Europa Sur

ÚLTIMO RECURSO

- EDUARDO JORDÁ

EL otro día, en una tertulia de televisión (en TVE, por cierto), un periodista afirmaba muy tranquilo y muy serio que había que usar las armas nucleares para detener la invasión de Ucrania por las tropas de Putin. El presentado­r –Xabier Fortes– no se lo podía creer. “¿Usted sabe lo que está diciendo?”, le preguntó al periodista. “Pues claro que sí”. “¿Y se reafirma en lo que dice?”. “Pues claro que sí. Hay que llegar hasta el final para repeler la invasión”. Fortes insistió: “¿Usando armas nucleares?”. “Sí, claro”. Fortes acabó poniendo los ojos en blanco.

“Sí, claro”, había dicho el periodista, hablando muy serio, muy reconcentr­ado. Iba en serio.

¿No es asombroso? ¿No es muy raro atreverse a decir esto? La gente de mi generación –los boomers– jamás habíamos oído a nadie en un medio público afirmando una cosa así. Las armas nucleares eran tabú. Y si alguien hablaba de ellas, era para citar algún capítulo de la guerra fría –como la crisis de los misiles en Cuba– en que estuvieron a punto de usarse. Por suerte, la memoria de la II Guerra Mundial estaba muy viva en el año 62. Kennedy había luchado en una patrullera en el Pacífico. Y Jruschov, el líder soviético, había sido comisario político del más alto nivel durante la batalla de Stalingrad­o. Los dos conocían

bien la guerra y las consecuenc­ias de la guerra. Y los dos sabían muy bien lo que significab­a lanzar una bomba. Y lo mismo les ocurría a sus asesores y consejeros militares. Ninguno tenía ningunas ganas de embarcarse en un conflicto nuclear. El belicoso general LeMay –satirizado como un demente en Teléfono rojo, volamos hacia Moscú– propuso bombardear Cuba, lo que hubiera tenido consecuenc­ias temibles, pero nadie quiso hacerle caso. Y en el lado soviético probableme­nte pasó lo mismo: si algún halcón borracho de testostero­na llegó a proponer usar las armas nucleares, nadie lo secundó. Tuvimos suerte, mucha suerte.

Pero de eso hace ya sesenta años. Ahora, la memoria del dolor se ha deshilacha­do y la experienci­a directa del horror de una guerra ya no significa nada para mucha gente. Y justo por eso ocurren estas cosas: un periodista que antes tenía fama de sensato reclama usar las armas nucleares en la guerra de Ucrania. ¿No se ha planteado qué consecuenc­ias podría tener eso? ¿No se está dando cuenta de lo que dice? Para echarse a temblar.

La memoria del dolor se ha deshilacha­do y la experienci­a directa del horror de una guerra no significa nada para muchos

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