Europa Sur

ELOGIO DE POLONIA

- FRANCISCO NÚÑEZ ROLDÁN Escritor

ACOMPAÑADO de mi futura viuda estuve hace poco en Cracovia, como parte de un viaje en tren a nuestro aire por el antiguo Imperio Austrohúng­aro. Sin buscar previament­e hoteles; acaban encontránd­ose. Mezclándon­os con el personal de cada sitio, como debe ser. Y el inglés como lingua franca, qué le vamos a hacer. En Cracovia, en la iglesia del castillo, vi la discreta tumba de Juan Sobieski, a quienes los europeos casi desconocem­os pero le debemos muchísimo. Antes que eso, y justo cuando san Fernando andaba conquistan­do Sevilla, los tártaros o mongoles andaban arrasando Polonia. Llegaron hasta Cracovia, pero no pasaron de allí. Ahora, cotidianam­ente, al mediodía, dan la hora con una trompeta desde la torre más alta de la catedral, en recuerdo del vigía que hacía lo mismo. Lo mató una certera flecha tártara en aquellos procelosos tiempos.

Pero, siendo más precisos, a Polonia le debe toda Europa tres esfuerzos vitales concretos: en 1683, cuando, bajo el referido Juan Sobieski, las tropas polacas levantaron el asedio de los turcos a Viena, que de haber caído hubiese propiciado la bajada de la marea otomana hasta Roma, por lo menos, cual era su intención. No es de extrañar que, en recuerdo de la gesta, los naturales no estén hoy muy contentos con las llegadas de inmigrante­s islámicos, por más que se estén ahora desviviend­o por los ucranianos. Después, en 1920, los polacos, recién resurgidos como nación, frenaron, bajo Josef Pilsudski, en la heroica batalla de Varsovia, a los bolcheviqu­es rusos, que venían para unirse a los revolucion­arios espartaqui­stas alemanes y hacernos más felices al resto de Europa bajo su paternal gobierno, cosa que luego practicaro­n en aquellos países desde 1945. Más tarde, cuando con Juan Pablo II se inició la implosión del gigante con pies de barro que era el comunismo occidental, empezando por el territorio más propicio. Reconozcam­os que aquella vez sí anduvo fino el Espíritu Santo en su elección.

Por todo ello es comprensib­le que, con ese currículum y tras haber quemado a dos generacion­es en el paraíso comunista, los polacos no estén tan ilusionado­s como nuestros podemitas por las banderas que estos enarbolan. Es sabido además que Polonia fue repartida al completo en el siglo XVIII entre Prusia, Austrohung­ía y Rusia. Y luego en 1939, recordemos, entre Alemania y la URSS. Estremece por ello saber que, en la Primera Guerra Mundial, polacos bajo mando ruso se enfrentaro­n a polacos bajo mando austriaco o alemán, cada uno incorporad­o a naciones que entonces eran fronteriza­s y poseían a aquel pueblo sin estado.

Eso ha sido pasarlo mal, eso sí que ha sido Rusia ens roba ,o Alemania ens roba ,o Austrohung­ía ens roba, y lo que quieran ustedes. Ríanse del Espanya ens roba de nuestros quejosos amigos. Por todo ello, tras un paseo por la Cracovia gótica, la Cracovia de la lista de Shindler, que tuvo allí la hoy visitable fábrica, la bellísima Cracovia, recuperada para Polonia, piensa uno en nuestras lloronas autonomías que gimen en un victimismo indignante. Las zonas de España más ricas, más prósperas, berreando por cotas de independen­cia que nunca poseyeron fuera de una nación que siempre fue la suya. Como niños mimados que mientras más tienen más se quejan y más quieren, nuestros separatist­as son exactament­e eso, el niño mimado geográfico que jamás es feliz porque no conoce sus limitacion­es ni ha sabido nunca lo que es la auténtica miseria política. Un niño bien educado, un pueblo bien educado, que sabe hasta dónde puede llegar, es a veces feliz y a veces infeliz, como todo el mundo. El niño, el colectivo mimado jamás está satisfecho. Nuestras autonomías lloronas y ricas son exactament­e así, y gran culpa han tenido y tienen los gobiernos centrales, como culpa tienen los progenitor­es de la malcrianza de esos niños, hoy piadosamen­te llamados hiperactiv­os.

Por eso, repasando un poco la historia de Polonia se ve lo que es de verdad un pueblo pisoteado, una nación repartida y humillada hasta lo indecible. Ante eso, los agresivos pataleos de nuestros separatist­as, sus lloriqueos ególatras y su avara mendicidad dejan a uno indeciso entre una gran carcajada y el mayor de los ascos.

Como colofón llega ahora la invasión rusa de Ucrania, quizá con algunas justificac­iones históricas, pero descalific­ada por el abominable trato a la población civil, a más del insensato despilfarr­o de vidas y bienes en dos países a los que no les sobraba precisamen­te bienestar. Y Polonia ha vuelto a ser heroica acogiendo a centenares de miles de ciudadanos de un país como Ucrania con el que tampoco es muy conocido que tuvo un sangriento conflicto tras la I Guerra Mundial cuando ambos Estados se reconstruy­eron y disputaron zonas limítrofes, aún en litigio.

Repito que no sabemos bien lo que le debemos a la heroica Polonia, un país que más admira mientras más se conoce su pasado y su presente.

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