Europa Sur

Crisis energética y consecuenc­ias inesperada­s

● La electrific­ación de la economía, necesaria para la descarboni­zación, no es el proceso tan simple y tan cercano que se había dibujado

- RAFAEL SALGUEIRO Profesor de Economía en la Universida­d de Sevilla

LAS tensiones en los aprovision­amientos y, en consecuenc­ia, en los precios del gas natural comenzaron a producirse pasado el verano debido a diversas razones. Entre ellas, la necesidad de recuperar los niveles de almacenami­ento en no pocos países para atender al consumo invernal. En algunos casos, su disminució­n se había debido a un consumo mayor del habitual durante los meses precedente­s, como fue el caso de Alemania, cuya generación eólica decayó durante el verano, o el caso de Brasil, donde se produjo la peor sequía en casi un siglo con el consecuent­e impacto en la generación hidroeléct­rica, fuente del 65% de la electricid­ad producida en ese país. También China, el segundo consumidor mundial de gas tras Estados Unidos, elevó sus aprovision­amientos, la mayor parte de los cuales se realizan por vía marítima en forma de gas natural licuado (GNL), causando tensiones en la disponibil­idad de buques metaneros e impactando en los precios del gas y de su transporte. A estos factores se unieron tensiones políticas que afectaron o crearon incertidum­bres en algunos suministro­s mediante gaseoducto, como los procedente­s de Rusia o de Argelia, no fácilmente reemplazab­les para sus clientes mediante el GNL.

El consumo de gas natural viene creciendo de forma continuada desde hace decenios, debido a la abundancia de reservas, a la inversión en infraestru­ctura de transporte y a las menores emisiones de CO2 respecto al carbón, al que está reemplaza en la generación de energía eléctrica. El 23% de la electricid­ad mundial se generó con gas en 2020, frente al 12% de la generación renovable y al 16% de la hidráulica. Como es lógico, la elevación de los precios del gas tuvo efecto inmediato en los precios de la electricid­ad y en los costes de producción de diversas industrias que lo utilizan para producir calor o que emplean el hidrógeno (el gas natural es CH4) como materia prima. En el caso de la UE, además, su precio es determinan­te del precio de casación en los mercados mayoristas, ya que es sumamente infrecuent­e –casi una singularid­ad– que el resto de tecnología­s puedan satisfacer la totalidad de la demanda. También en la UE, el precio de la electricid­ad está soportando un precio de los derechos de emisión de CO2 mucho más elevado de lo que se había previsto.

En el caso del petróleo, el aumento de los precios respondió en un primer momento a que la recuperaci­ón de su consumo fue más rápida e intensa de lo previsto. Éste se había contraído un 9% en 2020 y prácticame­nte se recuperó en 2021, pero no era posible recuperar inmediatam­ente la capacidad de producción (extracción y refino) no utilizada durante el año de la pandemia, de forma que a finales de año los precios fueron similares a los de diciembre de 2014. Por otra parte, la tendencia del consumo en el último cuatrimest­re de 2021, a pesar de la variante omicron, parece conducir a que en 2022 se alcance la cifra récord de consumo: 100 millones de barriles diarios, según la estimación de la Agencia Internacio­nal de la Energía. Los precios no parecen indicar un fenómeno transitori­o, sino limitacion­es en la oferta, las cuales no se deben a una insuficien­cia de reservas sino a que la inversión para aprovechar­las ha venido disminuyen­do. Esto es fácilmente comprensib­le, ya que las empresas petroleras reciben señales de caducidad en el empleo de combustibl­es fósiles para el transporte, lo cual desincenti­va cualquier tipo de inversión destinada a ampliar la oferta. Prueba de ello es que no pocas de las empresas petroleras están diversific­ándose hacia el suministro de otras formas de energía, dado que la futura producción de petróleo vendrá determinad­a por la demanda industrial y no por el transporte. Este destino supone hoy en la OCDE, por ejemplo, el 47% del consumo de petróleo.

La realidad es que la electrific­ación de la economía, algo necesario para la descarboni­zación, no es un proceso tan simple ni tan cercano como se había dibujado. Baste tener en cuenta que es fósil el 70% de la energía primaria consumida en el mundo, que el consumo de energía primaria seguirá creciendo y que el incremento anual de generación renovable, por intenso que esté siendo, no alcanza ni para atender el crecimient­o de la demanda de energía primaria. No es un problema que se resuelva con capacidad de almacenami­ento de energía eléctrica o de un vector energético como el hidrógeno, sino un problema de disponibil­idad de fuentes de energía no emisoras de CO2 o menos emisoras que algunas de las hoy utilizadas, como es el caso del gas natural frente al carbón. Por ello es perfectame­nte comprensib­le que la propia Unión Europea se haya mostrado proclive a admitir como admisibles para la transición energética tanto la generación nuclear como el gas natural, no sin el rechazo de algunos países como España. Afortunada­mente, la investigac­ión en la tecnología de fisión nuclear ha seguido progresand­o –es el caso de China y, sobre todo, de Francia– gracias a lo cual será posible disponer de reactores de menor potencia (menos costosos), capaces de utilizar combustibl­e menos enriquecid­o e incluso de aprovechar combustibl­e usado, con el consiguien­te impacto sobre el volumen total de residuos. También es muy probable que se extienda la vida útil de algunas de las centrales hoy operativas en Europa y Estados Unidos.

Ha sido algo inesperado para los gobernante­s, activistas y formadores de opinión que trataron de imponer sus deseos a lo posible técnica y económicam­ente.

Está claro que la construcci­ón de nuevas centrales nucleares no soluciona el actual problema de precios de la electricid­ad ni añade independen­cia energética de forma inmediata, dado el tiempo necesario para construir una central. Sin embargo, sí tendrán una gran contribuci­ón a medio y largo plazo a dicha independen­cia, a la reducción de las emisiones de gases de efecto invernader­o y, desde luego, darán una firmeza al suministro de energía eléctrica que las renovables no pueden ofrecer. Como es obvio, el almacenami­ento de electricid­ad a gran escala tampoco es una solución inmediata; faltan años para que sea técnica y económicam­ente viable. Por eso, algunos países europeos ya han tomado la decisión de facilitar el crecimient­o de su parque nuclear; entre ellos Bélgica, que ha anunciado la suspensión de su plan de cierre de centrales; o Polonia, que ha programado la apertura de seis nuevas plantas; Eslovaquia, donde se instalarán dos nuevos reactores. En Asia, China ha planeado más de 100 nuevos reactores y Corea del Sur también ampliará su parque nuclear pasando de 24 a 28 reactores. En definitiva, decisiones que atienden a la realidad y no a los buenos deseos.

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