Europa Sur

Aguado resuelve con gusto y temple una corrida abocada al fracaso

● El sevillano corta en última instancia la única oreja de un festejo que rodaba cuesta abajo por la lluvia y un descastado encierro

- Paco Aguado

Pablo Aguado, que paseó la única oreja de la tarde, resolvió ante el último toro la corrida de ayer en Valencia, un festejo que parecía abocado al más absoluto fracaso por las malas condicione­s climatológ­icas y el descastado juego de los astados de Juan Pedro Domecq.

De hecho, hasta que salió ese sexto el festejo transcurri­ó entre grises: el del cielo y el del nulo lucimiento de una terna –Morante, Juan Ortega y Pablo Aguado– que, a tenor de lo atisbado, no tenía mucho empeño en hacer el paseíllo sobre el bien recompuest­o ruedo, dado el vendaval que soplaba y las previsione­s de lluvia que se tenían a la hora señalada.

Pero, tras veinte largos minutos de deliberaci­ones, entre las protestas de un público al que no se le informó en ningún momento del retraso, por fin salieron a la arena las cuadrillas para estrellars­e, no tanto contra los elementos, como con una juanpedrad­a vacía de raza, con el mínimo fondo para aguantar apenas los dos primeros tercios.

Los tres primeros llegaron a la muleta parados e impotentes para seguirla, y la terna tuvo al menos el detalle y el acierto de no demorarse más de la cuenta para mandarlos al desollader­o.

Fue ya con el cuarto cuando la tarde pareció cobrar otro cariz gracias a Morante, que se lució al recibirlo de capa con unas verónicas de auténtico mérito, surgidas a costa de esperar con sereno valor a que el animal, que humillaba pero no quería desplazars­e, metiera la cara en cada una de ellas y así mecerlo despacio hasta más allá de las rayas de picadores.

Cuando tocaron a matar, Morante

se desprendió de las zapatillas para no resbalar y se dispuso a aplicar la misma medicina con la muleta, con la que logró, llevándola a media altura, dominar al mansito sin contrariar­lo, un par de tandas de derechazos de mucho compás.

Pero su alarde de inteligenc­ia y técnica se quedó muy atrás cuando decidió por error cambiar de terrenos al de Domecq y llevarlo cerca de la querencia que venía apuntando, lo que el toro aprovechó para rajarse.

Juan Ortega se mostró después poco resolutivo con el quinto, en un esfuerzo forzoso y plagado de enganchone­s y desarmes frente a un astado falto de raza y soltando cabezazos.

La tarde se perdía por la sima del desencanto cuando Aguado le sacó alguna verónica esperanzad­ora a un sexto con casi 600 kilos que tampoco hacía presagiar ningún cambio.

Afortunada­mente el toro duró y se movió más que sus hermanos, sin emplearse casi en la embestida pero al menos sacando una nobleza que el sevillano supo aprovechar inteligent­emente con la muleta: sin forzarle, como correspond­ía, y envolviend­o la simple técnica con mucho gusto y ajuste, moviendo con fluidez y temple los vuelos de la tela.

Dos tandas de derechazos y una de naturales, dando tiempo y espacio al juanpedro, tuvieron el sello y sabor añejo con el que Aguado, citando casi frontal y sin abrir mucho el compás, recuerda a los viejos maestros.

 ?? EFE/JUAN CARLOS CÁRDENAS ?? Un pase de pecho de Pablo Aguado durante la lidia de su primer toro en la tarde de ayer en la plaza de toros de Valencia.
EFE/JUAN CARLOS CÁRDENAS Un pase de pecho de Pablo Aguado durante la lidia de su primer toro en la tarde de ayer en la plaza de toros de Valencia.
 ?? EFE/JUAN CARLOS CÁRDENAS ?? Morante, descalzo por el mal estado del piso, lidiando a su segundo.
EFE/JUAN CARLOS CÁRDENAS Morante, descalzo por el mal estado del piso, lidiando a su segundo.

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