Europa Sur

VIETNAM EN LA MAESTRANZA

- EDUARDO OSBORNE

DESPUÉS de leer y escuchar las muchas opiniones negativas, en esa escala tan sevillana que va desde la indignació­n al cachondeo, debo ser de los pocos a los que no les disgusta la obra presentada como cartel de la temporada taurina por el pintor danés de origen vietnamita Danh Vo, al que dicho sea de paso ya le podrían haber advertido, aunque sea de pasada, de la procedenci­a de ir a los actos conforme a las costumbres del sitio y el anfitrión. Sin saber yo nada de arte contemporá­neo (aunque me temo que saber de esto es casi tan difícil como saber de toros), me gusta su doble apuesta por el color y su cita a Lorca y a Sánchez Mejías en esa extraña caligrafía, a la que quizá le falte algo de resalte. Lo aparenteme­nte sencillo (“eso lo hace mi sobrina de nueve años”, se oye por la barra del bar Taquilla…) a veces no lo es tanto, y en eso está precisamen­te el valor de lo auténtico.

Creo que esta controvers­ia de cada año que va camino de convertirs­e en costumbre (sabido es que, en Sevilla, una cosa repetida tres veces adquiere ya dicha categoría) tiene su origen en la confusión entre la obra y el cartel. Porque realmente, desde los tiempos del recordado Juan Maestre, lo que encarga la Real Maestranza no es propiament­e un cartel para la feria de la empresa Pagés, sino una obra con evocacione­s taurinas para su fantástica pinacoteca, que además es utilizada como cartel, que es otra cosa bien distinta. Después, llegan los destinatar­ios genuinos del cartel (es decir, los aficionado­s), que lo que en verdad querrían no pasa de un trincheraz­o de Romero mejor o peor dibujado, y se encuentran con un tío en camiseta delante de dos caballetes con apenas sendos cuadros rojo y morado y, claro, tenemos la anual bronca montada.

Menos mal que, en el fondo, las balas de estos francotira­dores que afloran con la primera primavera son de fogueo, y además tampoco tiran a dar. Por eso, confiemos en que los señores maestrante­s no se dejen llevar por el olor a incienso y azahar que felizmente otro año, esta vez parece que sí, nos llama, y mantengan su apuesta por atraer a artistas e intelectua­les de todas partes y tendencias, tanto en el cartel como en el pregón, que nunca se lo agradecere­mos bastante. Y después, cuando los primeros clarines despejen el patio de caballos y nadie se acuerde ya de estas polémicas, que Dios reparta suerte entre los verdaderos protagonis­tas de los carteles.

Esperemos que los señores maestrante­s mantengan su apuesta tanto por el cartel como por el pregón

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