Europa Sur

López Canales, arte y vida

● Grandes maestros han dedicado obras a la Verónica, y los santos rostros abundan en las artes sacras ● Los blancos de López Canales, que recuerdan a Sorolla, tienen algo de sustancia celestial

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EL Instituto Nacional de Enseñanza Media de Algeciras, al que han tenido el mal gusto de llamar Kursaal para confusión de las generacion­es venideras, era en mis tiempos de estudiante de secundaria la única institució­n del Campo de Gibraltar en la que podía estudiarse el bachillera­to (10-16 años aproximada­mente). Los pocos de otros lugares que no optaban por internados, tenían que arreglárse­las con los escasos posibles de transporte entre los núcleos urbanos. Algunos residentes sanroqueño­s recurrían a la bicicleta, un medio muy popular entonces. Los éxitos de Federico Martín Bahamontes, y las escaseces de la época, contribuía­n a hacer de la bicicleta una especie de dama de compañía para todo lo que tuviera que ver con desplazami­entos. Antonio López Canales y su compañero Carlos Blanco Lara eran dos de esos ciclistas del día a día en el Instituto.

Hacían diariament­e el recorrido, ida y vuelta, entre San Roque y Algeciras, para acudir a sus clases. Carlos, como Antonio, también estudió Magisterio y abrió una papelería-librería en San Roque, en la calle General Lacy (antigua Málaga), justo enfrente de la estatua que recuerda al militar sanroqueño. Cuñado y socio de Eduardo López Gil, formó parte de la Corporació­n presidida por este último, pero militando en un partido distinto al del alcalde. En Algeciras, el taller de Pino, allá por la calle Carretas y el Secano, era una especie de catedral del deporte de la bici. Uno de los Pinos era clavaíto a Fausto Coppi, el gran ciclista italiano que en 1949 y en 1952 ganó el Giro y el Tour, y fue en 1953 campeón del mundo en ruta.

Antonio cursó sus dos primeros años de bachillera­to por libre. Estudiaba por su cuenta y luego acudía a los exámenes que se convocaban para los estudiante­s que no podían mantener una asistencia presencial. Cuando aprobó tercero, su primer año presencial en el Instituto, sus padres le compraron una bicicleta verde metalizada, en Martín Sevillano, una especie de gran bazar que había en la calle Ancha, muy cerca de la Peña Miguelín, en el edificio de los Valdés. El teatro, en el grupo de Paco Jiménez; aquel querido sastre que fue alcalde de San Roque y al que tanto se echa de menos; y el coro parroquial ocupaban entonces el espacio de ocio de Antonio. La bicicleta le facilitaba las cosas. Cuando aprobó la reválida de cuarto, lo que suponía la culminació­n del bachiller elemental (10-14 años de edad, más o menos), convenció a sus padres para desplazars­e en bicicleta hasta el Instituto. En una ocasión me contó que la cuesta de la Celupal era uno de los tramos más temidos y que cuando veían el cielo demasiado gris, aceleraban para ganarle a la nube y evitar que les cayera el chaparrón encima. Paco García Trevijano, el hijo de Doña Basilia, suele hablarme de Antonio con mucha admiración y cariño. Tiene con él algún parentesco y me cuenta que su voz destacaba entre la de sus compañeros en el coro de la iglesia.

Los padres de Antonio, María y Vicente, eran algecireño­s y se conocieron precisamen­te en un ambiente artístico. En Algeciras había un grupo de teatro que dirigía José Gázquez Morales, un muy querido y reconocido fotógrafo, que sería alcalde de Algeciras nada más terminar la guerra civil, en 1940 y hasta 1946. El estudio de Gázquez; padre de nuestro admirado, también fotógrafo, atleta, subcampeón de España de salto de longitud; era un caserón de madera situado en la azotea del edificio de la confitería Miranda, donde ahora está la cafetería Mercedes. La bocana de la calle Convento constituía una especie de escape hacia el norte desde la Plaza Alta; en las esquinas: a un lado Miranda y al otro La Plata, el bar por excelencia de los socios del Casino. Nicolás, su conductor, era un icono vivo de la hostelería de aquel tiempo. Un municipal para dirigir la circulació­n en el acceso a esa entrada, que llevaba hasta la Alcaldía, formaba parte del paisaje en las horas punta. Frente a ella y en el centro del flanco norte de la

El paño es una obra maestra que no debiera quedarse donde está sino exhibirse

fuente central de la plaza, una placa del Instituto Geográfico Nacional, de exhibición obligatori­a y sin embargo oculta, recuerda que en ese lugar se está a 17 metros sobre el nivel del mar en Alicante.

Para que María Canales, tan jovencita, pudiera integrarse en el grupo de teatro, Pepe Gázquez tuvo que hacer una bien llevada gestión ante el abuelo de Antonio. La sociedad cultural “Linares-Rivas”, a la que pertenecía el grupo, llevaba el nombre de un importante dramaturgo, Manuel Linares-Rivas (1866-1938), ministro de Fomento en uno de los gobiernos presididos por Eduardo Dato. Ocupó el sillón Q de la Real Academia, el que años después ocuparía el nobel Camilo José Cela. Un primo hermano de María, Miguel, fue durante muchos años taxista en Algeciras. Tuve buena amistad con él, era un personaje encantador. Coincidimo­s en la tertulia del abogado barreño José Domínguez y comíamos con frecuencia en dos lugares mágicos: El Frenazo, junto a la montera del torero en Los Barrios, y la Venta el Oro (la venta el loro, en el decir popular), del inolvidabl­e Carlitos, en la vieja carretera de Málaga, junto a cuya pared una bellísima Buganvilla ya te advertía de la magia del lugar.

La Semana Santa de Los Barrios estaba empezando a ser y Domínguez nos sacaba dinero a todos para el trono del Medinaceli. Miguel solía decir que con lo que nos estaba costando, el letrado parecía tener al Cristo estudiando en Salamanca. Buenas colectas hicimos en el Mesón Algeciras de Madrid para el Medinaceli de Los Barrios, del que todos fuimos cofrades. En 1984 tendría yo el honor de ser el pregonero, segundo de la historia (el primero fue José Domínguez), de la semana santa barreña, siendo alcalde Miguel Domínguez Conejo, un gran cocinero algecireño.

Ya escribí que El paño de la Verónic, la más reciente obra de López Canales, es una factura hiperreali­sta del rostro del Nazareno, inspirada en la conocida leyenda de la mujer que acercó un paño al rostro de Jesús cuando iba con la cruz camino al Calvario. Ahora, el cuadro está colgado en las paredes del estudio del artista, sin destino presumible, aun siendo presumible cuál debiera ser su destino. Pero estamos envueltos en esas cosas que obnubilan la mente de los hombres, incluso de los hombres piadosos que, hombres al fin y al cabo, pierden la orientació­n cuando debieran estar bien orientados. El paño de la Verónica (92×73 óleo/lienzo/bastidor) es una obra maestra que no debiera quedarse donde está sino exhibirse y, pues refleja como en un espejo la faz del Nazareno, no se me ocurre una mejor estancia que el hábitat de la cofradía; pero, en fin, doctores tiene la iglesia. Me consta que el artista llevaba mucho tiempo paseando su imaginació­n por la voluntad de hacer algo como lo conseguido. Él mismo me decía: “desde hace tiempo tenía ganas de pintar en un paño, una imagen de Jesús. Hice ensayos con acrílico, lavándolo, arrugándol­o... para ver cómo podría resistir mejor sin deteriorar­se. Al final decidí pintar un cuadro con el paño y, en él, la Santa Imagen”.

La biografía de nuestro López Canales tiene una componente militar larga e intensa, y en ella se percibe un gran respeto y admiración por las fuerzas armadas. Además de las inclinacio­nes de la propia naturaleza, algo tendría que ver en ello el que su padre fuera militar, y segurament­e también el ambiente de la época. Servicio militar obligatori­o, presencia ostensible del ejercito, accesibili­dad para los jóvenes estudiante­s de bachillera­to y escalas alternativ­as a la activa de academia general suponían atractivos que se enriquecía­n con la exaltación en el cine y en los tebeos, de las virtudes militares. De añadido, Antonio conoció la guerra, estuvo movilizado en la de Ifni siendo cabo y allí permaneció algo más de seis meses. El ejército, la enseñanza, las artes escénicas, la música, la pintura. Dios dispuso, con la sabiduría que le es habitual, que Antonio encontrara a Mercedes en una feria de agosto sanroqueña de los últimos años sesenta. Cualquiera habría hecho lo posible por quedarse con ella, pero Antonio se adelantó y le cerró las posibilida­des al resto del mundo. Ella le ayudó a tomar una decisión difícil, reorientar­se hacia la enseñanza y la pintura, y nosotros nos beneficiam­os de ese horizonte hacia el que se dirigió con la suficiente madurez como para acertar de pleno. Aquel niño que se asomaba al Piñero y se extasiaba con la voz cálida de Irma Vila y sus rancheras, sería pintor y, sucediendo a nuestro querido Don Arturo, enseñaría a los muchachos a expresarse en la plástica y en los recursos plásticos de las técnicas, en la medida que se lo permitiera­n sus destrezas.

Allá en el pasado otoño, Antonio acudió a una llamada del museo municipal, para hacer un comentario sobre “La tela”, de Felipe Gayubo, cuando ya había abordado el viejo proyecto de pintar su “tela”. “Desde entonces –me escribía– he estado disfrutand­o con los pliegues, las luces y sombras, y los blancos, con sus distintas tonalidade­s, casi impercepti­bles”.

Una vez terminado el cuadro, el artista cumplió con su deseo de que fuera el hermano mayor del Nazareno el primero que lo viera. En la memoria de Antonio estaban sus visiones de niño en la Semana Santa de San Roque, donde antiguamen­te, en la procesión del viernes santo, una jovencita llevaba un paño con el rostro de Jesús, recordando la leyenda piadosa, como la llamaba el padre Rafael Caldelas, de la Verónica. Parece que esa tradición se ha perdido y en Algeciras nunca se dio. En Sevilla, que se sepa, hay al menos dos cofradías que exhiben paños de la Verónica, la de la Hermandad de Montserrat y la del Valle. Esta última cofradía incluso dispone una imagen de la Verónica en el paso del Nazareno.

Grandes maestros de la pintura han dedicado obras a ese motivo y, como es sabido, los santos rostros abundan en las artes sacras. En un pueblecito de Pescara, Italia, cerca de la costa adriática, Manoppello, cuentan que allá por el año 1506 apareció un forastero que entregó a un paisano una tela y desapareci­ó enseguida. Y claro, todo quedó en que había sido un ángel; la tela reproducía un supuesto rostro de Jesús, así que lo guardaron en la iglesia donde aún hoy puede contemplar­se como si de una reliquia santa se tratara. Algún ángel tendrá también López Canales en su estudio porque sus blancos, que tanto recuerdan a los de Sorolla, tienen algo de sustancia celestial entre sus pliegues.

 ?? ?? El paño, en el estudio de López Canales.
El paño, en el estudio de López Canales.
 ?? ?? Paño de la Verónica de la Hermandad de Montserrat de Sevilla.
Paño de la Verónica de la Hermandad de Montserrat de Sevilla.
 ?? ?? San Roque a principios del siglo XX.
San Roque a principios del siglo XX.
 ?? ?? ALBERTO PÉREZ DE VARGAS Catedrátic­o de la Universida­d Complutens­e
ALBERTO PÉREZ DE VARGAS Catedrátic­o de la Universida­d Complutens­e
 ?? ?? Una imagen de San Roque en 1969 durante el Viernes Santo.
Una imagen de San Roque en 1969 durante el Viernes Santo.
 ?? ?? Velo muy antiguo en seda cruda.
Velo muy antiguo en seda cruda.
 ?? ?? Santo Rostro.
Santo Rostro.

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