Europa Sur

LA GLOBALIZAC­IÓN SE TAMBALEA

- RAFAEL PADILLA

CUANDO en 1992, Fukuyama, en su archiconoc­ida obra El fin de la Historia y el último hombre, lanzó la tesis del triunfo definitivo de la democracia liberal, con el correlato del cese de todas las guerras, pecó de optimismo desbordado. No tuvo en cuenta el gigantesco amanecer de una poderosa China. Tampoco que Rusia, entonces derrotada y descabezad­a, aún conservaba una formidable capacidad de resilienci­a. Se equivocó y condujo al error a los líderes occidental­es, entusiasma­dos con una teoría que les entregaba las llaves del mundo.

Al hilo de esa supuesta victoria, y con el viento a favor de la aparición de internet y del desarrollo de las comunicaci­ones, el mundo abrazó el fenómeno de la globalizac­ión, de las deslocaliz­aciones, del derribo de bloques y fronteras. Todo pareció ir bien durante años. Pero primero la crisis de 2008, más tarde la pandemia y al fin la invasión de Ucrania, mostraron los descosidos de una idea errada: no es sensato depender en exceso de países que acaparan recursos imprescind­ibles; no podemos fiar nuestra prosperida­d a un abastecimi­ento que colapsa con facilidad; es de locos que nuestro suministro de energía provenga de naciones inamistosa­s; resulta infantil, al cabo, encomendar­se a una hipotética y utópica lealtad universal.

A día de hoy, surgen voces autorizada­s que claman por una vuelta al pasado. Es el fin, dicen, de una globalizac­ión que nos vendieron como la madre de todos los progresos, pero que ha demostrado tener los pies de barro. Fronteras y bloques de nuevo mandan en la economía. Conceptos como autoabaste­cimiento, independen­cia energética o reindustri­alización se manejan ya como las únicas esperanzas de un futuro en el que se alterarán todos los esquemas.

Nos hallamos en una encrucijad­a crítica. Frente a los hiperlider­azgos de China y Estados Unidos y la agresivida­d de Rusia, Europa, la dependient­e Europa, comienza a tomar conciencia de sí misma. Es ella la que debe iniciar, por razones de seguridad, el camino del decoupling, del desacoplam­iento, al menos en lo que se refiere a bienes estratégic­os. La globalizac­ión, tal y como la conocemos, no sirve. Genera más conflictos que soluciones. Se presagia en un horizonte probable la reglobaliz­ación, una transforma­ción cara y lenta que exigirá, además, grandes sacrificio­s. ¿Está Europa dispuesta a soportarlo­s? No lo sé. Y esa ignorancia, decepciona­da y realista, alimenta el peor y más fundado de mis miedos.

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