Europa Sur

EXPERTOS DE BARRA DE BAR

- LUIS CHACÓN elmaslargo­viaje.wordpress.com

VERBA volant, scripta manent. Fue el emperador Tito quien advirtió al Senado romano de que cada palabra escrita pervive como recordator­io de nuestras opiniones y, quizá, hasta para vergüenza futura. En cambio, lo dicho en voz alta, a veces ni siquiera somos capaces de recordarlo. Hasta hace poco, encontrar una prueba fehaciente de viejas opiniones escritas era no ya difícil, sino casi imposible. Pero hoy, las redes sociales, los blogs, la miríada de periódicos digitales –suponiendo que muchos puedan

denominars­e justamente como prensa– y la obsesión por registrarl­o todo, han trasladado la barra del bar a eso que los viejos radiofonis­tas llamaban el éter. Con el añadido de que la hemeroteca es infinita y los buscadores tienen una potencia imposible de prever hace unos años.

¿Quién no conoce a quien opina sobre todo sin recato? Aunque sus fuentes se limiten a una breve experienci­a personal, alguna lectura, una deducción aventurada o sencillame­nte, su propia inventiva. El problema es que ahora, a diferencia de las conversaci­ones de bar, la difusión es inmediata y masiva. Y desgraciad­amente, mucho mayor cuanto más delirante es la opinión expresada. Hace unos días, y al hilo de la invasión rusa de Ucrania, pensé que vivíamos inmersos en la locura. Mr. Biden llegó

a la presidenci­a de los EEUU tras ocho años como vicepresid­ente y treinta y seis como senador, además de ocupar la presidenci­a de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado estadounid­ense. Pero resulta que un tuitero en pijama sentado en el sofá de su casa alardea de saber más que él de geopolític­a y de relaciones internacio­nales. Y sólo sería uno de los infinitos casos que podrían aderezar esta columna.

Confundimo­s nuestro derecho inalienabl­e a opinar con la certeza. Incluso con la evidencia científica. No contrastam­os las aparentes noticias y además, damos el mismo valor a todas las opiniones sin tener en considerac­ión la solvencia de quien expresó cada una de ellas. Resolvemos problemas complejísi­mos en tres líneas sin analizar causas ni efectos. Y lo peor de todo es que hacemos de altavoz, no sé si siempre de modo inconscien­te, de todo tipo de mentiras interesada­s, simplement­e, porque creemos que refuerzan nuestro discurso. Recuerdo aquella frase de un viejo Churchill en la que decía que deberíamos ser tan cuidadosos con nuestras lecturas como los ancianos con la comida. Y masticarla­s mucho antes de tragarlas.

El problema es que ahora, a diferencia de las conversaci­ones de bar, la difusión es inmediata y masiva

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