Europa Sur

La necesidad del ‘modo Andalucía’ para el PP

● El futuro del partido que desde ayer lidera Alberto Núñez Feijóo pasa por asegurar el éxito de Juanma Moreno en las elecciones autonómica­s

- ALBERTO GRIMALDI

EL 20º Congreso Nacional del Partido Popular (PP) ha sido un casi un trámite. Con prácticame­nte todo decidido, el sentido aparente del cónclave era enterrar la era Pablo Casado –y por eso quizás en buena parte de la cita el tono fue más de funeral que de bautizo– y alumbrar el tiempo nuevo del liderazgo de Alberto Núñez Feijóo. Pero además de lo aparente, había razones de fondo. La principal es transforma­r rápidament­e la organizaci­ón para reforzar su hegemonía en el espacio político del centrodere­cha, que los sondeos apuntan a que ahora mismo sería mayoritari­o, y plantearse como única alternativ­a válida a un Gobierno de España que se enfrenta a un creciente malestar social por sus políticas, sus aliados y hasta la propia génesis de una coalición que está constantem­ente en crisis porque uno de sus integrante­s parece no entender el papel de Estado que supone gobernar.

Que la cita se convocase en Sevilla no ha sido causal. Y no sólo por la referencia obligada al congreso de la refundació­n de 1990, el que eligió a José María Aznar por primera vez, y que tantas veces ha sido invocado. La sede hispalense, sobre todo, se explica porque el futuro del PP se juega en Andalucía.

Y eso lo explican tanto razones políticas como parte de las decisiones tomadas por el aún presidente de Galicia y, desde ayer, del PP.

Aznar, por cierto, marcó los límites a todos. Aupar a Feijóo no es abrir otra etapa de interinida­d, sino emprender una “apuesta irreversib­le”. Un mensaje enviado a todos, pero con acuse de recibo expreso para Isabel Díaz Ayuso.

Feijóo es presidente porque Juanma Moreno Bonilla se alió con él cuando el enfrentami­ento entre Pablo Casado (por no decir Teodoro García Egea) e Isabel Díaz Ayuso se tornó en implosión del partido y las posibilida­des, ciertas, de gobernar España en la próxima legislatur­a se diluían a una velocidad que ponían en riesgo no sólo el propio triunfo en las urnas, sino el papel vertebrado­r que el PP juega en la democracia española.

Moreno y Elías Bendodo, ahora número tres del partido, habían vivido muchos momentos de tensión –unas veces más evidente y otra más soterrada– con Egea y, por tanto, con Casado. Así que cuando estalló la crisis por la pésima gestión del conflicto con Ayuso, que puso a la dirección nacional que había en febrero contra las cuerdas, la cúpula andaluza no sólo se puso de perfil ante la petición de auxilio de Génova contra la lideresa madrileña, que sólo encontró el eco del silencio, sino que activó a Feijóo para que aceptase liderar el partido, para lo que se fajaron en lograr el apoyo de todos los barones para defenestra­r al presidente cuando ya había dimitido el secretario general.

Nadie entendía que las cosas hubiesen llegado tan lejos entre Casado-Egea y Ayuso, porque empecinars­e en bloquear su natural ascenso a presidir el PP madrileño, prácticame­nte inevitable, era estéril y no suponía en realidad ningún riesgo si el PP recuperaba el Gobierno perdido en la moción de censura de 2018, y que fue inalcanzab­le en las dos elecciones a Cortes Generales de 2019.

Los líderes andaluces reaccionar­on como lo hicieron, liderando el motín contra Casado y la entronizac­ión de Feijóo, porque se convencier­on de que era la única forma de enderezar el rumbo y lograr las victorias que esperan en las autonómica­s andaluzas, primero, y en las generales, después.

Eso explica también que el PPA haya ganado peso orgánico en la dirección nacional, representa­da por la designació­n de Bendodo como coordinado­r general.

Y, sobre todo, que el propio político malagueño convertido en número tres del partido verbalizas­e que “el PP se pone en modo Andalucía ya”.

Porque es en Andalucía donde ha de convertir en realidad que el PP es hegemónico frente a Vox y la única alternativ­a a un PSOE que no sólo comete los mismos errores que en el pasado le mandaron a la oposición –fundamenta­lmente una gestión económica que deteriora el bienestar de los españoles aunque pregonen lo contrario– sino que está reducido por la megalomaní­a del sanchismo, capaz de todo por mantener el poder.

Desde que Mariano Rajoy salió abruptamen­te de la Moncloa mediados 2018, el PP sólo ha tenido tres éxitos reseñables: desalojar en

Andalucía al PSOE de Susana Díaz en la Junta (un mérito compartido con Ciudadanos y Vox), la cuarta mayoría absoluta consecutiv­a de Núñez Feijóo y la victoria de Ayuso en las elecciones extraordin­arias que convocó para evitar la traición de Cs.

La dirección nacional no supo gestionar bien esos éxitos, en parte porque le eran totalmente ajenos, en parte porque no tuvo la inteligenc­ia de hacerlos suyos.

En el caso andaluz, García Egea se empeñó en arrebatar el control de las ocho provincias andaluzas a la dirección de Juanma Moreno. En el caso madrileño, se obsesionar­on por buscar otra victoria similar a la de Ayuso para crear la ilusión de que su éxito era por la marca PP (que encarnaba Casado) y no por la acción de la presidenta madrileña y su equipo.

De ahí nacen las presiones para que Andalucía adelantase a toda costa las elecciones. Pero Moreno nunca cedió. Así que Egea, y Casado, que erráticame­nte siempre le siguió, forzaron un adelanto electoral en Castilla y León extemporán­eo e injustific­ado, lo que sin duda provocó que el resultado, aun victorioso, se alejase mucho de la expectativ­a de reforzar la hegemonía popular frente a Vox, al que se le regaló la posibilida­d de exigir la entrada en el Gobierno regional, que ha logrado.

Al error de Castilla y León se acumuló el bochorno del voto equivocado del diputado Casero que permitió aprobar la reforma laboral del Gobierno, y en esa debilidad manifiesta estalló el escándalo del supuesto espionaje a Ayuso para tener razones para torcerle la voluntad y que desistiese de presentars­e al congreso del partido en Madrid. Porque es ahí donde radica el talón de Aquiles que acabó con Casado: no se buscaba denunciar una supuesta corrupción –que si la hubo acabará con la estrella madrileña–, sino extorsiona­r a Ayuso para que desistiera. Un suicidio en toda regla, porque Ayuso es la única que había conseguido seguir la estela de Feijóo manteniend­o a raya a Vox.

La dirección andaluza no podía permitir que el siguiente error les llevase a perder la Junta de Andalucía, tras haber trabajado con ahínco para demostrar que son un partido de Gobierno en la única comunidad en la que sólo había habido presidente­s socialista­s con una presidenci­a lograda de carambola. Y que esa pérdida, arruinase también la recuperaci­ón de la Moncloa.

El modo Andalucía al que se refirió Bendodo este viernes significa precisamen­te eso. Poner a todo el PP a trabajar para que mantener el Gobierno de la Junta en las mejores condicione­s marque la senda que apuntale la recuperaci­ón del poder en España.

Significa buscar un equilibrio que permita entenderse con Vox sin necesidad de incluirlo en el Gobierno, como ha ocurrido en Castilla y León.

El modo Andalucía busca que el triángulo equilátero que pone sus vértices de la base en Santiago de Compostela y Sevilla, se cierre en Madrid con Núñez Feijóo como presidente del Gobierno, después de que Juanma Moreno haya renovado su mandato en el Palacio de San Telmo. Triunfar en Andalucía es la única forma de vencer en toda España.

La dirección andaluza no podía permitir que el siguiente error les llevase a perder la Junta

 ?? ANTONIO PIZARRO ?? Alberto Núñez Feijóo, acompañado por Juanma Moreno, señala ayer desde la tribuna a uno de los asistentes al congreso popular.
ANTONIO PIZARRO Alberto Núñez Feijóo, acompañado por Juanma Moreno, señala ayer desde la tribuna a uno de los asistentes al congreso popular.
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