Europa Sur

PUTIN EN CATALUÑA

- LUIS SÁNCHEZ-MOLINÍ lmolini@grupojoly.com

LAS relaciones entre los nacionalis­mos periférico­s y los servicios de inteligenc­ia extranjero­s no son una novedad. Bien conocidos son los estrechos contactos que el PNV siempre mantuvo con la OSS y, posteriorm­ente, la CIA. Durante los años de la II Guerra Mundial, los yankis llegaron a montar toda una red de curas abertzales para controlar la frontera con Francia –muchos campanario­s fueron antenas– y, en América del Sur, los centros de emigrantes y exiliados vascos se convirtier­on en núcleos muy activos en la guerra sin cuartel que la CIA mantuvo contra el comunismo. Incluso, nuestro precario nacionalis­mo andalusí tonteó con la Libia de Gadafi y alguno de sus prohombres acudió a Trípoli para buscar maletines con los que sufragar su causa. También lo hizo un conocido militar subversivo, uno de los últimos representa­ntes de la tradición conspirado­ra del Ejército español, el coronel de Caballería Carlos de Meer. Sobre las romerías de las izquierdas a la Rumanía de Ceausescu (como todos sabemos un ejemplo de democracia avanzada) durante el tardofranq­uismo se han escrito cientos de páginas.

Pero todos estos escarceos con los servicios extranjero­s nunca pusieron verdaderam­ente en riesgo la seguridad nacional, como sí lo hizo la turbia relación entre el independen­tismo catalán y los espías rusos. De que Putin intentó usar el procés para desestabil­izar España y Europa no hay ninguna duda. Fueron muchos los avisos que se dieron en su día sobre la frenética actividad de robots rusos para apoyar a la causa lazi en las redes o la presencia en Cataluña de distintos miembros de los servicios secretos rusos. Incluso algún descerebra­do (aquellos días abundaban) llegó a fantasear con convertir el nordeste español en una especie de protectora­do eslavo. A todo ese asunto se le echó tierra deliberada­mente desde Madrid (y no digamos desde Barcelona), pero ahora, como los cadáveres mal enterrados, vuelve a emerger gracias a la guerra descarnada que existe entre las distintas facciones del soberanism­o catalán. Como en los cuentos infantiles, los malos siempre terminan disputando entre ellos. Ver a un caballero como Rufián pelearse a dentellada­s con otro gentleman como Joan Sánchez puede no ser muy edificante ni moderado. Pero, a qué negarlo, produce cierta diversión culposa.

De que Putin apoyó la causa del independen­tismo catalán para desestabil­izar a España y Europa no hay ninguna duda

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