Pablo Casado se va... sin rumbo fijo
A las dos y diez de la tarde de ayer sábado 2 de abril, en la ciudad de Sevilla, el XX Congreso del PP ya había terminado y los dos dirigentes del partido que desencadenaron la crisis que provocó el cónclave, Pablo Casado e Isabel Ayuso, se marchaban del Palacio de Congresos separados por escasos metros. Ambos tomaron rumbos muy diferentes. El de la presidenta madrileña, más rápido, con más cámaras y más policías que le procuraban un férreo cordón ante del acoso de quienes abandonaban el recinto, se dirigía a la larguísima rampa de salida por la que ayer tuvo que ascender Pablo Casado antes de superar el amargo trance de su discurso de despedida como máximo líder del PP.
Casado, con menos tumulto a su alrededor, acompañado a cierta distancia por su esposa Isabel, se detenía pacientemente a atender todas las peticiones para hacerse un “selfie” con él, que eran muchas, algo que hacía sin perder aplomo, como si en vez de haber perdido el bastón de mando de su partido lo llevara encogido en el bolsillo.
Seguía en el vestíbulo alimentando la galería de imágenes de los teléfonos móviles de los compromisarios y el equipo de seguridad de Ayuso ya había logrado sacarla hacia la rampa, pero un nuevo aluvión de gentes del PP le rogaban una y otra vez que se dejara fotografiar, a lo que ella accedía complaciente.
A duras penas avanzaba su comitiva entre selfies, saludos, manos y sudores de sus escoltas, y como el aire libre le facultaba para quitarse la mascarilla ya se le podía ver el rostro, la sonrisa, una sonrisa que más de uno exhibía con orgullo en la pantalla de su teléfono como un triunfo mayúsculo: “La tengo”. El congreso, en la mañana de ayer, 2 de abril, tuvo lo que tienen todos los cónclaves de los partidos en su último día: aplausos hasta la exasperación, ojos vidriosos por la emoción debidamente emitidos por pantallas gigantes, música a todo trapo –Patti Smith en este caso– para envolver la llegada de los líderes; calor y color político.