Hace poco, una amiga de mi quinta me confesaba que vivió aquellos días de misiles televisado­s en directo con un pánico idéntico.

Quizá sea por deformació­n profesiona­l (pasé varios años en una facultad de periodismo impartiend­o clases sobre los efectos de la informació­n), que desde que estalló la guerra en Ucrania no dejo de pensar en cómo cae este aluvión informativ­o en nuestras cabezas y corazones. Tal vez piensen que esto carece de importanci­a. Estoy en desacuerdo. Quienes gobiernan en el mundo democrátic­o conocen

No dejo de pensar en cómo cae el aluvión informativ­o de la guerra en las cabezas y los corazones

la importanci­a de las corrientes de opinión pública. En estos días, puede percibirse cierta presión en que tales corrientes sean unánimes incluso en asuntos razonablem­ente cuestionab­les, como el envío de armamento o su uso por parte de la población (es imaginarme a mí misma empuñando un arma a lo Boris Grushenko y se me pasan todas las certezas). Los efectos de esta avalancha informativ­a y opinativa no sólo afecta a lo cognitivo; también, a lo emocional y hasta a lo irracional. Y es aquí donde me preocupo. Tras una pandemia y una pospandemi­a y una pertinaz sequía, ataca a nuestros corazones la noticia de la guerra y la amenaza nuclear, con una intensidad 24/7 en las imágenes, mensajes y en las opiniones vehementes de cualquiera, poco tolerantes con la más leve disensión. No me preocupa tanto quien todo esto le pilla fuerte y en su plena madurez; pienso en la chiquilla que fui y en mi horror a ver las luces de los misiles en el Golfo, o en mi abuela que musitaba ante aquellas imágenes “Ay, Señor, ¡yo sé lo que es una guerra!”, o en quien dice: “Tengo el derecho a no saber, porque no puedo más”. Pienso en el que se ha visto todas las películas de puñetazos justiciero­s y grita que lo arreglaría todo cortando gónadas. No podemos despreciar los efectos en la mente y en el ánimo del bombardeo continuo en el interior de cada cual. La devastació­n íntima es también es colectiva. A mal tiempo, sensatez.

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